Enrique Berruga Filloy / El Universal
Aunque parezca inverosímil, los congresistas de Estados Unidos están haciendo ver a nuestros diputados y senadores como políticos dedicados y comprometidos, que no buscan más que el beneficio de la nación. Si demócratas y republicanos no alcanzan un acuerdo sobre el techo de endeudamiento del gobierno, en 12 días —el 2 de agosto para ser precisos— Estados Unidos tendrá que declararse en incumplimiento de pagos. A pesar de que el tiempo apremia, no hay visos de que puedan alcanzar una fórmula de compromiso.
Para quienes aseguran que la economía determina la política, ésta es la prueba que faltaba para derrumbar la teoría. Todo el mundo en Washington sabe que la única manera de salir del agujero en que están metidos es reduciendo gastos y aumentando impuestos. Las proporciones pueden variar entre estas dos posibilidades, pero eso es lo que tiene que hacerse. Pues ni una ni otra. El gobierno de Barack Obama buscará evitar la aplicación de cualquiera de estas dos medidas, utilizando una tercera: elevar el nivel de endeudamiento del país. Es decir, en lugar de que los norteamericanos paguen mayores contribuciones o se ajusten el cinturón, la diferencia la cubrirán con nuevos préstamos.
Las implicaciones políticas sí que las tienen claras. En vísperas de las elecciones para reelegir al presidente Obama, subir impuestos o reducir gastos sería un suicidio político. De ahí que el jefe de la Casa Blanca prefiera la salida de meterle más fuego a la deuda. Los republicanos, por su parte, tampoco la tienen fácil. Si le conceden a Obama un techo más alto de deuda, le facilitan el camino a la reelección. Si apoyan una subida de impuestos, sus electores se sentirán traicionados, pensando que apoyan las medidas “socialistas” del presidente. No les quedaría más que impulsar una reducción masiva del gasto público. Pero como en este capítulo se les adelantó Obama, sugiriendo recortes en salud e infraestructura, tampoco les resulta cómodo desde el punto de vista electoral. Por razones políticas, los republicanos no verían con malos ojos desbarrancar a Estados Unidos en una crisis económica, para asegurar que Obama no logre quedarse otros cuatro años en el poder.
¿Qué va a pasar? Los principales especialistas auguran un default de Estados Unidos, un anuncio de incumplimiento de pagos. Esto quiere decir que tal vez dejan de pagar los certificados del Tesoro, y que es probable que la burocracia federal se quede sin sueldos, que tengan que elegir a quién dejan de pagarle primero, a los agentes del FBI o a las fuerzas armadas, a los médicos públicos o a los diplomáticos en el extranjero.
Siendo la mayor economía del mundo, todavía habrá muchos mercados dispuestos a prestarle dinero a Washington, pero ya no se lo prestarán a tasas de interés tan cómodas como hasta ahora. Estados Unidos tomará créditos más caros, ampliando su deuda a mayor velocidad. Ese enorme problema financiero lo heredará el próximo presidente de Estados Unidos, que curiosamente podría ser el mismo Barack Obama. La buena noticia para él sería que ha sido reelecto; la mala, que él mismo se ha preparado una pócima venenosa que ahora deberá tomarse solo.
Cualquiera que sea el desenlace, para México se avecinan tiempos complicados en el frente económico. Depende de los escenarios que se tomen en cuenta, la economía norteamericana sufrirá una contracción de uno a tres puntos porcentuales. Con esto, la insípida recuperación que registra la economía mexicana, que apenas está recuperando los niveles de 2008, puede convertirse en una nueva recesión. Las remesas de los paisanos seguirán cayendo, al igual que los flujos turísticos (ya de por sí golpeados por las condiciones de inseguridad) y, por supuesto, las inversiones frescas del sector privado. Pero en fin, con la experiencia acumulada por nuestras crisis anteriores, podríamos saber qué hacer en esas ahora. Lo novedoso es que la recesión estadounidense nos tomará en plenas elecciones federales. Los gastos de campaña, que se anticipan muy jugosos, se verán como una ofensa, en medio de los recortes que tendremos que aplicar. Además, es bien sabido que el último año de un sexenio las lealtades y la respuesta del aparato gubernamental tienden a relajarse, a estar más preocupados por asegurar chamba con el gobierno entrante.
De fracasar las negociaciones en Washington, no sería remoto que el tema central de las campañas electorales en México sea el curso de la economía y, paradójicamente, el tema de la seguridad pase a segundo plano.
Presidente del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales
Aunque parezca inverosímil, los congresistas de Estados Unidos están haciendo ver a nuestros diputados y senadores como políticos dedicados y comprometidos, que no buscan más que el beneficio de la nación. Si demócratas y republicanos no alcanzan un acuerdo sobre el techo de endeudamiento del gobierno, en 12 días —el 2 de agosto para ser precisos— Estados Unidos tendrá que declararse en incumplimiento de pagos. A pesar de que el tiempo apremia, no hay visos de que puedan alcanzar una fórmula de compromiso.
Para quienes aseguran que la economía determina la política, ésta es la prueba que faltaba para derrumbar la teoría. Todo el mundo en Washington sabe que la única manera de salir del agujero en que están metidos es reduciendo gastos y aumentando impuestos. Las proporciones pueden variar entre estas dos posibilidades, pero eso es lo que tiene que hacerse. Pues ni una ni otra. El gobierno de Barack Obama buscará evitar la aplicación de cualquiera de estas dos medidas, utilizando una tercera: elevar el nivel de endeudamiento del país. Es decir, en lugar de que los norteamericanos paguen mayores contribuciones o se ajusten el cinturón, la diferencia la cubrirán con nuevos préstamos.
Las implicaciones políticas sí que las tienen claras. En vísperas de las elecciones para reelegir al presidente Obama, subir impuestos o reducir gastos sería un suicidio político. De ahí que el jefe de la Casa Blanca prefiera la salida de meterle más fuego a la deuda. Los republicanos, por su parte, tampoco la tienen fácil. Si le conceden a Obama un techo más alto de deuda, le facilitan el camino a la reelección. Si apoyan una subida de impuestos, sus electores se sentirán traicionados, pensando que apoyan las medidas “socialistas” del presidente. No les quedaría más que impulsar una reducción masiva del gasto público. Pero como en este capítulo se les adelantó Obama, sugiriendo recortes en salud e infraestructura, tampoco les resulta cómodo desde el punto de vista electoral. Por razones políticas, los republicanos no verían con malos ojos desbarrancar a Estados Unidos en una crisis económica, para asegurar que Obama no logre quedarse otros cuatro años en el poder.
¿Qué va a pasar? Los principales especialistas auguran un default de Estados Unidos, un anuncio de incumplimiento de pagos. Esto quiere decir que tal vez dejan de pagar los certificados del Tesoro, y que es probable que la burocracia federal se quede sin sueldos, que tengan que elegir a quién dejan de pagarle primero, a los agentes del FBI o a las fuerzas armadas, a los médicos públicos o a los diplomáticos en el extranjero.
Siendo la mayor economía del mundo, todavía habrá muchos mercados dispuestos a prestarle dinero a Washington, pero ya no se lo prestarán a tasas de interés tan cómodas como hasta ahora. Estados Unidos tomará créditos más caros, ampliando su deuda a mayor velocidad. Ese enorme problema financiero lo heredará el próximo presidente de Estados Unidos, que curiosamente podría ser el mismo Barack Obama. La buena noticia para él sería que ha sido reelecto; la mala, que él mismo se ha preparado una pócima venenosa que ahora deberá tomarse solo.
Cualquiera que sea el desenlace, para México se avecinan tiempos complicados en el frente económico. Depende de los escenarios que se tomen en cuenta, la economía norteamericana sufrirá una contracción de uno a tres puntos porcentuales. Con esto, la insípida recuperación que registra la economía mexicana, que apenas está recuperando los niveles de 2008, puede convertirse en una nueva recesión. Las remesas de los paisanos seguirán cayendo, al igual que los flujos turísticos (ya de por sí golpeados por las condiciones de inseguridad) y, por supuesto, las inversiones frescas del sector privado. Pero en fin, con la experiencia acumulada por nuestras crisis anteriores, podríamos saber qué hacer en esas ahora. Lo novedoso es que la recesión estadounidense nos tomará en plenas elecciones federales. Los gastos de campaña, que se anticipan muy jugosos, se verán como una ofensa, en medio de los recortes que tendremos que aplicar. Además, es bien sabido que el último año de un sexenio las lealtades y la respuesta del aparato gubernamental tienden a relajarse, a estar más preocupados por asegurar chamba con el gobierno entrante.
De fracasar las negociaciones en Washington, no sería remoto que el tema central de las campañas electorales en México sea el curso de la economía y, paradójicamente, el tema de la seguridad pase a segundo plano.
Presidente del Consejo Mexicano de Asuntos Internacionales
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