El FMI cree que el país asiático será la primera economía mundial en 2016
CLAUDI PÉREZ / EL PAÍS
El polvo ha ido cubriéndolo todo. La devastación urbana de EE UU tiene una particularidad: una vez vista, es imposible de olvidar. Detroit, capital de la industria del automóvil y paradigma de esa decadencia, tiene hoy menos habitantes que en 1910, barrios enteros semivacíos, edificios desocupados, un paisaje descorazonador. Washington conserva un enorme encanto y sin embargo en las afueras -barriadas de nombres sonoros, Hyattsville, Lanham, Riverdale- no es difícil encontrar esas casas llenas de polvo, con el moho avanzando de forma imparable en su interior, con ese grado de abandono que hace inútil el cartel que anuncia que algo extraño está pasando incluso aquí, en la capital de la primera potencia económica del mundo: desahucio.
• A 15 kilómetros de esa casa, la flamante sede del FMI alberga una montaña de cifras en las que puede seguirse el rastro que han dejado esas cicatrices inmobiliarias de Riverdale y Detroit en la economía estadounidense, y también la otra cara de la moneda, el negativo de esa historia, que discurre al otro lado del mundo. El informe de Perspectivas Económicas del FMI constata que China va a adelantar a EE UU. La novedad está en el cuándo: el PIB chino en paridad de poder adquisitivo -un ajuste estadístico que permite comparar las cifras teniendo en cuenta lo que puede comprarse con el mismo billete de dólar en un país y en el otro- será el primero del mundo antes de lo que nadie pensaba, en 2016.
China ya superó a Japón en paridad de poder de compra hace años, aunque tuvo que esperar a 2010 para que el volumen total de su economía -sin ese ardid estadístico, en dólares contantes y sonantes- fuera el segundo del mundo. Algo parecido sucederá con EE UU: Goldman Sachs calcula que China se convertirá en la primera potencia en datos absolutos en 2027. Pero no se trata solo de China, sino de un cambio en las placas tectónicas sobre las que se asienta la economía global. India supera a Japón como tercera economía y Brasil a Reino Unido por la octava plaza ya en 2011, según los datos del FMI. Y por cierto: el año que China llega al primer puesto, España habrá perdido tres plazas a favor de Corea del Sur, Canadá e Indonesia, siempre en paridad de poder de compra. "Se trata de vaticinios. Pueden fallar. Pero las tendencias son muy claras", apunta el historiador económico Kevin O'Rourke.
Un cambio en la cabeza de la economía mundial es un evento raro que suele venir acompañado de enormes shocks. EE UU desbancó a Reino Unido hace un siglo, y ese avance estuvo vinculado a conflictos y a varias sacudidas económicas, antes del sorpasso (1873, en una crisis financiera con un extraño parecido con la actual) y después (1929 y la Gran Depresión). Esta vez no es diferente: la crisis que dio comienzo en 2007 -"causada por blancos de profundos ojos azules", según el expresidente brasileño Lula da Silva- ha dejado heridas en el sistema financiero y en el sector inmobiliario norteamericano. Ha golpeado con dureza a EE UU y a Occidente en su conjunto. Pero es una crisis de opulencia: apenas ha pasado factura en el mundo emergente, que no participó en los excesos previos a la Gran Recesión. En el peor año, 2009, el PIB estadounidense cayó el 2,5%; China creció el 8,7%. Aunque la pujanza china viene de antaño: en las tres últimas décadas EE UU ha crecido una media del 2,8%; China, del 10%.
La economía global ha llegado a algo parecido a un punto de inflexión. "Por primera vez en la historia un país relativamente pobre y que no deja flotar su moneda será la primera potencia. Eso deja incertidumbres sobre la estabilidad económica mundial: China tiene un enorme músculo financiero, pero no está claro si va a tomar las riendas o seguirá con una agenda aún muy nacional. Tampoco está claro si abandonará ese enfoque mercantilista, con el énfasis en las exportaciones. Ni si variará la naturaleza de su sistema político. Todo eso sugiere que el modelo actual de globalización va a experimentar grandes cambios", cuenta a este diario el profesor de Harvard Dani Rodrik.
Se trata de una simple cuestión de tamaño. 1.300 millones de personas arrojan cifras avasalladoras. Un total de 300 millones de chinos pasarán del campo a la ciudad y requerirán centenares de miles de viviendas y grandes inversiones en infraestructuras. El embajador estadounidense en Pekín, Clark Randt, explicaba en un cable de Wikileaks que el envejecimiento, la sombría división entre ricos y pobres, el paro elevado, las potenciales burbujas inmobiliarias y de activos y la presión de los salarios van a ser algo inevitable, y aun así, China tiene todo el futuro por delante.
Y sin embargo la historia es caprichosa. "El final de la hegemonía estadounidense ya se anunció dos veces en el siglo XX", recuerda Tom Mayer, economista jefe del Deutsche Bank. Primero fue Rusia, luego Japón: el fiasco fue total en ambos casos. Tampoco China tiene el panorama despejado. En el país impera una suerte de capitalismo manchesteriano -pésimas condiciones laborales, flujos migratorios a los centros industriales-, mientras que por otro la mano del Estado se hace notar en el trato a las empresas (caso de Google). "Esas peculiaridades dejan montones de preguntas por responder", cuenta Tomás Bailiño, exsubdirector del FMI. Eso en el rincón asiático. En EE UU las cosas son también complejas, pero de vez en cuando el tipo menos pensado desenreda la madeja económica. Un vecino de Riverdale se acerca al periodista y explica la historia del polvo acumulado en una casa desahuciada del arrabal: "El negocio de la familia empezó a ir de mal en peor y la hipoteca comenzó a subir. El sueño americano, pero al revés".
CLAUDI PÉREZ / EL PAÍS
El polvo ha ido cubriéndolo todo. La devastación urbana de EE UU tiene una particularidad: una vez vista, es imposible de olvidar. Detroit, capital de la industria del automóvil y paradigma de esa decadencia, tiene hoy menos habitantes que en 1910, barrios enteros semivacíos, edificios desocupados, un paisaje descorazonador. Washington conserva un enorme encanto y sin embargo en las afueras -barriadas de nombres sonoros, Hyattsville, Lanham, Riverdale- no es difícil encontrar esas casas llenas de polvo, con el moho avanzando de forma imparable en su interior, con ese grado de abandono que hace inútil el cartel que anuncia que algo extraño está pasando incluso aquí, en la capital de la primera potencia económica del mundo: desahucio.
• A 15 kilómetros de esa casa, la flamante sede del FMI alberga una montaña de cifras en las que puede seguirse el rastro que han dejado esas cicatrices inmobiliarias de Riverdale y Detroit en la economía estadounidense, y también la otra cara de la moneda, el negativo de esa historia, que discurre al otro lado del mundo. El informe de Perspectivas Económicas del FMI constata que China va a adelantar a EE UU. La novedad está en el cuándo: el PIB chino en paridad de poder adquisitivo -un ajuste estadístico que permite comparar las cifras teniendo en cuenta lo que puede comprarse con el mismo billete de dólar en un país y en el otro- será el primero del mundo antes de lo que nadie pensaba, en 2016.
China ya superó a Japón en paridad de poder de compra hace años, aunque tuvo que esperar a 2010 para que el volumen total de su economía -sin ese ardid estadístico, en dólares contantes y sonantes- fuera el segundo del mundo. Algo parecido sucederá con EE UU: Goldman Sachs calcula que China se convertirá en la primera potencia en datos absolutos en 2027. Pero no se trata solo de China, sino de un cambio en las placas tectónicas sobre las que se asienta la economía global. India supera a Japón como tercera economía y Brasil a Reino Unido por la octava plaza ya en 2011, según los datos del FMI. Y por cierto: el año que China llega al primer puesto, España habrá perdido tres plazas a favor de Corea del Sur, Canadá e Indonesia, siempre en paridad de poder de compra. "Se trata de vaticinios. Pueden fallar. Pero las tendencias son muy claras", apunta el historiador económico Kevin O'Rourke.
Un cambio en la cabeza de la economía mundial es un evento raro que suele venir acompañado de enormes shocks. EE UU desbancó a Reino Unido hace un siglo, y ese avance estuvo vinculado a conflictos y a varias sacudidas económicas, antes del sorpasso (1873, en una crisis financiera con un extraño parecido con la actual) y después (1929 y la Gran Depresión). Esta vez no es diferente: la crisis que dio comienzo en 2007 -"causada por blancos de profundos ojos azules", según el expresidente brasileño Lula da Silva- ha dejado heridas en el sistema financiero y en el sector inmobiliario norteamericano. Ha golpeado con dureza a EE UU y a Occidente en su conjunto. Pero es una crisis de opulencia: apenas ha pasado factura en el mundo emergente, que no participó en los excesos previos a la Gran Recesión. En el peor año, 2009, el PIB estadounidense cayó el 2,5%; China creció el 8,7%. Aunque la pujanza china viene de antaño: en las tres últimas décadas EE UU ha crecido una media del 2,8%; China, del 10%.
La economía global ha llegado a algo parecido a un punto de inflexión. "Por primera vez en la historia un país relativamente pobre y que no deja flotar su moneda será la primera potencia. Eso deja incertidumbres sobre la estabilidad económica mundial: China tiene un enorme músculo financiero, pero no está claro si va a tomar las riendas o seguirá con una agenda aún muy nacional. Tampoco está claro si abandonará ese enfoque mercantilista, con el énfasis en las exportaciones. Ni si variará la naturaleza de su sistema político. Todo eso sugiere que el modelo actual de globalización va a experimentar grandes cambios", cuenta a este diario el profesor de Harvard Dani Rodrik.
Se trata de una simple cuestión de tamaño. 1.300 millones de personas arrojan cifras avasalladoras. Un total de 300 millones de chinos pasarán del campo a la ciudad y requerirán centenares de miles de viviendas y grandes inversiones en infraestructuras. El embajador estadounidense en Pekín, Clark Randt, explicaba en un cable de Wikileaks que el envejecimiento, la sombría división entre ricos y pobres, el paro elevado, las potenciales burbujas inmobiliarias y de activos y la presión de los salarios van a ser algo inevitable, y aun así, China tiene todo el futuro por delante.
Y sin embargo la historia es caprichosa. "El final de la hegemonía estadounidense ya se anunció dos veces en el siglo XX", recuerda Tom Mayer, economista jefe del Deutsche Bank. Primero fue Rusia, luego Japón: el fiasco fue total en ambos casos. Tampoco China tiene el panorama despejado. En el país impera una suerte de capitalismo manchesteriano -pésimas condiciones laborales, flujos migratorios a los centros industriales-, mientras que por otro la mano del Estado se hace notar en el trato a las empresas (caso de Google). "Esas peculiaridades dejan montones de preguntas por responder", cuenta Tomás Bailiño, exsubdirector del FMI. Eso en el rincón asiático. En EE UU las cosas son también complejas, pero de vez en cuando el tipo menos pensado desenreda la madeja económica. Un vecino de Riverdale se acerca al periodista y explica la historia del polvo acumulado en una casa desahuciada del arrabal: "El negocio de la familia empezó a ir de mal en peor y la hipoteca comenzó a subir. El sueño americano, pero al revés".
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