Los países emergentes crecen casi cinco veces más que los ricos en la actual década
CLAUDI PÉREZ / EL PAÍS
Un chófer de autobús de Hamburgo gana unas 50 veces más que uno de Nueva Delhi. El libre mercado es un mito: el conductor indio difícilmente podría emigrar a Alemania aunque quisiera; los flujos migratorios están restringidos. Pero es que si ese tipo se pone a pensar en sus nietos, puede que ni siquiera sea tan buena idea marcharse. En los 10 últimos años, el crecimiento de las economías emergentes, con China e India como punta de lanza, se puede calificar con un abanico de adjetivos que van del sensacional al espectacular. En esos mismos 10 años, Estados Unidos, Europa Occidental y Japón -los más ricos de entre los ricos- se quedan muy, muy atrás. Los datos del Fondo Monetario Internacional constatan que ha empezado, por fin, una era de convergencia que en principio se deriva de la lógica económica: el capital se irá donde pueda rendir más, y nadie puede competir con la estructura de costes del mundo en desarrollo, que asimismo está cada vez más tecnologizado. Sin embargo, la lógica a veces no funciona: en los últimos 200 años no había sucedido nada remotamente parecido.
Diez años atrás, el mundo desarrollado sacaba brillo a la economía mundial: concentraba alrededor de dos terceras partes de la riqueza global (teniendo en cuenta las diferencias de poder de compra). Desde entonces ese peso ha caído a alrededor de la mitad. Y si todo sigue igual, en la próxima década podría reducirse al 40%.
Empieza un cambio de guardia en la economía mundial. Suena algo pomposo, y hay un buen puñado de riesgos que pueden truncar esa nueva etapa de la historia económica moderna, empezando por la actual guerra de divisas, por no hablar de las dificultades derivadas de las grandes desigualdades sociales en esos países o de eventuales problemas políticos. Al cabo, los antiguos imperios siempre tardaron mucho tiempo en hundirse, y los nuevos mucho en emerger: EE UU sufrió crisis brutales desde el siglo XIX, cuando empezaba a despuntar, y también ahora hay problemas esperando a los emergentes. Además, en el fondo nunca hay que perder de vista que la renta per cápita china es de 7.500 dólares anuales, mientras que la de Estados Unidos supera los 47.000.
Pero ahí están los nuevos datos de crecimiento acumulado en la última década, sacados del Informe de Perspectivas Mundiales del FMI, presentado hace unos días en Washington. En los años ochenta las economías avanzadas y las emergentes crecieron más o menos lo mismo. En los noventa, de nuevo hubo un empate técnico: el crecimiento de los emergentes fue ligeramente mayor, pero casi exclusivamente por los asiáticos. La primera década del siglo XX -la de los atentados de las Torres Gemelas, la de la mayor burbuja inmobiliaria de la historia, la que termina con la Gran Recesión- supone un vuelco: la actual década es la primera en la que las economías avanzadas han crecido claramente por debajo de las de todos y cada uno de los grupos de emergentes. Un 17% frente a un 82%: casi cinco veces menos.
"Es algo histórico, es una maravilla que después de 200 años de enorme divergencia se inicie un proceso de reducción de las desigualdades", apunta desde Boston Ricardo Haussman, director del Centro de Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard. "Pero las diferencias siguen siendo gigantescas como para tomarse todo eso del crecimiento acumulado con un punto de escepticismo. Cuando Adam Smith, hace más de 200 años, escribió La riqueza de las naciones [uno de los libros fundacionales del capitalismo], la renta por habitante del país más rico (Reino Unido) multiplicaba por cuatro la del más pobre; hoy, un estadounidense medio es 400 veces más rico que un congoleño. Quedan siglos para que esas diferencias vuelvan a niveles tolerables. Pero la última década es un comienzo: un buen comienzo", sostiene.
Entre los que más crecen desde 2001 a 2010 aparecen países recién salidos de conflictos bélicos o con grandes riquezas en recursos naturales, además de economías que han disfrutado de una recuperación natural tras las crisis financieras previas, como en América Latina o Asia. Pero sobre todo ahí están China, con un avance acumulado del 170%, e India, que ha duplicado el tamaño de su economía de 2001 a 2010. En general, los emergentes asiáticos se destacan. Europa Central y del Este, América Latina, Oriente Medio e incluso África registran también avances formidables. En el furgón de cola, países golpeados por el infortunio (Haití), por guerras (Liberia) y décadas perdidas en Alemania, Dinamarca, Japón o Portugal, pero sobre todo en Italia, que aparecen en los últimos puestos por avance del PIB, los que permiten usar la manida fórmula de la década perdida sin más explicación que la anemia de sus economías.
El caso opuesto: China e India. Siempre China e India. "La clave de bóveda de este proceso es que desde los ochenta sólo podía hablarse de convergencia para los pequeños países, para los tigres asiáticos, por ejemplo, en breves periodos que se alternaban con duras crisis. Lo espectacular es que ahora son dos países que suman 2.500 millones de habitantes quienes protagonizan una historia de crecimiento sostenido. Con todas sus contradicciones, con paradojas brutales, con millones de personas viviendo bajo el umbral de pobreza mientras a la vez esos países lideran las exportaciones a Silicon Valley, con todo eso no hay que quitarle importancia al liderazgo de esas economías en un contexto mundial de estancamiento", añade Emilio Ontiveros, presidente de AFI.
El comercio internacional explica parte de ese movimiento telúrico. "La idea de que la economía mundial está moviendo su centro de gravedad hacia el Este no es nueva", explica desde Ginebra el chileno Alejandro Jara, director general adjunto de la Organización Mundial de Comercio (OMC). "La apertura comercial ha contribuido a ese proceso: es condición necesaria, pero no suficiente. ¿Por qué no llegó antes la convergencia si el potencial de esos países estaba ahí larvado? En parte, porque esas economías se mantenían cerradas a cal y canto y por lo tanto no absorbían tecnología ni inversiones, y porque la gestión de la política económica en muchos casos no era la más adecuada", explica Jara.
Pero hay más causas. La primera década del siglo XXI probablemente pasará a la historia como un periodo tumultuoso, con múltiples eventos de difícil comprensión que dejan una sensación de incertidumbre e indefinición. Por un lado, lo que ocurrió es que la tecnología lleva años extendiendo por todo el mundo un shock de gran magnitud. Hay otras razones: "La complejidad debe contrarrestarse con cierta simplicidad: lo que ocurrió, simplificando, es que los ricos se manejaron mal y los emergentes razonablemente bien (en el caso de India) o extraordinariamente bien (en el de China)", indica Juan Ignacio Crespo, de Thomson Reuters.
Además, el economista Charles Wyplosz, del Graduate Institute de Ginebra, asegura que la década se caracteriza por una conducción de la política económica muy irresponsable de la bonanza económica en los países desarrollados, "que echaron más leña al fuego de las burbujas, especialmente en EE UU". "Japón lleva dos décadas perdidas, y los otros grandes bloques económicos, la eurozona y en menor medida Estados Unidos, pueden ir por ese camino por los errores que acumulan desde hace años", añade.
A la vez, los emergentes venían muy escaldados de las crisis de los noventa: en una suerte de efecto escarmiento, empezaron a acumular reservas, tomaron las decisiones correctas en política económica; hicieron las cosas bien. "Tal vez la resaca de esas crisis, tanto en el Sureste asiático como en Latinoamérica, provocó que no tuvieran suficiente cuerda con la que ahorcarse cuando llegaron los años del boom, y eso ha hecho que los emergentes hayan demostrado ahora una salud de hierro para lidiar con la Gran Recesión", indica Costas Lapavitsas, del think tank londinense RMF.
Cuanto más mire uno hacia atrás más podrá mirar hacia delante, decía el inevitable Winston Churchill. El nuevo orden económico mundial que viene es de hecho reflejo del pasado. Asia concentró alrededor de la mitad de la riqueza global en 18 de los últimos 20 siglos, nada menos. Todo cambió en los últimos 200 años: tras la revolución industrial se abrió un abismo enorme entre los países industrializados y los pobres. Aunque siempre ha habido saltos de uno a otro grupo. Argentina era un país rico antes de la primera guerra mundial -"rico como un argentino" era un calificativo común en Europa por aquel entonces- y perdió esa categoría; Japón experimentó la evolución contraria y en apenas 20 años (de 1953 a 1973) protagonizó una transformación pasmosa.
Pero como bloque, nunca hasta esta década un grupo tan numeroso de países emergentes ha protagonizado una evolución tan excepcional. Eso augura fricciones: el mundo rico no está preparado para la emergencia de grandes colosos, que han duplicado de un plumazo la mano de obra disponible a escala mundial. "Vienen tiempos muy peculiares para Occidente, que en los últimos años lo ha hecho francamente mal y ahora despierta de la crisis constatando que los países en desarrollo lo han hecho francamente bien", avisa el economista Vicente Pallardó, de la Universidad de Valencia. En realidad, ese proceso de convergencia lo único que hace es constatar la validez de lo que predice la teoría económica: la ventaja competitiva, los análisis de Robert Barro y Xavier Sala i Martín que hace 20 años ya auguraban algo parecido. "Nada de eso va a suceder sin tensiones", advierte Pallardó.
"No quiero realidad: quiero magia", dice uno de los personajes de Un tranvía llamado deseo. Y sin embargo, la realidad se impone: esas tensiones han empezado a brotar en forma de guerra de divisas, con China una vez más como protagonista. Economistas como el Nobel Paul Krugman reclaman medidas proteccionistas contra China y a pesar de los esfuerzos del FMI, la OMC o el G-20, no es descartable una guerra comercial. El lío es importante: con las economías avanzadas en estado catatónico, los ricos acusan a los emergentes de intervenir en el mercado para depreciar sus monedas y de abaratar así, artificialmente, sus exportaciones. Los pobres acusan a los ricos de abusar de la política monetaria, de la barra libre de liquidez, para tratar de hacer lo mismo. En medio de ese maremágnum, el capital vuela hacia los emergentes, que tienen buena memoria: saben que esos ingentes flujos de dinero suelen acabar hinchando burbujas. Y saben también que las burbujas terminan explotando.
El supuesto gurú Lester Thurow pronosticó que Japón daría batalla a EE UU justo el año que empezó la decadencia japonesa, que lleva prácticamente dos décadas perdidas consecutivas. Los chinos han estudiado en profundidad la trampa japonesa, y es evidente que en general todos los emergentes conocen bien la combinación de riesgos a la que se enfrentan. El declive del imperio americano es evidente; la evolución del dólar es la penúltima prueba de lo que está ocurriendo. La riqueza de Estados Unidos y Europa ha atravesado océanos y se ha instalado ya en Asia, y esa ola llega a América Latina y ha empezado también a acercarse a África. Hay riesgos: a cientos. Pero cansa también comprobar una y otra vez que predicar pesimismo se ha convertido en el deporte favorito de todos los que quieren disfrazarse de sabios. "Va a haber crisis, va a haber problemas, montones de dificultades. Pero para el ciudadano medio si es que eso existe, la próxima década va a ser tan buena como lo fue la pasada", apostilla Ricardo Haussman.
Quinielas del próximo lustro
El rápido crecimiento económico que comenzó en algunos países asiáticos en los años sesenta se ha extendido hoy a lo largo de un amplio arco del este de Asia, de América Latina y en menor medida de Europa del Este. Y en el próximo lustro seguirá ocurriendo algo parecido: un vistazo a las previsiones del FMI hasta 2015 deja a China creciendo a un ritmo asombroso del 57% -más del 10% anual- e India rozando el 50%. Junto a esas dos puntas de lanza, un nutrido grupo de países en vías de desarrollo impulsará la economía mundial en los próximos años; serán su principal motor.
Una versión parecida de ese optimismo apareció en los primeros días de la Gran Recesión. Entonces se decía que los emergentes podían evitar la debacle del mundo rico: no habían caído en excesos financieros y sus economías parecían sólidas. "Esas esperanzas se desvanecieron a medida que se secó el crédito y se colapsó el comercio internacional", recuerda Dani Rodrik, de Harvard. Ahora los riesgos son otros: las grandes economías, empezando por EE UU, han inundado los mercados de liquidez y esa puede ser una gran fuente de perturbaciones. El Nobel Joseph Stiglitz advierte del riesgo de que se estén formando burbujas ante la afluencia masiva de capitales hacia los emergentes, en busca de rentabilidad. La prueba de esas tensiones es la guerra de divisas, que puede derivar en guerra comercial.
Justo al otro lado, Portugal (4,1%), Grecia (5,4%) y Venezuela (5,8%) son los tres países que menos crecerán en el próximo lustro. Italia (6,5%) y España (9,08%) están también entre los 10 peores. Y no mucho mejor les irá a Alemania, Japón, Holanda y Francia, que presentan también avances inferiores al 10% en cinco años. La primera potencia del mundo, EE UU, crecerá menos del 15%, siempre según las previsiones del FMI. El mundo sigue girando: China e India están en otra dimensión.
CLAUDI PÉREZ / EL PAÍS
Un chófer de autobús de Hamburgo gana unas 50 veces más que uno de Nueva Delhi. El libre mercado es un mito: el conductor indio difícilmente podría emigrar a Alemania aunque quisiera; los flujos migratorios están restringidos. Pero es que si ese tipo se pone a pensar en sus nietos, puede que ni siquiera sea tan buena idea marcharse. En los 10 últimos años, el crecimiento de las economías emergentes, con China e India como punta de lanza, se puede calificar con un abanico de adjetivos que van del sensacional al espectacular. En esos mismos 10 años, Estados Unidos, Europa Occidental y Japón -los más ricos de entre los ricos- se quedan muy, muy atrás. Los datos del Fondo Monetario Internacional constatan que ha empezado, por fin, una era de convergencia que en principio se deriva de la lógica económica: el capital se irá donde pueda rendir más, y nadie puede competir con la estructura de costes del mundo en desarrollo, que asimismo está cada vez más tecnologizado. Sin embargo, la lógica a veces no funciona: en los últimos 200 años no había sucedido nada remotamente parecido.
Diez años atrás, el mundo desarrollado sacaba brillo a la economía mundial: concentraba alrededor de dos terceras partes de la riqueza global (teniendo en cuenta las diferencias de poder de compra). Desde entonces ese peso ha caído a alrededor de la mitad. Y si todo sigue igual, en la próxima década podría reducirse al 40%.
Empieza un cambio de guardia en la economía mundial. Suena algo pomposo, y hay un buen puñado de riesgos que pueden truncar esa nueva etapa de la historia económica moderna, empezando por la actual guerra de divisas, por no hablar de las dificultades derivadas de las grandes desigualdades sociales en esos países o de eventuales problemas políticos. Al cabo, los antiguos imperios siempre tardaron mucho tiempo en hundirse, y los nuevos mucho en emerger: EE UU sufrió crisis brutales desde el siglo XIX, cuando empezaba a despuntar, y también ahora hay problemas esperando a los emergentes. Además, en el fondo nunca hay que perder de vista que la renta per cápita china es de 7.500 dólares anuales, mientras que la de Estados Unidos supera los 47.000.
Pero ahí están los nuevos datos de crecimiento acumulado en la última década, sacados del Informe de Perspectivas Mundiales del FMI, presentado hace unos días en Washington. En los años ochenta las economías avanzadas y las emergentes crecieron más o menos lo mismo. En los noventa, de nuevo hubo un empate técnico: el crecimiento de los emergentes fue ligeramente mayor, pero casi exclusivamente por los asiáticos. La primera década del siglo XX -la de los atentados de las Torres Gemelas, la de la mayor burbuja inmobiliaria de la historia, la que termina con la Gran Recesión- supone un vuelco: la actual década es la primera en la que las economías avanzadas han crecido claramente por debajo de las de todos y cada uno de los grupos de emergentes. Un 17% frente a un 82%: casi cinco veces menos.
"Es algo histórico, es una maravilla que después de 200 años de enorme divergencia se inicie un proceso de reducción de las desigualdades", apunta desde Boston Ricardo Haussman, director del Centro de Desarrollo Internacional de la Universidad de Harvard. "Pero las diferencias siguen siendo gigantescas como para tomarse todo eso del crecimiento acumulado con un punto de escepticismo. Cuando Adam Smith, hace más de 200 años, escribió La riqueza de las naciones [uno de los libros fundacionales del capitalismo], la renta por habitante del país más rico (Reino Unido) multiplicaba por cuatro la del más pobre; hoy, un estadounidense medio es 400 veces más rico que un congoleño. Quedan siglos para que esas diferencias vuelvan a niveles tolerables. Pero la última década es un comienzo: un buen comienzo", sostiene.
Entre los que más crecen desde 2001 a 2010 aparecen países recién salidos de conflictos bélicos o con grandes riquezas en recursos naturales, además de economías que han disfrutado de una recuperación natural tras las crisis financieras previas, como en América Latina o Asia. Pero sobre todo ahí están China, con un avance acumulado del 170%, e India, que ha duplicado el tamaño de su economía de 2001 a 2010. En general, los emergentes asiáticos se destacan. Europa Central y del Este, América Latina, Oriente Medio e incluso África registran también avances formidables. En el furgón de cola, países golpeados por el infortunio (Haití), por guerras (Liberia) y décadas perdidas en Alemania, Dinamarca, Japón o Portugal, pero sobre todo en Italia, que aparecen en los últimos puestos por avance del PIB, los que permiten usar la manida fórmula de la década perdida sin más explicación que la anemia de sus economías.
El caso opuesto: China e India. Siempre China e India. "La clave de bóveda de este proceso es que desde los ochenta sólo podía hablarse de convergencia para los pequeños países, para los tigres asiáticos, por ejemplo, en breves periodos que se alternaban con duras crisis. Lo espectacular es que ahora son dos países que suman 2.500 millones de habitantes quienes protagonizan una historia de crecimiento sostenido. Con todas sus contradicciones, con paradojas brutales, con millones de personas viviendo bajo el umbral de pobreza mientras a la vez esos países lideran las exportaciones a Silicon Valley, con todo eso no hay que quitarle importancia al liderazgo de esas economías en un contexto mundial de estancamiento", añade Emilio Ontiveros, presidente de AFI.
El comercio internacional explica parte de ese movimiento telúrico. "La idea de que la economía mundial está moviendo su centro de gravedad hacia el Este no es nueva", explica desde Ginebra el chileno Alejandro Jara, director general adjunto de la Organización Mundial de Comercio (OMC). "La apertura comercial ha contribuido a ese proceso: es condición necesaria, pero no suficiente. ¿Por qué no llegó antes la convergencia si el potencial de esos países estaba ahí larvado? En parte, porque esas economías se mantenían cerradas a cal y canto y por lo tanto no absorbían tecnología ni inversiones, y porque la gestión de la política económica en muchos casos no era la más adecuada", explica Jara.
Pero hay más causas. La primera década del siglo XXI probablemente pasará a la historia como un periodo tumultuoso, con múltiples eventos de difícil comprensión que dejan una sensación de incertidumbre e indefinición. Por un lado, lo que ocurrió es que la tecnología lleva años extendiendo por todo el mundo un shock de gran magnitud. Hay otras razones: "La complejidad debe contrarrestarse con cierta simplicidad: lo que ocurrió, simplificando, es que los ricos se manejaron mal y los emergentes razonablemente bien (en el caso de India) o extraordinariamente bien (en el de China)", indica Juan Ignacio Crespo, de Thomson Reuters.
Además, el economista Charles Wyplosz, del Graduate Institute de Ginebra, asegura que la década se caracteriza por una conducción de la política económica muy irresponsable de la bonanza económica en los países desarrollados, "que echaron más leña al fuego de las burbujas, especialmente en EE UU". "Japón lleva dos décadas perdidas, y los otros grandes bloques económicos, la eurozona y en menor medida Estados Unidos, pueden ir por ese camino por los errores que acumulan desde hace años", añade.
A la vez, los emergentes venían muy escaldados de las crisis de los noventa: en una suerte de efecto escarmiento, empezaron a acumular reservas, tomaron las decisiones correctas en política económica; hicieron las cosas bien. "Tal vez la resaca de esas crisis, tanto en el Sureste asiático como en Latinoamérica, provocó que no tuvieran suficiente cuerda con la que ahorcarse cuando llegaron los años del boom, y eso ha hecho que los emergentes hayan demostrado ahora una salud de hierro para lidiar con la Gran Recesión", indica Costas Lapavitsas, del think tank londinense RMF.
Cuanto más mire uno hacia atrás más podrá mirar hacia delante, decía el inevitable Winston Churchill. El nuevo orden económico mundial que viene es de hecho reflejo del pasado. Asia concentró alrededor de la mitad de la riqueza global en 18 de los últimos 20 siglos, nada menos. Todo cambió en los últimos 200 años: tras la revolución industrial se abrió un abismo enorme entre los países industrializados y los pobres. Aunque siempre ha habido saltos de uno a otro grupo. Argentina era un país rico antes de la primera guerra mundial -"rico como un argentino" era un calificativo común en Europa por aquel entonces- y perdió esa categoría; Japón experimentó la evolución contraria y en apenas 20 años (de 1953 a 1973) protagonizó una transformación pasmosa.
Pero como bloque, nunca hasta esta década un grupo tan numeroso de países emergentes ha protagonizado una evolución tan excepcional. Eso augura fricciones: el mundo rico no está preparado para la emergencia de grandes colosos, que han duplicado de un plumazo la mano de obra disponible a escala mundial. "Vienen tiempos muy peculiares para Occidente, que en los últimos años lo ha hecho francamente mal y ahora despierta de la crisis constatando que los países en desarrollo lo han hecho francamente bien", avisa el economista Vicente Pallardó, de la Universidad de Valencia. En realidad, ese proceso de convergencia lo único que hace es constatar la validez de lo que predice la teoría económica: la ventaja competitiva, los análisis de Robert Barro y Xavier Sala i Martín que hace 20 años ya auguraban algo parecido. "Nada de eso va a suceder sin tensiones", advierte Pallardó.
"No quiero realidad: quiero magia", dice uno de los personajes de Un tranvía llamado deseo. Y sin embargo, la realidad se impone: esas tensiones han empezado a brotar en forma de guerra de divisas, con China una vez más como protagonista. Economistas como el Nobel Paul Krugman reclaman medidas proteccionistas contra China y a pesar de los esfuerzos del FMI, la OMC o el G-20, no es descartable una guerra comercial. El lío es importante: con las economías avanzadas en estado catatónico, los ricos acusan a los emergentes de intervenir en el mercado para depreciar sus monedas y de abaratar así, artificialmente, sus exportaciones. Los pobres acusan a los ricos de abusar de la política monetaria, de la barra libre de liquidez, para tratar de hacer lo mismo. En medio de ese maremágnum, el capital vuela hacia los emergentes, que tienen buena memoria: saben que esos ingentes flujos de dinero suelen acabar hinchando burbujas. Y saben también que las burbujas terminan explotando.
El supuesto gurú Lester Thurow pronosticó que Japón daría batalla a EE UU justo el año que empezó la decadencia japonesa, que lleva prácticamente dos décadas perdidas consecutivas. Los chinos han estudiado en profundidad la trampa japonesa, y es evidente que en general todos los emergentes conocen bien la combinación de riesgos a la que se enfrentan. El declive del imperio americano es evidente; la evolución del dólar es la penúltima prueba de lo que está ocurriendo. La riqueza de Estados Unidos y Europa ha atravesado océanos y se ha instalado ya en Asia, y esa ola llega a América Latina y ha empezado también a acercarse a África. Hay riesgos: a cientos. Pero cansa también comprobar una y otra vez que predicar pesimismo se ha convertido en el deporte favorito de todos los que quieren disfrazarse de sabios. "Va a haber crisis, va a haber problemas, montones de dificultades. Pero para el ciudadano medio si es que eso existe, la próxima década va a ser tan buena como lo fue la pasada", apostilla Ricardo Haussman.
Quinielas del próximo lustro
El rápido crecimiento económico que comenzó en algunos países asiáticos en los años sesenta se ha extendido hoy a lo largo de un amplio arco del este de Asia, de América Latina y en menor medida de Europa del Este. Y en el próximo lustro seguirá ocurriendo algo parecido: un vistazo a las previsiones del FMI hasta 2015 deja a China creciendo a un ritmo asombroso del 57% -más del 10% anual- e India rozando el 50%. Junto a esas dos puntas de lanza, un nutrido grupo de países en vías de desarrollo impulsará la economía mundial en los próximos años; serán su principal motor.
Una versión parecida de ese optimismo apareció en los primeros días de la Gran Recesión. Entonces se decía que los emergentes podían evitar la debacle del mundo rico: no habían caído en excesos financieros y sus economías parecían sólidas. "Esas esperanzas se desvanecieron a medida que se secó el crédito y se colapsó el comercio internacional", recuerda Dani Rodrik, de Harvard. Ahora los riesgos son otros: las grandes economías, empezando por EE UU, han inundado los mercados de liquidez y esa puede ser una gran fuente de perturbaciones. El Nobel Joseph Stiglitz advierte del riesgo de que se estén formando burbujas ante la afluencia masiva de capitales hacia los emergentes, en busca de rentabilidad. La prueba de esas tensiones es la guerra de divisas, que puede derivar en guerra comercial.
Justo al otro lado, Portugal (4,1%), Grecia (5,4%) y Venezuela (5,8%) son los tres países que menos crecerán en el próximo lustro. Italia (6,5%) y España (9,08%) están también entre los 10 peores. Y no mucho mejor les irá a Alemania, Japón, Holanda y Francia, que presentan también avances inferiores al 10% en cinco años. La primera potencia del mundo, EE UU, crecerá menos del 15%, siempre según las previsiones del FMI. El mundo sigue girando: China e India están en otra dimensión.
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