Pete Rouse, un estrecho colaborador del presidente, sustituye a Rahm Emanuel
ANTONIO CAÑO EL PAÌS
En un momento decisivo de su presidencia, Barack Obama ha despedido a Rahm Emanuel, el hombre que le sirvió para conectarse con los centros de poder en Washington, y ha nombrado para el mismo cargo de jefe de Gabinete a Pete Rouse, un integrante de su más íntimo círculo de asesores, en un movimiento que sugiere el regreso de Obama a sus orígenes, la recuperación en la segunda parte de su mandato de los valores que hicieron de él un candidato excepcional en la historia norteamericana. Con este cambio, el presidente demuestra que empieza ya a preocuparse más de su reelección que de su agenda legislativa.
No es un volantazo. Es el giro de un trasatlántico cuyo rumbo definitivo tardará unos días en conocerse. Por la personalidad y la trayectoria de Emanuel y de Rouse pueden deducirse, sin embargo, algunas consecuencias inmediatas de este relevo: ganan la izquierda y los viejos amigos del presidente, pierden los abogados del bipartidismo y el centrismo; ganan los leales, pierden los advenedizos; gana armonía la Casa Blanca, pierde brillantez el país.
Emanuel, que ahora tratará de ser alcalde de Chicago, era al mismo tiempo un muñidor de acuerdos políticos, un advenedizo que no participó en la campaña electoral y más bien procedía del entorno de Hillary Clinton y uno de los más brillantes cerebros de la clase política norteamericana. Fue una pieza fundamental en el resurgimiento demócrata tras el triunfo de George Bush y el arquitecto indiscutible de la extraordinaria victoria de esa formación en las legislativas de 2006.
Eso lo convirtió en uno de los hombres más influyentes de Washington. Obama se puso en sus manos para sacar adelante su ambicioso proyecto de reformas. El plan no salió del todo bien. Aunque el éxito de la aprobación de la nueva ley sanitaria y la de control financiero hay que anotárselo esencialmente a Emanuel, también hay que culparle a él de un accidentado procedimiento que empañó el resultado final y que hizo parecer a Obama débil y demasiado conciliador.
La izquierda lo aborrece por eso (también por algunos desplantes y malos modos) y juzga en retrospectiva que a Obama le hubiera ido mejor si se hubiera olvidado de cortejar a los republicanos y hubiera acelerado la aprobación de su programa de cambios solo con votos demócratas.
No puede garantizarse que la salida de Emanuel, precedida de la de tres asesores económicos también del sector centrista, suponga inmediatamente un aumento del peso de la izquierda en esta Administración. Obama es por naturaleza un moderado inclinado a escuchar a ambos lados. Pero sí es previsible que la necesidad de reflotar la imagen del presidente después del previsible triunfo republicano en noviembre acentúe la oratoria progresista. Probablemente, la situación del Congreso dentro de un mes no va a permitir otra cosa.
Entra Rouse, el modesto
La salida de Emanuel es más significativa sobre el rumbo que pueden tomar los acontecimientos que la entrada de Rouse, quien asume con una etiqueta formal de "interino" que define su modestia como figura política. Rouse es la antítesis de Emanuel y jamás podrá llenar sus zapatos. Después de más de 30 años en el servicio público en Washington, poca gente conoce su nombre, incluso entre los iniciados.
Los dos aspectos más destacados de su biografía son los de jefe de Gabinete de Obama cuando este era senador ?lo que demuestra que el presidente ha recurrido a quien sabe llevarle fielmente los papeles? y el de jefe de Gabinete del ex senador Tom Daschle, sin duda el político a quien más admira Obama. Rouse ha estado en la Casa Blanca durante los últimos dos años, pero, como siempre, en un papel oscuro, dedicando su tiempo principalmente a corregir los errores de otros. "El dicho más frecuente en el Casa Blanca es: 'deja que lo arregle Pete", ha recordado Obama al presentar a su nuevo jefe de Gabinete.
Emanuel fue de hecho un primer ministro. Ahora esas tareas tendrán que repartírselas entre las figuras en ascenso en la avenida de Pensilvania: David Alxerod, el principal consejero político; David Plouffe, el creador del mito Obama, y Robert Gibbs, quien pronto dejará de ser director de comunicaciones para asumir mayores responsabilidades.
Axelrod ya ha anunciado que dentro de un año o año y medio dejará también su cargo para dedicarse de lleno a la campaña de reelección. Pero es evidente que esa es ya la preocupación principal en el entorno del presidente. Si ha sido difícil legislar hasta la fecha, después del 2 de noviembre va a ser prácticamente imposible que Obama consiga en el Capitolio mayorías suficientes para sacar adelante leyes como la reforma migratoria, energética, educativa o sobre el cambio climático. Todo se centrará en salvar la imagen del presidente del bloqueo que se avecina.
ANTONIO CAÑO EL PAÌS
En un momento decisivo de su presidencia, Barack Obama ha despedido a Rahm Emanuel, el hombre que le sirvió para conectarse con los centros de poder en Washington, y ha nombrado para el mismo cargo de jefe de Gabinete a Pete Rouse, un integrante de su más íntimo círculo de asesores, en un movimiento que sugiere el regreso de Obama a sus orígenes, la recuperación en la segunda parte de su mandato de los valores que hicieron de él un candidato excepcional en la historia norteamericana. Con este cambio, el presidente demuestra que empieza ya a preocuparse más de su reelección que de su agenda legislativa.
No es un volantazo. Es el giro de un trasatlántico cuyo rumbo definitivo tardará unos días en conocerse. Por la personalidad y la trayectoria de Emanuel y de Rouse pueden deducirse, sin embargo, algunas consecuencias inmediatas de este relevo: ganan la izquierda y los viejos amigos del presidente, pierden los abogados del bipartidismo y el centrismo; ganan los leales, pierden los advenedizos; gana armonía la Casa Blanca, pierde brillantez el país.
Emanuel, que ahora tratará de ser alcalde de Chicago, era al mismo tiempo un muñidor de acuerdos políticos, un advenedizo que no participó en la campaña electoral y más bien procedía del entorno de Hillary Clinton y uno de los más brillantes cerebros de la clase política norteamericana. Fue una pieza fundamental en el resurgimiento demócrata tras el triunfo de George Bush y el arquitecto indiscutible de la extraordinaria victoria de esa formación en las legislativas de 2006.
Eso lo convirtió en uno de los hombres más influyentes de Washington. Obama se puso en sus manos para sacar adelante su ambicioso proyecto de reformas. El plan no salió del todo bien. Aunque el éxito de la aprobación de la nueva ley sanitaria y la de control financiero hay que anotárselo esencialmente a Emanuel, también hay que culparle a él de un accidentado procedimiento que empañó el resultado final y que hizo parecer a Obama débil y demasiado conciliador.
La izquierda lo aborrece por eso (también por algunos desplantes y malos modos) y juzga en retrospectiva que a Obama le hubiera ido mejor si se hubiera olvidado de cortejar a los republicanos y hubiera acelerado la aprobación de su programa de cambios solo con votos demócratas.
No puede garantizarse que la salida de Emanuel, precedida de la de tres asesores económicos también del sector centrista, suponga inmediatamente un aumento del peso de la izquierda en esta Administración. Obama es por naturaleza un moderado inclinado a escuchar a ambos lados. Pero sí es previsible que la necesidad de reflotar la imagen del presidente después del previsible triunfo republicano en noviembre acentúe la oratoria progresista. Probablemente, la situación del Congreso dentro de un mes no va a permitir otra cosa.
Entra Rouse, el modesto
La salida de Emanuel es más significativa sobre el rumbo que pueden tomar los acontecimientos que la entrada de Rouse, quien asume con una etiqueta formal de "interino" que define su modestia como figura política. Rouse es la antítesis de Emanuel y jamás podrá llenar sus zapatos. Después de más de 30 años en el servicio público en Washington, poca gente conoce su nombre, incluso entre los iniciados.
Los dos aspectos más destacados de su biografía son los de jefe de Gabinete de Obama cuando este era senador ?lo que demuestra que el presidente ha recurrido a quien sabe llevarle fielmente los papeles? y el de jefe de Gabinete del ex senador Tom Daschle, sin duda el político a quien más admira Obama. Rouse ha estado en la Casa Blanca durante los últimos dos años, pero, como siempre, en un papel oscuro, dedicando su tiempo principalmente a corregir los errores de otros. "El dicho más frecuente en el Casa Blanca es: 'deja que lo arregle Pete", ha recordado Obama al presentar a su nuevo jefe de Gabinete.
Emanuel fue de hecho un primer ministro. Ahora esas tareas tendrán que repartírselas entre las figuras en ascenso en la avenida de Pensilvania: David Alxerod, el principal consejero político; David Plouffe, el creador del mito Obama, y Robert Gibbs, quien pronto dejará de ser director de comunicaciones para asumir mayores responsabilidades.
Axelrod ya ha anunciado que dentro de un año o año y medio dejará también su cargo para dedicarse de lleno a la campaña de reelección. Pero es evidente que esa es ya la preocupación principal en el entorno del presidente. Si ha sido difícil legislar hasta la fecha, después del 2 de noviembre va a ser prácticamente imposible que Obama consiga en el Capitolio mayorías suficientes para sacar adelante leyes como la reforma migratoria, energética, educativa o sobre el cambio climático. Todo se centrará en salvar la imagen del presidente del bloqueo que se avecina.
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