Las próximas elecciones en el continente dibujan una nueva relación de fuerzas
M. Á. BASTENIER / EL PAÍS
América Latina nunca había estado tan dividida; pero eso la obliga a mirarse a sí misma. Sus élites solo se habían interesado por la dominación interior, y en el exterior únicamente veían Washington, París o Londres. La presente distracción de Estados Unidos, embarcado en operaciones militares de redefinición hegemónica, y el ascenso de dos prima-donnas, Lula en Brasil y Chávez en Venezuela, dibujan hoy una nueva versión de América Latina con un cuadro de equilibrio o desequilibrio continental no tan distinto del europeo en el siglo XIX. Por ello, cada elección presidencial dice algo sobre esa relación de fuerzas.
Juan Manuel Santos sucedió en agosto pasado a Álvaro Uribe en Colombia; en diciembre, Dilma Rousseff tomó el relevo de Inázio Lula da Silva; el próximo 5 de junio se dirimirá la jefatura del Estado peruano entre el proto-indígena Ollanta Humala y la hija del expresidente Fujimori, Keiko Sofía; en septiembre será el turno de Guatemala, donde probablemente se enfrentarán Sandra Torres, esposa del presidente Álvaro Colom, y el exgeneral Otto Pérez Molina; en octubre le tocará a Argentina con la viuda de Kirchner, née Cristina Fernández, contra el candidato de una coalición antiperonista a elegir entre un barullo de aspirantes; y en noviembre el sandinista Daniel Ortega buscará la reelección contra una apuesta liberal-conservadora.
Las victorias de Santos -centro-derecha- y Rousseff -centro-izquierda- solo introducen matices. El colombiano ha dejado caer un acuerdo militar con Estados Unidos, y su luna de miel con Hugo Chávez es anatema para su antecesor, al que además reprocha que no calle la boca; pero eso no altera la naturaleza profunda de los dos bloques. Y Dilma Rousseff no parece que pretenda competir con Estados Unidos, promoviendo la paz en Oriente Próximo o haciéndole cariños a Irán, como Lula, pero hay quien opina que básicamente le calienta el sillón a su antecesor.
El peruano Ollanta Humala hizo en la primera vuelta un Funes: una transformación similar a la del presidente salvadoreño -Mauricio Funes-, que de antiguo guerrillero pasó a lulista confeso. La victoria del excomandante cobrizo entrañaría una incógnita, pero aun cumpliendo todas sus promesas de aplicado alumno de Occidente, Chávez saldría ganando porque el resto de la clase política peruana es profundamente antichavista. En Guatemala, el duopolio Colom-Torres -que va a divorciarse por amor al país, y de paso para que ella pueda ser candidata- se ha beneficiado de la generosidad petrolera del chavismo, sin que haya tenido que tomar partido. El exmilitar, en cambio, sería un buen recluta para el bloque antichavista. Pero el país pesa muy poco fuera del país. Y otro tanto cabría decir de Nicaragua, pese a que el presidente Ortega, fuerte favorito, opina de todo aunque no le pregunten. El premio gordo, sin embargo, es Argentina, donde la victoria de Fernández mantendría o aun reforzaría su rara familiaridad con el líder venezolano, porque se toma más en serio lo que dice que su difunto esposo, Néstor, quien habría sido candidato de no fallecer en noviembre pasado. La victoria de cualquier otro: Ricardo Alfonsín, radical; algún peronista de las facciones antikirchneristas, o un tapado al frente de una coalición del resto del espectro político, sería desequilibrante para el chavismo. Argentina suena muy coyuntural como aliada de Venezuela, pero el kirchnerismo busca incesantemente su alma en la izquierda y solo tiene eso a mano.
Venezuela y Brasil mantienen posiciones, y de lo que falta por votar se podría derivar alguna ganancia chavista en Perú, junto al riesgo de modesta debacle en Argentina. El próximo día 28 se formalizará, con todo, la constitución de un arco del Pacífico en el que figuran Chile, Perú, Colombia y México, ostensiblemente enfocado a ordeñar la inversión china, pero que podría funcionar como mecanismo de coordinación de intereses liberales, siempre a salvo de lo que signifique Humala. Y es notorio que la penetración de China es totalmente apolítica. Pekín ha firmado un acuerdo con Caracas para el suministro de crudo por valor de 20.000 millones de dólares, pero su inversión es mucho mayor en Chile y Perú, países a los que ha multiplicado por nueve sus exportaciones en los últimos 10 años. El bloque chavista no sale de la trinidad Venezuela-Bolivia-Ecuador más el escudero nicaragüense, mientras que la difusa cercanía a Brasil ya comienza a organizarse.
Pero la hora de la verdad solo llegará en 2012 con las elecciones mexicanas y, especialmente, las venezolanas. Ahí Chávez se lo juega todo.
América Latina nunca había estado tan dividida; pero eso la obliga a mirarse a sí misma. Sus élites solo se habían interesado por la dominación interior, y en el exterior únicamente veían Washington, París o Londres. La presente distracción de Estados Unidos, embarcado en operaciones militares de redefinición hegemónica, y el ascenso de dos prima-donnas, Lula en Brasil y Chávez en Venezuela, dibujan hoy una nueva versión de América Latina con un cuadro de equilibrio o desequilibrio continental no tan distinto del europeo en el siglo XIX. Por ello, cada elección presidencial dice algo sobre esa relación de fuerzas.
Juan Manuel Santos sucedió en agosto pasado a Álvaro Uribe en Colombia; en diciembre, Dilma Rousseff tomó el relevo de Inázio Lula da Silva; el próximo 5 de junio se dirimirá la jefatura del Estado peruano entre el proto-indígena Ollanta Humala y la hija del expresidente Fujimori, Keiko Sofía; en septiembre será el turno de Guatemala, donde probablemente se enfrentarán Sandra Torres, esposa del presidente Álvaro Colom, y el exgeneral Otto Pérez Molina; en octubre le tocará a Argentina con la viuda de Kirchner, née Cristina Fernández, contra el candidato de una coalición antiperonista a elegir entre un barullo de aspirantes; y en noviembre el sandinista Daniel Ortega buscará la reelección contra una apuesta liberal-conservadora.
Las victorias de Santos -centro-derecha- y Rousseff -centro-izquierda- solo introducen matices. El colombiano ha dejado caer un acuerdo militar con Estados Unidos, y su luna de miel con Hugo Chávez es anatema para su antecesor, al que además reprocha que no calle la boca; pero eso no altera la naturaleza profunda de los dos bloques. Y Dilma Rousseff no parece que pretenda competir con Estados Unidos, promoviendo la paz en Oriente Próximo o haciéndole cariños a Irán, como Lula, pero hay quien opina que básicamente le calienta el sillón a su antecesor.
El peruano Ollanta Humala hizo en la primera vuelta un Funes: una transformación similar a la del presidente salvadoreño -Mauricio Funes-, que de antiguo guerrillero pasó a lulista confeso. La victoria del excomandante cobrizo entrañaría una incógnita, pero aun cumpliendo todas sus promesas de aplicado alumno de Occidente, Chávez saldría ganando porque el resto de la clase política peruana es profundamente antichavista. En Guatemala, el duopolio Colom-Torres -que va a divorciarse por amor al país, y de paso para que ella pueda ser candidata- se ha beneficiado de la generosidad petrolera del chavismo, sin que haya tenido que tomar partido. El exmilitar, en cambio, sería un buen recluta para el bloque antichavista. Pero el país pesa muy poco fuera del país. Y otro tanto cabría decir de Nicaragua, pese a que el presidente Ortega, fuerte favorito, opina de todo aunque no le pregunten. El premio gordo, sin embargo, es Argentina, donde la victoria de Fernández mantendría o aun reforzaría su rara familiaridad con el líder venezolano, porque se toma más en serio lo que dice que su difunto esposo, Néstor, quien habría sido candidato de no fallecer en noviembre pasado. La victoria de cualquier otro: Ricardo Alfonsín, radical; algún peronista de las facciones antikirchneristas, o un tapado al frente de una coalición del resto del espectro político, sería desequilibrante para el chavismo. Argentina suena muy coyuntural como aliada de Venezuela, pero el kirchnerismo busca incesantemente su alma en la izquierda y solo tiene eso a mano.
Venezuela y Brasil mantienen posiciones, y de lo que falta por votar se podría derivar alguna ganancia chavista en Perú, junto al riesgo de modesta debacle en Argentina. El próximo día 28 se formalizará, con todo, la constitución de un arco del Pacífico en el que figuran Chile, Perú, Colombia y México, ostensiblemente enfocado a ordeñar la inversión china, pero que podría funcionar como mecanismo de coordinación de intereses liberales, siempre a salvo de lo que signifique Humala. Y es notorio que la penetración de China es totalmente apolítica. Pekín ha firmado un acuerdo con Caracas para el suministro de crudo por valor de 20.000 millones de dólares, pero su inversión es mucho mayor en Chile y Perú, países a los que ha multiplicado por nueve sus exportaciones en los últimos 10 años. El bloque chavista no sale de la trinidad Venezuela-Bolivia-Ecuador más el escudero nicaragüense, mientras que la difusa cercanía a Brasil ya comienza a organizarse.
Pero la hora de la verdad solo llegará en 2012 con las elecciones mexicanas y, especialmente, las venezolanas. Ahí Chávez se lo juega todo.
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