Jorge Zepeda Patterson / El Universal
¿Cuál de todos los precandidatos sería el mejor presidente de México? Es una pregunta que con mucha frecuencia me formulan amigos y lectores estos días, luego de coordinar el libro Los Suspirantes 2012. Suponen que por haberme familiarizado con las biografías de todos ellos, estoy en mejor posición para determinar cuál es el más capacitado para dirigir el país. La verdad, el examen de vidas y obras de estos políticos deja más preocupaciones que certezas sobre el futuro del país.
No sé quien será mejor Presidente, pero no tengo dudas de quienes serían los mejores candidatos. Enrique Peña Nieto, Marcelo Ebrard y Josefina Vázquez Mota. Me explico.
Por el lado del PRI Peña Nieto es tan inevitable como las lluvias de verano o la ley de la gravedad. A estas alturas resulta ocioso preguntarse si el Gobernador del Estado de México es el mejor o el peor candidato de su partido. Ya es el verdadero jefe del PRI, punto. Más aún, la pregunta de fondo es qué hacer para que todo el proceso electoral del 2012 tenga sentido como un evento democrático electoral y no se convierta en un mero trámite de consumación. La debilidad por el caudillismo que padece el mexicano y el chip fatalista que llevamos instalado confabulan para que muchos consideren que la elección del próximo año ya concluyó.
Justamente por eso creo que es tan importante la definición de los candidatos rivales. Si el PAN va elegir a otro “Bravo Mena” para que sea su abanderado, y la izquierda se enajena a sí misma con Andrés Manuel López Obrador, creo que bien podríamos ahorrarnos la mortificación de una competencia electoral que lo será sólo de nombre. En este espacio he criticado una y otra vez a Ernesto Cordero, a veces con más fundamento que otras, pero siempre con una intención: cuestionar su candidatura. Estoy convencido de que para efectos de la contienda Cordero sería el candidato más apaleado. Ni siquiera creo que el secretario de Hacienda fuese peor Presidente que otros panistas. Pero no tengo dudas de que es peor candidato que Josefina Vázquez Mota o Santiago Creel. La prioridad en el PAN no consiste en elegir la mejor carta para Los Pinos, sino en optar por el candidato más competitivo.
En otras palabras, no hay ninguna garantía de que Josefina Vázquez Mota tenga más madera presidencial que Creel o Lujambio, pero en campaña es menos vulnerable que sus colegas.
Santiago Creel tiene una imagen de chico palacio que lo hace blanco fácil de la propaganda hostil. Josefina tiene a su favor el potencial voto femenino. Y por lo que respecta a la izquierda, preferiría abordarlo con más espacio la próxima semana.
La frágil y efímera primavera democrática mexicana no ha alcanzado a sembrar y consolidar el entramado institucional capaz de acotar los excesos de un presidencialismo renovado. Hay claras evidencias de que incluso la Suprema Corte o el Banco de México siguen vulnerables frente a los manotazos del Ejecutivo, ya no digamos el IFE, el Trife o el Inegi. Y eso en el contexto de una Presidencia débil como la calderonista.
De allí la importancia de que la sucesión en 2012 sea razonablemente competida. No le conviene a la incipiente democracia mexicana que se repita a nivel federal lo que acaba de suceder en el Estado de México en donde el PRI ganó con carro completo. Igual si triunfa Peña Nieto, no es útil que lo haga por barrido (y lo mismo habría dicho en 2006 con López Obrador, si hubiese sido el caso). Treinta puntos de diferencia son demasiados para una sociedad que apenas balbucea la democracia, una tentación irresistible para el caudillismo que acecha. Tal margen de diferencia no sólo tiene efectos simbólicos. Entre otras cosas aseguraría un control total del Congreso por parte del Ejecutivo. Eso, y la coartada perfecta que ofrece el temor ante la inseguridad, podrían derivar fácilmente en la instalación de un régimen autoritario.
Lo que nos estamos jugando en la selección de los candidatos no es quién va a ganar el 2012, sino la manera en que suceda. La forma en que resuelvan el PAN y el PRD sus candidaturas definirá en buena medida el tipo de sociedad política en el que van a desenvolverse como oposición a partir del 2013.
Necesitamos una campaña disputada, y no un desfile triunfante que sea una mera ceremonia de ungimiento presidencialista. En suma, no sé si Peña Nieto sería un buen o un mal mandatario, pero no le demos los argumentos para jugar a ser un Iturbide o un Maximiliano.
No sé quien será mejor Presidente, pero no tengo dudas de quienes serían los mejores candidatos. Enrique Peña Nieto, Marcelo Ebrard y Josefina Vázquez Mota. Me explico.
Por el lado del PRI Peña Nieto es tan inevitable como las lluvias de verano o la ley de la gravedad. A estas alturas resulta ocioso preguntarse si el Gobernador del Estado de México es el mejor o el peor candidato de su partido. Ya es el verdadero jefe del PRI, punto. Más aún, la pregunta de fondo es qué hacer para que todo el proceso electoral del 2012 tenga sentido como un evento democrático electoral y no se convierta en un mero trámite de consumación. La debilidad por el caudillismo que padece el mexicano y el chip fatalista que llevamos instalado confabulan para que muchos consideren que la elección del próximo año ya concluyó.
Justamente por eso creo que es tan importante la definición de los candidatos rivales. Si el PAN va elegir a otro “Bravo Mena” para que sea su abanderado, y la izquierda se enajena a sí misma con Andrés Manuel López Obrador, creo que bien podríamos ahorrarnos la mortificación de una competencia electoral que lo será sólo de nombre. En este espacio he criticado una y otra vez a Ernesto Cordero, a veces con más fundamento que otras, pero siempre con una intención: cuestionar su candidatura. Estoy convencido de que para efectos de la contienda Cordero sería el candidato más apaleado. Ni siquiera creo que el secretario de Hacienda fuese peor Presidente que otros panistas. Pero no tengo dudas de que es peor candidato que Josefina Vázquez Mota o Santiago Creel. La prioridad en el PAN no consiste en elegir la mejor carta para Los Pinos, sino en optar por el candidato más competitivo.
En otras palabras, no hay ninguna garantía de que Josefina Vázquez Mota tenga más madera presidencial que Creel o Lujambio, pero en campaña es menos vulnerable que sus colegas.
Santiago Creel tiene una imagen de chico palacio que lo hace blanco fácil de la propaganda hostil. Josefina tiene a su favor el potencial voto femenino. Y por lo que respecta a la izquierda, preferiría abordarlo con más espacio la próxima semana.
La frágil y efímera primavera democrática mexicana no ha alcanzado a sembrar y consolidar el entramado institucional capaz de acotar los excesos de un presidencialismo renovado. Hay claras evidencias de que incluso la Suprema Corte o el Banco de México siguen vulnerables frente a los manotazos del Ejecutivo, ya no digamos el IFE, el Trife o el Inegi. Y eso en el contexto de una Presidencia débil como la calderonista.
De allí la importancia de que la sucesión en 2012 sea razonablemente competida. No le conviene a la incipiente democracia mexicana que se repita a nivel federal lo que acaba de suceder en el Estado de México en donde el PRI ganó con carro completo. Igual si triunfa Peña Nieto, no es útil que lo haga por barrido (y lo mismo habría dicho en 2006 con López Obrador, si hubiese sido el caso). Treinta puntos de diferencia son demasiados para una sociedad que apenas balbucea la democracia, una tentación irresistible para el caudillismo que acecha. Tal margen de diferencia no sólo tiene efectos simbólicos. Entre otras cosas aseguraría un control total del Congreso por parte del Ejecutivo. Eso, y la coartada perfecta que ofrece el temor ante la inseguridad, podrían derivar fácilmente en la instalación de un régimen autoritario.
Lo que nos estamos jugando en la selección de los candidatos no es quién va a ganar el 2012, sino la manera en que suceda. La forma en que resuelvan el PAN y el PRD sus candidaturas definirá en buena medida el tipo de sociedad política en el que van a desenvolverse como oposición a partir del 2013.
Necesitamos una campaña disputada, y no un desfile triunfante que sea una mera ceremonia de ungimiento presidencialista. En suma, no sé si Peña Nieto sería un buen o un mal mandatario, pero no le demos los argumentos para jugar a ser un Iturbide o un Maximiliano.
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