Gilberto López Rivas / La Jornada
México es el único país del capitalismo del subdesarrollo que tiene una frontera territorial con Estados Unidos, la cabeza hegemónica del sistema imperialista mundial. También es un caso singular en América Latina por haber tenido lugar una guerra convencional entre ambas naciones (1846-1848). Es significativo que Joel R. Poinsset, primer embajador estadunidense en nuestro país, se distinguiera por su injerencia en los asuntos nacionales y su insistencia en adquirir las provincias norteñas o internas, que después fueron ciertamente conquistadas por la fuerza de las armas y entregadas formalmente a Estados Unidos a través del Tratado de Guadalupe Hidalgo, firmado en febrero de 1848. Gastón García Cantú, en su libro clásico Las invasiones norteamericanas en México (Editorial ERA, 1971), cita la opinión de Félix María Calleja, comandante de la brigada en San Luis Potosí y gran conocedor de las provincias internas, quien ya en 1808 consideraba que Estados Unidos, “por su proximidad, intereses y relaciones deben ser siempre nuestros enemigos naturales y permanentes”. También su obra ofrece una cronología que se extiende de 1799 a 1918 en la que se detallan 285 acciones de agresión a nuestro país, antes de la Independencia y durante la República, que comprenden: planes de ocupación temprana de territorios novohispanos-mexicanos; expediciones armadas con milicias o aventureros; captura de goletas de bandera mexicana y prisión ilegal de sus tripulantes; sublevación de colonos anglos contra el gobierno con fines separatistas; secuestro y vejación de soldados acantonados en la frontera; actos de filibusterismo con la toma de poblados y el ingreso constante de tropas yanquis a territorio nacional; robo de ganado, saqueos y quemas de casas protegidos por autoridades de ese país; intervenciones diplomáticas con demandas inaceptables y violatorias de la soberanía; presencia de buques de guerra y desembarco de marines en varios puertos del Golfo y del Pacífico, etcétera. García Cantú sostenía que la política con respecto a Estados Unidos era uno de los parámetros para caracterizar el desempeño del gobierno en turno. Así, aunque México comparte con Cuba, Nicaragua, Haití, República Dominicana, Panamá, Argentina, Paraguay, Puerto Rico, Guatemala, Granada y Honduras invasiones, ocupaciones y ataques militares directos, sin contar las operaciones clandestinas sufridas en ésos y otros países de America Latina, la larga frontera común ha dado pie a considerar a nuestro país como un caso paradigmático del ya secular intervencionismo estadunidense en el mundo entero. Lázaro Cárdenas, fundador del Movimiento de Liberación Nacional, en la declaratoria final de la Conferencia latinoamericana por la soberanía nacional, la emancipación económica y la paz, que tuvo lugar en marzo de 1961, afirmó: “La fuerza fundamental que bloquea el desarrollo de América Latina es el imperialismo estadunidense. Su estrecha alianza con las oligarquías nacionales, los ruinosos efectos de su penetración económica y cultural, lo señalan como causa principal del estancamiento general que prevalece en la realidad latinoamericana. La derrota del imperialismo es condición fundamental de cualquier plan de desarrollo para nuestros países.” No existe acontecimiento importante de la vida nacional contemporánea en que Estados Unidos no haya estado involucrado negativamente. Desde el golpe de Estado de Victoriano Huerta contra Madero, en el que el embajador de ese país jugó un papel determinante; la invasión y ocupación militar de Veracruz durante varios meses, en 1914, y el robo de los ingresos de la aduana, nunca restituidos; el ingreso de tropas en la fracasada persecución de Francisco Villa en Chihuahua en 1916; el llamado Tratado de Bucareli, por el que Álvaro Obregón se comprometía a pagar indemnizaciones a estadunidenses afectados por el movimiento armado revolucionario (1910-1917) y obligaba a no aplicar retroactivamente el artículo 27 constitucional en lo relativo a las compañías petroleras estadunidenses; su activa presencia en el movimiento estudiantil-popular de 1968, analizada en el documental del canalseisdejulio La conexión americana, a través del numeroso personal de su embajada, una de las más grandes e importantes del mundo. La oportuna publicación de los documentos de Wikileaks, en La Jornada, ha puesto al desnudo los alcances actuales de esa intervención diplomática, militar y de organismos de inteligencia en los asuntos nacionales, y ha exhibido el colaboracionismo del gobierno de Felipe Calderón, quien emulando a Santa Anna ha entregado la soberanía a sus mentores estadunidenses, al igual que sus antecesores priístas y panistas. El Tratado de Libre Comercio (TLC), la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte (Aspan) y la Iniciativa Mérida constituyen los documentos de capitulación formal de México frente a su contraparte estadunidense al incorporar a nuestro país –en condiciones de dependencia económica estructural, sin consultar a los pueblos y con la obsecuencia omisa del Senado– a la economía estadunidense y a la política belicista y de terrorismo global de Estado que George W. Bush impuso al mundo y que Barack Obama con sus acciones políticas y militares desarrolla a plenitud. El grupo Paz con Democracia, en su “Llamamiento a la nación mexicana”, advertía en noviembre de 2007 sobre el proceso de ocupación integral que ha refuncionalizado nuestra nación al proyecto “globalizador” y hegemónico del “imperialismo colectivo” que hoy domina una inmensa región del mundo, encabezado por Estados Unidos de América. Cuatro años después, ese proceso se profundiza y extiende y, sin duda, constituye el reto más temible para cualquier proyecto de nación que surja de las profundidades del México de abajo.
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