martes, 19 de abril de 2011

LA "SUPERFICIE" Y LOS CISNES NEGROS

José Blanco / La Jornada
He estado utilizando los opuestos superficie y abisal o fondo de la crisis, para referirme a los hechos devastadores de la crisis que están a la vista, y a los análisis estructurales de largo plazo que saben mirar al topo escarbar debajo de la superficie, más allá de las voluntades de los actores económicos incluidos los buitres financieros que se han enriquecido aún más en medio del desastre, respectivamente.
Recojo una última cita de Strauss-Kahn (director-gerente del FMI), que permite ver claramente su percepción sobre el nivel de descalabro en que hoy se encuentra la economía mundial: “La economía se encuentra desequilibrada entre países y al interior de los países… Hay mucha incertidumbre y también hay numerosos cisnes negros nadando en el lago de la economía global. En general, la situación económica mundial es muy frágil y desigual, acosada por una gran incertidumbre”.
En las primeras semanas de este año fue publicado el libro The Globalization Paradox. Democracy and the future of the world economy, del brillante economista turco formado en Harvard, Dani Rodrik. En un ejercicio de imaginación monta la escena de 1944-1945, cuando en la ciudad de Bretton Woods, New Hampshire, Estados Unidos e Inglaterra, y algunos invitados, crearon las instituciones que regirían el funcionamiento de la economía mundial: el FMI, y el Banco Mundial, con el dólar estadunidense como medio de pago internacional.
Rodrik propone siete "principios lógicos" para la gobernanza de hoy de la economía-mundo, de los que aquí me limito a enunciar casi sólo sus títulos: 1) Los mercados deben estar profundamente incorporados a los sistemas de gobernanza. La idea de que los mercados se autorregulan recibió un golpe mortal en la reciente crisis financiera y se la debería enterrar de una vez por todas. Los mercados requieren que otras instituciones sociales los respalden. Se basan en tribunales, marcos legales y reguladores para establecer e implementar reglas; 2) Para el futuro previsible, la gobernanza democrática quizá se organice básicamente dentro de comunidades políticas nacionales. El estado nacional vive, si no del todo bien, y sigue siendo esencialmente la mejor alternativa. La búsqueda de gobernanza global es algo absurdo. Es improbable que los gobiernos nacionales cedan un control significativo a instituciones trasnacionales, y las reglas armonizadoras no beneficiarían a sociedades con necesidades y preferencias diversas. La Unión Europea puede ser la única excepción…; Cuando la cooperación internacional sí tiene "éxito", genera reglas que o son ineficaces o reflejan las preferencias sólo de los estados más poderosos; 3) Prosperidad pluralista. Reconocer que la infraestructura institucional medular de la economía global debe construirse a nivel nacional libera a los países para desarrollar las instituciones que más les convienen. Estados Unidos, Europa y Japón produjeron cantidades comparables de riqueza en el largo plazo. Sin embargo, sus mercados laborales, la gobernanza corporativa, las leyes antimonopólicas, la protección social y los sistemas financieros difieren considerablemente; 4) Los países tienen derecho a proteger sus propias regulaciones e instituciones. Los principios previos pueden parecer inocuos. Pero conllevan fuertes implicancias que chocan con la opinión general de los defensores de la globalización. Una de esas implicancias es el derecho de los países individuales a salvaguardar sus preferencias institucionales internas…; por lo tanto, deberíamos aceptar que los países puedan propugnar reglas nacionales –políticas fiscales, regulaciones financieras, normas laborales o leyes de salud y seguridad de los consumidores– y que puedan hacerlo levantando barreras en la frontera si fuera necesario, cuando el comercio ostensiblemente amenaza las prácticas domésticas; 5) Los países no tienen derecho a imponerles sus instituciones a los demás. Utilizar restricciones al comercio o a las finanzas transfronterizos para defender valores y regulaciones en casa es muy diferente de usarlas para imponer esos valores y regulaciones a otros países. Las reglas de la globalización no deberían obligar a estadunidenses o europeos a consumir bienes que son producidos con métodos que la mayoría de los ciudadanos en esos países consideran inaceptables; 6) Los acuerdos económicos internacionales deben establecer reglas para administrar la interacción entre instituciones nacionales…; Lo que necesitamos son reglas de tráfico para la economía global que ayuden a los vehículos de diferente tamaño, forma y velocidad a navegar uno junto al otro, en lugar de imponer un auto idéntico o un límite de velocidad uniforme. Deberíamos esforzarnos por alcanzar una máxima globalización que sea coherente con un espacio para la diversidad en los acuerdos institucionales nacionales; 7) Los países no democráticos no pueden contar con los mismos derechos y privilegios en el orden económico internacional que las democracias. Lo que les otorga atractivo y legitimidad a los principios previos es que se basan en una deliberación democrática –donde ésta realmente ocurre, al interior de los estados nacionales–.
Vale la pena que el lector interesado haga una inmersión en profundidad en los argumentos de Dani Rodrik, que es claro tienden a apoyar las construcción de una institucionalidad económica y política diversa con la cual construir una globalización no a rajatabla, sino al ritmo y modo que la maduración de las instituciones de cada nación vayan permitiéndolo.
Dicho esto, falta imaginar al menos algunas de las consecuencias de un reordenamiento mundial basado en esos sencillos principios. Es aquí que volveré a Strauss-Kahn y su alusión nada casual de los cisnes negros.


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