JAVIER GONZáLEZ – EL PAÍS
El poder político se erige como soberano y se constituye en ejecutivo, legislativo y judicial. Para prevenir que ninguno de estos poderes domine los demás, se crea un sistema de controles y contrapesos que adopta formas muy diversas en función de la tradición social y política de cada país. Que dicha separación sea efectiva debiera garantizar al ciudadano que quien gobierne no lo haga legislando para los suyos, o quien legisla no lo haga suplantando la voluntad de un Gobierno, o que cuando se produce una ilegalidad esta pueda ser juzgada con independencia de quién sea objeto de acusación por un delito.
Hay otro poder, el económico, que no es democrático, que no se somete a controles, y que goza de una alta capacidad de influencia sobre el poder político. En los tiempos que corren, esta evidencia se ha hecho tan palpable como insoportable. Hoy por hoy no hay ninguna institución democrática que pueda o sepa contrarrestar el mantra de que no hay alternativa a las soluciones del capital, o lo que es lo mismo, vivir mejor solo es posible como sinónimo de riqueza material.
Los indignados han hecho propuestas de cambio, hay partidos en España que ya incorporaban en sus programas la mayoría de ellas, pero no habrá un cambio real y profundo en España y en el entorno capitalista si no nos decidimos a actuar contra el secuestro de la política por la economía. Hasta que no haya una separación material de poderes entre los constituidos y soberanos frente a los despóticos e ilegítimos, no evitaremos que los sistemas de gobierno respondan a las necesidades del capital y no a la aspiración ilustrada de los ciudadanos.
El poder político se erige como soberano y se constituye en ejecutivo, legislativo y judicial. Para prevenir que ninguno de estos poderes domine los demás, se crea un sistema de controles y contrapesos que adopta formas muy diversas en función de la tradición social y política de cada país. Que dicha separación sea efectiva debiera garantizar al ciudadano que quien gobierne no lo haga legislando para los suyos, o quien legisla no lo haga suplantando la voluntad de un Gobierno, o que cuando se produce una ilegalidad esta pueda ser juzgada con independencia de quién sea objeto de acusación por un delito.
Hay otro poder, el económico, que no es democrático, que no se somete a controles, y que goza de una alta capacidad de influencia sobre el poder político. En los tiempos que corren, esta evidencia se ha hecho tan palpable como insoportable. Hoy por hoy no hay ninguna institución democrática que pueda o sepa contrarrestar el mantra de que no hay alternativa a las soluciones del capital, o lo que es lo mismo, vivir mejor solo es posible como sinónimo de riqueza material.
Los indignados han hecho propuestas de cambio, hay partidos en España que ya incorporaban en sus programas la mayoría de ellas, pero no habrá un cambio real y profundo en España y en el entorno capitalista si no nos decidimos a actuar contra el secuestro de la política por la economía. Hasta que no haya una separación material de poderes entre los constituidos y soberanos frente a los despóticos e ilegítimos, no evitaremos que los sistemas de gobierno respondan a las necesidades del capital y no a la aspiración ilustrada de los ciudadanos.
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