Gerardo Unzueta / El Universal
Los años no sólo dan vejez: proporcionan privilegios; yo intento cultivar éstos mientras eludo las consecuencias de aquélla. Ello me ha permitido un largo tránsito por la vida política de la nación, en el que he percibido las regularidades de un fenómeno harto trascendente en México: la sucesión presidencial. Aunque mis generalizaciones no abarcan todas las sucesiones de la segunda mitad del siglo XX, me he auxiliado de profundos apoyos como los que facilita don Daniel Cosío Villegas para los ascensos avilacamachista y alemanista.
No he de ahorrarme las observaciones de don Daniel sobre ambas. Dice de la primera “que el haberle concedido a Almazán 5.72% de la votación total y a Ávila Camacho 94%, representa un fraude electoral de proporciones increíbles...”, (p.90); en cuanto a la segunda, DCV nos informa en La Sucesión Presidencial (Joaquín Mortiz, mayo de 1975, p.90): “El progreso hacia una mayor concentración del poder presidencial es visible... Ahora apenas hay dos aspirantes silenciosos que, además, renuncian a ir más allá de la aspiración y el suspiro en cuanto ven que Alemán cuenta con la bendición papal...”.
Otras oportunidades de ensayar sobre esas particularidades he tenido, pero las citas de Cosío Villegas me permiten entrar directo al asunto y traer a la discusión de la izquierda cuestiones candentes de su perspectiva. Cierto: las fuerzas gobernantes, durante siglo y pico, falsificaron los procesos y sus resultados. Aparte del que reseña nuestro autor, he conocido dos grandes fraudes contra la izquierda —1988 y 2006—, en los que la fuerza del Estado cínicamente atropelló la democracia para impedir la llegada de dos líderes del pueblo a la Presidencia: Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador, respectivamente. La represión sangrienta —1952— ocultó la magnitud de otro fraude, para garantizar la continuidad del alemanismo.
Hoy, la revisión de mi experiencia me permite tomar un momento luminoso de la lucha política de la izquierda para ofrecer a sus fuerzas actuales, aquellas que promueven el desarrollo nacional, una ruta para la superación de la crisis contemporánea. Me refiero a la acción emprendida por el Partido Comunista Mexicano ante las elecciones de 1976.
Un folleto, Crisis política y sucesión presidencial, me ha traído la realidad de ése y otros momentos. Reproduce una conferencia que pronuncié en el Ateneo Español el 23 de mayo de 1975 en la cual abordaba descarnadamente uno de los momentos más complejos de la vida política nacional, que requería soluciones económicas de fondo y cambios políticos para superar la crisis que agobiaba a la sociedad entera. Partía de lo que en aquel momento era básico: la crisis política, entendida ésta como “la incapacidad de la dirección política para resolver los conflictos presentes por los caminos y con los medios de que dispone”.
¿Quién, en el presente, podrá negar que ésa es la situación que se nos ha impuesto sin más “legitimidad” que la militarización? La incapacidad del grupo gobernante es total; mostró una ineptitud —equiparable sólo a su tozudez— para encontrar algo distinto al autoritarismo. En las capas medias y bajas de la población la miseria social hincó sus fauces, y surgió, como hoy surge el descontento de los despojados de sus derechos y sus empleos, del valor de sus salarios.
Se requería audacia y valor para enfrentar, sin derechos, sometidos a amenazas y represiones reales, una crisis como ésa, precisamente con medios políticos: una campaña electoral. Lo hicimos los comunistas de entonces, incluso cuando el Acción Nacional, con todos sus derechos, rehuía la acción.
Como partido que ponía en práctica los derechos que el régimen le negaba, lanzamos la candidatura del líder obrero Valentín Campa, y junto con él, candidatos o no, recorrimos el país entero. “Valentín —he dicho recientemente— fue un candidato a la Presidencia más real que el oficial, porque polarizó el descontento social y se convirtió en bandera de todos los que aspiraban a una solución democrática de los grandes problemas del país y de las masas”.
Una valerosa acción que culminó con el acto hasta entonces más importante de la izquierda: el mitin de la Arena México. El régimen político tuvo que cambiar. Es esa forma de lucha que propongo a la izquierda: construir una alternativa política propia con todas las fuerzas de nuestro signo, partidistas o no, con un proyecto de nación que contenga la solución a la crisis política del México de hoy.
En estos momentos ninguna otra fuerza política tiene esa capacidad.
Analista político
Los años no sólo dan vejez: proporcionan privilegios; yo intento cultivar éstos mientras eludo las consecuencias de aquélla. Ello me ha permitido un largo tránsito por la vida política de la nación, en el que he percibido las regularidades de un fenómeno harto trascendente en México: la sucesión presidencial. Aunque mis generalizaciones no abarcan todas las sucesiones de la segunda mitad del siglo XX, me he auxiliado de profundos apoyos como los que facilita don Daniel Cosío Villegas para los ascensos avilacamachista y alemanista.
No he de ahorrarme las observaciones de don Daniel sobre ambas. Dice de la primera “que el haberle concedido a Almazán 5.72% de la votación total y a Ávila Camacho 94%, representa un fraude electoral de proporciones increíbles...”, (p.90); en cuanto a la segunda, DCV nos informa en La Sucesión Presidencial (Joaquín Mortiz, mayo de 1975, p.90): “El progreso hacia una mayor concentración del poder presidencial es visible... Ahora apenas hay dos aspirantes silenciosos que, además, renuncian a ir más allá de la aspiración y el suspiro en cuanto ven que Alemán cuenta con la bendición papal...”.
Otras oportunidades de ensayar sobre esas particularidades he tenido, pero las citas de Cosío Villegas me permiten entrar directo al asunto y traer a la discusión de la izquierda cuestiones candentes de su perspectiva. Cierto: las fuerzas gobernantes, durante siglo y pico, falsificaron los procesos y sus resultados. Aparte del que reseña nuestro autor, he conocido dos grandes fraudes contra la izquierda —1988 y 2006—, en los que la fuerza del Estado cínicamente atropelló la democracia para impedir la llegada de dos líderes del pueblo a la Presidencia: Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador, respectivamente. La represión sangrienta —1952— ocultó la magnitud de otro fraude, para garantizar la continuidad del alemanismo.
Hoy, la revisión de mi experiencia me permite tomar un momento luminoso de la lucha política de la izquierda para ofrecer a sus fuerzas actuales, aquellas que promueven el desarrollo nacional, una ruta para la superación de la crisis contemporánea. Me refiero a la acción emprendida por el Partido Comunista Mexicano ante las elecciones de 1976.
Un folleto, Crisis política y sucesión presidencial, me ha traído la realidad de ése y otros momentos. Reproduce una conferencia que pronuncié en el Ateneo Español el 23 de mayo de 1975 en la cual abordaba descarnadamente uno de los momentos más complejos de la vida política nacional, que requería soluciones económicas de fondo y cambios políticos para superar la crisis que agobiaba a la sociedad entera. Partía de lo que en aquel momento era básico: la crisis política, entendida ésta como “la incapacidad de la dirección política para resolver los conflictos presentes por los caminos y con los medios de que dispone”.
¿Quién, en el presente, podrá negar que ésa es la situación que se nos ha impuesto sin más “legitimidad” que la militarización? La incapacidad del grupo gobernante es total; mostró una ineptitud —equiparable sólo a su tozudez— para encontrar algo distinto al autoritarismo. En las capas medias y bajas de la población la miseria social hincó sus fauces, y surgió, como hoy surge el descontento de los despojados de sus derechos y sus empleos, del valor de sus salarios.
Se requería audacia y valor para enfrentar, sin derechos, sometidos a amenazas y represiones reales, una crisis como ésa, precisamente con medios políticos: una campaña electoral. Lo hicimos los comunistas de entonces, incluso cuando el Acción Nacional, con todos sus derechos, rehuía la acción.
Como partido que ponía en práctica los derechos que el régimen le negaba, lanzamos la candidatura del líder obrero Valentín Campa, y junto con él, candidatos o no, recorrimos el país entero. “Valentín —he dicho recientemente— fue un candidato a la Presidencia más real que el oficial, porque polarizó el descontento social y se convirtió en bandera de todos los que aspiraban a una solución democrática de los grandes problemas del país y de las masas”.
Una valerosa acción que culminó con el acto hasta entonces más importante de la izquierda: el mitin de la Arena México. El régimen político tuvo que cambiar. Es esa forma de lucha que propongo a la izquierda: construir una alternativa política propia con todas las fuerzas de nuestro signo, partidistas o no, con un proyecto de nación que contenga la solución a la crisis política del México de hoy.
En estos momentos ninguna otra fuerza política tiene esa capacidad.
Analista político
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