lunes, 25 de abril de 2011

VAMOS A NO SER CÍVICOS

Si los demócratas creen que los republicanos están diciendo tonterías crueles, deberían señalarlo
PAUL KRUGMAN / EL PAÍS
La semana pasada, el presidente Barack Obama realizó una ardiente defensa de los valores de su partido (a efectos prácticos, del legado del new deal y la Gran Sociedad). Inmediatamente después, como siempre sucede cuando los demócratas adoptan una postura clara, la política del civismo irrumpió con fuerza. El presidente, nos decían, estaba siendo demasiado partidista; tiene que tratar a sus oponentes con respeto; debe almorzar con ellos y tratar de lograr un consenso. Es una idea mala. Y lo que es igual de importante, es una idea poco democrática.
Repasemos la historia hasta la fecha. Hace dos semanas, los republicanos de la Cámara hicieron pública su gran propuesta presupuestaria, vendiéndosela a los entendidos crédulos como una declaración de necesidad, no de ideología: un documento que le dice a Estados Unidos lo que hay que hacer.
Pero, de hecho, era un documento profundamente partidista, cosa que se podía adivinar desde la primera frase: "Allí donde el presidente ha fracasado, los republicanos de la Cámara ejercerán el liderazgo". Proclamaba a bombo y platillo el peligro de los déficits, aun cuando, según sus propias cuentas -en absoluto creíbles-, los recortes del gasto se empleaban principalmente para pagar las rebajas de impuestos más que la reducción del déficit. El objetivo transparente y obvio era usar el miedo al déficit para imponer una visión consistente en un Gobierno reducido y unos impuestos bajos, especialmente para los ricos.
De este modo, la propuesta presupuestaria de la Cámara ponía de manifiesto el abismo entre las prioridades de ambos partidos. Y revelaba una profunda diferencia en sus puntos de vista sobre el modo en que funciona el mundo.
Cuando se anunció la propuesta, fue elogiada por ser un plan "aprobado por empollones" y dirigido por expertos. Pero resultó que los "expertos" en cuestión estaban en la Fundación Heritage, y a pocas personas fuera de la extrema derecha les parecían creíbles sus conclusiones. En palabras de la empresa asesora Macroeconomics Advisers -que se gana la vida diciéndoles a las empresas lo que necesitan saber, no diciéndoles a los políticos lo que quieren oír-, el análisis de Heritage era "tan defectuoso como artificioso". Básicamente, Heritage daba completamente por cierta la muy refutada afirmación de que recortar los impuestos a los ricos produce unos resultados económicos milagrosos, entre los que está un aumento de los ingresos que realmente reduce el déficit.
Por cierto, Heritage siempre actúa así. Cada vez que hay algo que al Partido Republicano no le gusta, por ejemplo, la protección medioambiental, podemos contar con que Heritage preparará un informe, no basado en ningún modelo económico que alguien más reconozca, afirmando que esta política provocará una enorme destrucción de empleo. Del mismo modo, cada vez que hay algo que los republicanos quieren, como bajadas de impuestos para los ricos o las empresas, podemos contar con que Heritage afirmará que esta política generará inmensos beneficios económicos.
El problema es que los dos partidos no solo viven en universos morales diferentes; también viven en universos intelectuales diferentes, y los republicanos, en concreto, tienen una cuadra de presuntos expertos que respaldan con firmeza todo lo que ellos proponen.
Por eso, cuando los expertos piden a los partidos que se sienten juntos y hablen, la pregunta evidente es: ¿de qué se supone que van a hablar?, ¿dónde está el terreno intermedio?
Al final, claro está, Estados Unidos debe elegir entre estos puntos de vista divergentes. Y tenemos una forma de hacerlo. Se llama democracia.
Ahora, los republicanos afirman que las elecciones de mitad de mandato del año pasado dieron luz verde a la visión encarnada en su presupuesto. Pero el año pasado, el Partido Republicano hizo campaña en contra de lo que denominaba los "recortes masivos de Medicare" [seguro sanitario para las personas mayores de 65 años] contenidos en la ley de reforma sanitaria. ¿Cómo es posible, entonces, que esas elecciones hayan dado luz verde a un plan que no solo mantendría todos esos recortes, sino que, con el tiempo, seguiría adelante hasta desmantelar completamente Medicare?
Por si sirve de algo, los sondeos indican que las prioridades de los ciudadanos no tienen nada que ver con las reflejadas en el presupuesto republicano. La inmensa mayoría apoya unos impuestos más altos, no más bajos, para los ricos. La inmensa mayoría -incluida la mayor parte de los republicanos- también se opone a los cambios importantes en Medicare. Por supuesto, el sondeo que importa es el del día de las elecciones. Pero esa es una razón más para convertir las elecciones de 2012 en una elección clara entre ambas visiones.
Y eso me lleva a los llamamientos en favor de una solución bipartidista. Siento ser cínico, pero, ahora mismo, bipartidista es una palabra en clave para unir a algunos demócratas conservadores y republicanos ultraconservadores -todos ellos estrechamente vinculados a los ricos y muchos de los cuales son ricos también- y llevarles a proclamar que los impuestos bajos sobre las rentas altas y los recortes drásticos de la seguridad social son la única solución posible.
Esta sería una manera corrupta y poco democrática de tomar decisiones sobre la forma que debe adoptar nuestra sociedad incluso si los implicados realmente fuesen hombres sabios con una profunda comprensión de los problemas. Es mucho peor cuando muchos de los que se sientan a la mesa son el tipo de persona que solicita y se cree la clase de análisis políticos que proporciona la Fundación Heritage.
Así que vamos a no ser cívicos. En vez de eso, mantengamos una conversación franca sobre nuestras diferencias. Concretamente, si los demócratas creen que los republicanos están diciendo tonterías crueles, deberían señalarlo y presentar sus argumentos a los votantes.
Paul Krugman es profesor de Economía de la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía 2008.


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