miércoles, 20 de julio de 2011

LA BATALLA POR LOS ÁNIMOS

MAURICIO MERINO / EL UNIVERSAL
A Pesar de todos los esfuerzos que ha hecho el gobierno mexicano por emitir mensajes y argumentos de esperanza sobre los temas principales de la agenda pública, la terca realidad se obstina en contrariarlo. De un lado, la Encuesta Nacional de Ingreso-Gasto en los Hogares 2010, publicada la semana pasada por el Inegi, revela que el ingreso familiar promedio ha caído en poco más del 12% desde 2008. Y de otro, los grupos criminales siguen multiplicando la inseguridad y la violencia como el peor signo de los tiempos que vivimos. Ninguna de estas dos angustias principales de la agenda pública cede un milímetro a la expectativa de vivir mejor.
No obstante, el debate público parece haber entrado en una espiral de polarización entre quienes insisten en acomodar los datos disponibles para persuadirnos de los éxitos de la estrategia gubernamental en todos los frentes de batalla, y quienes los emplean como herramienta para demostrar que los esfuerzos del gobierno han sido inútiles. Entre tanto, la incertidumbre sigue haciendo mella en las percepciones de la gente sobre el futuro del país y añadiendo su pátina de miedo a los violentos y a la impunidad, a la ya de suyo devastadora cifra de 11 mil 645 pesos mensuales de ingreso promedio en los hogares. Ya sea que el gobierno tenga razón o se equivoque, o que las oposiciones y sus líderes acierten en sus críticas, lo cierto es que la sociedad sobrevive como puede a la desesperanza de un ambiente público que no le ofrece nada más que 100 discursos.
La polarización de los debates no debería asustar a nadie si no fuera porque puede convertirse en un propósito en sí mismo. Como si no se estuvieran jugando la viabilidad del proyecto democrático de México sino el aplauso de los auditorios, o la fuerza de los argumentos propios para vencer a los opuestos -algo que suele suceder con una frecuencia irresponsable en los ambientes académicos-, nuestros políticos parecen estar más ocupados en ganar la narrativa de la vida pública de México que en afrontarla con responsabilidad.
El Gobierno federal considera que todo lo que ha hecho está muy bien y que lo único que le hace falta para demostrarlo es un poco más de tiempo; su guión central nos dice, una y otra vez, que cambiar las inercias de 70 años de políticas erradas no ha sido cosa fácil, pero no nos dice cuánto tiempo más requiere para que veamos resultados indudables. Ese guión presenta al gobierno del Presidente de la República -como dice la propaganda oficial- como el protagonista de una epopeya histórica que nos está salvando de todos los demonios que se habían reunido en el pasado y que sólo necesita, acaso, un poco de paciencia para ponernos en el primer mundo. No hay ninguna falla, ningún defecto, ni dato alguno que no pueda explicarse como el producto de circunstancias venidas del pasado, de efectos ajenos a su voluntad o de la pura mala fe. Todos están equivocados menos el presidente.
Pero del otro lado los argumentos no son más convincentes. El que dice luchar contra la mafia todopoderosa no apunta sino a la ruptura violenta con cualquier idea que se atreva, siquiera, a cuestionarlo, con una oferta explícita de clientelismo y autoritarismo a partes iguales, de espaldas a la democracia -que es, por supuesto, otro invento de la mafia-. Y el del PRI no apunta mucho más allá de la recuperación de los aparatos políticos basados en lealtades y prebendas, como si la vuelta al populismo articulado en el Estado y encarnado en un gran líder todavía pudiera suceder en un ambiente global completamente diferente del que lo vio nacer hace más de medio siglo.
Con todo, la batalla por ganar los ánimos sociales -los buenos o los malos- podrá seguir vigente para retener o conquistar votos suficientes, pero no dará resultados para la vida cotidiana de la gente, porque los problemas siguen aumentado con total indiferencia a los discursos. Lo que está minando el futuro del país no son las opiniones encontradas de los políticos de moda, sino el desánimo, a secas, derivado de las malas noticias que tenemos cada día. Y el horizonte de disputas discursivas que nos promete ya el año 2012 no hace sino ensombrecerlo todavía más.
Mientras la economía y la seguridad de las personas no se recuperen, ni aparezcan salidas técnicas y políticas plausibles y factibles para corregir el deterioro de ambas, la batalla anímica estará perdida para todos, aunque nuestros dirigentes insistan obstinadamente en persuadirnos, con millones de palabras, de sus verdades incompletas.
(Investigador del CIDE)

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