miércoles, 27 de abril de 2011

POLÍTICA INDUSTRIAL

Rogelio Ramírez de la O / El Universal
Algunos círculos claman por una ''política industrial'', entendida como visión de Estado y políticas de largo plazo para el desarrollo de la industria
Algunos círculos claman por una “política industrial”, entendida como visión de Estado y políticas de largo plazo para el desarrollo de la industria. Esto, porque hace décadas que las políticas públicas dejaron de ocuparse de la industria, bajo el supuesto de que la estabilidad macroeconómica por sí sola bastaba para inducir el desarrollo industrial.
El abandono se ilustra con la frase atribuida a un miembro del gabinete de Carlos Salinas de que “la mejor política industrial es no política industrial”. En realidad la política macroeconómica desde Salinas en gran medida excluía la posibilidad de atender específicamente a sectores industriales, pues se limitaba a unos cuantos instrumentos de política: el tipo de cambio, el control de la inflación y el control del déficit fiscal. Cualquier atención específica a sectores de la industria podría contradecir esa política macroeconómica y restarle credibilidad.
Esto implicaba del sometimiento de todas las áreas del Gobierno ocupadas de la actividad económica real al área encargada de la política macroeconómica. El problema es que dicha política tuvo errores, como el abuso del tipo de cambio para bajar la inflación, llevando a su sobrevaluación. También, la confusión de que los tratados de libre comercio por sí mismos generan más industrialización. Se olvidó que para el éxito del libre comercio se requiere una oferta doméstica abundante, competitiva y en constante desarrollo.
Así, no sólo se desatendió a la industria, sino que con esa política macroeconómica se le dañó. Lo mismo ocurrió con el sector agropecuario.
El resultado es el pobre crecimiento de México en los últimos 30 años de sólo 2.4%, o sea, el casi estancamiento del producto por habitante. Sucedió en una época en la que el crecimiento mundial se aceleró, por lo que el desempeño de México en realidad es más pobre de lo que dicen las cifras.
Hoy la industria sigue inconforme por la sobrevaluación cambiaria, la falta de infraestructura, la apertura a importaciones a precios subsidiados por gobiernos extranjeros, la falta de crédito y el alto costo de los energéticos. Pero su influencia para inducir un cambio de política, a diferencia de hace varias décadas, está muy disminuida.
Eso es en parte porque la ideología en el Gobierno ha hecho que sus políticas públicas se hayan tornado aún más contrarias a atender a sectores específicos. Por el contrario, sigue favoreciendo las importaciones. Un ejemplo es la importación indiscriminada de automóviles usados cuando la retórica oficial es apuntalar la industria automotriz.
Los tiempos están cambiando y será posible revalorar la contribución de la industria y la agricultura al crecimiento y al desarrollo. Pero es importante que esto se haga con una nueva visión que incorpore las lecciones de planes industriales o regulaciones irrealistas de los años setenta.
Hay mucho potencial en esta revaloración que debe comenzar con reconocer que el libre comercio está íntimamente ligado al desarrollo industrial y debe ser congruente con éste para que sea exitoso. Eso requiere vencer prejuicios ideológicos y refinar visiones económicas que por ser demasiado rudimentarias no dieron el resultado que la teoría predice.
La tarea es también del Senado que, para empezar, no debería estar aprobando tratados de libre comercio sin antes tener un estudio completo de los efectos que van a tener. Y los industriales tienen que ser más autocríticos e independientes y darse cuenta que durante décadas han aceptado sin protesta políticas que ellos saben que no funcionan.

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