Lula ha disminuido la pobreza y aumentado la clase media que ya cobija a 90 millones de personas
FRANCISCO G. BASTERRA / EL PAÍS
Brasil, el ejemplo más ajustado de país emergente, el más occidental de los BRIC, una tercera parte de la población latinoamericana y un 40% de su PIB, y máximo representante junto con China, e India, del nuevo orden internacional, celebra mañana elecciones presidenciales. Acaba la era Lula, tras dos mandatos de éxito económico y social, con una fuerte disminución de la pobreza, que abandonaron 19 millones de brasileños desde 2003, y la ampliación de la clase media que ya cobija a 90 millones de habitantes, la mitad de la población. Los mismos logros que, a menor escala, se replican en el conjunto de Latinoamérica, que se adentra en un círculo virtuoso de crecimiento, estabilidad económica y progreso social. Ha sorteado con daños menores la Gran Recesión. Cuando cruza la frontera del bicentenario de su independencia de la Corona española, comienza a hablarse del inicio de la década latinoamericana. Consolidación asimismo en lo político, superado el susto al regreso de los golpes de Estado vivido el jueves en Ecuador. Mientras tanto, al norte del río Grande, EE UU, agobiado por las guerras de Obama, Afganistán y el cáncer de Pakistán, ya no es la nación indispensable. Aparece "distraída estratégicamente", en palabras de Richard Haas, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores. Ha gastado un billón de dólares en la guerra contra el terrorismo desde el 11-S. "Necesitamos estar en la carrera con China, no con Al Qaeda", escribe Thomas Friedman en The New York Times. La secretaria de Estado, Hillary Clinton, admite que la montaña de deuda acumulada amenaza la posición mundial de EE UU y transmite un mensaje de debilidad.
Luiz Inácio Lula da Silva, el ex sindicalista radical, niño pobre de chabola que hizo de limpiabotas y ejerció de tornero, va a ver cómo Dilma Roussef, guerrillera en su juventud, es elegida como primera presidenta de Brasil. La designó sucesora, la ha modelado ejerciendo de Pigmalión y previsiblemente continuará sus políticas ortodoxas. El presidente, que abrazó la globalización y el mercado, deja el primer plano saludado por el presidente Obama como "el político más popular del mundo". Lula, al que algunos comparan con Mandela en el pabellón de los santos laicos, asciende al Corcovado, el picacho desde donde el Cristo Redentor abre los brazos sobre la bahía de Río de Janeiro.
Es cierto que Lula ha construido el despegue económico sobre las bases reformistas heredadas de su antecesor Fernando Henrique Cardoso. El ex presidente se queja de la mitificación de Lula: "Yo hice las reformas y él surfeó en la ola". Pero admite que "es un Lech Walesa que funcionó". Abandonó sus recetas izquierdistas y tuvo la sensatez de no considerar que con él comenzaba la historia. Lula ha recordado en el Financial Times, la biblia salmón del capitalismo, que "no es pequeña ironía que el sindicalista que gritaba en las calles 'abajo el FMI', se convirtiera en el presidente que pagó las deudas de Brasil al Fondo y acabó prestándole 14.000 millones de dólares". El llamado "milagro Lula", la séptima economía del mundo, 8% de crecimiento previsto este año, se ha cimentado, además, en un doble golpe de suerte: el descubrimiento en aguas profundas del Atlántico de enormes campos petrolíferos, con reservas superiores a las de Rusia o Kuwait, y el desmedido apetito de materias primas por parte de China y otros emergentes. Brasil está construyendo una potente industria de servicios petrolíferos, siguiendo el ejemplo de Noruega. El mito Lula debe recortarse con las sombras de su presidencia: la corrupción, la desigualdad en el reparto de la riqueza, el gran peso de la economía sumergida y el alto nivel de violencia. Con una política exterior desinhibida, con amigos en Teherán, La Habana y Venezuela, sin pedir permiso a Washington, ha compensado a sus bases más a la izquierda por las políticas liberales en lo económico. Pero, sobre todo, es un aviso de que no es posible minusvalorar a Brasil como protagonista de un nuevo orden internacional.
El economista Jim O'Neill, el hijo de un cartero de Manchester, acuñó en 2001, desde Goldman Sachs, el concepto BRIC: antes de 2041, Brasil, Rusia, India y China superarán a las seis economías occidentales más importantes. La idea se le ocurrió al ver los atentados del 11-S. "Comprendí que era imposible que la globalización fuera americanización en el futuro. Para su avance debería ser aceptada por más gente, pero no imponiendo las dominantes estructuras y creencias sociales y filosóficas norteamericanas". O'Neill acaba de ser ascendido a presidente de la Gestora de Activos del Banco Goldman Sachs, que maneja fondos por valor de 802.000 millones de dólares. Una historia de éxito, como la de Lula.
FRANCISCO G. BASTERRA / EL PAÍS
Brasil, el ejemplo más ajustado de país emergente, el más occidental de los BRIC, una tercera parte de la población latinoamericana y un 40% de su PIB, y máximo representante junto con China, e India, del nuevo orden internacional, celebra mañana elecciones presidenciales. Acaba la era Lula, tras dos mandatos de éxito económico y social, con una fuerte disminución de la pobreza, que abandonaron 19 millones de brasileños desde 2003, y la ampliación de la clase media que ya cobija a 90 millones de habitantes, la mitad de la población. Los mismos logros que, a menor escala, se replican en el conjunto de Latinoamérica, que se adentra en un círculo virtuoso de crecimiento, estabilidad económica y progreso social. Ha sorteado con daños menores la Gran Recesión. Cuando cruza la frontera del bicentenario de su independencia de la Corona española, comienza a hablarse del inicio de la década latinoamericana. Consolidación asimismo en lo político, superado el susto al regreso de los golpes de Estado vivido el jueves en Ecuador. Mientras tanto, al norte del río Grande, EE UU, agobiado por las guerras de Obama, Afganistán y el cáncer de Pakistán, ya no es la nación indispensable. Aparece "distraída estratégicamente", en palabras de Richard Haas, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores. Ha gastado un billón de dólares en la guerra contra el terrorismo desde el 11-S. "Necesitamos estar en la carrera con China, no con Al Qaeda", escribe Thomas Friedman en The New York Times. La secretaria de Estado, Hillary Clinton, admite que la montaña de deuda acumulada amenaza la posición mundial de EE UU y transmite un mensaje de debilidad.
Luiz Inácio Lula da Silva, el ex sindicalista radical, niño pobre de chabola que hizo de limpiabotas y ejerció de tornero, va a ver cómo Dilma Roussef, guerrillera en su juventud, es elegida como primera presidenta de Brasil. La designó sucesora, la ha modelado ejerciendo de Pigmalión y previsiblemente continuará sus políticas ortodoxas. El presidente, que abrazó la globalización y el mercado, deja el primer plano saludado por el presidente Obama como "el político más popular del mundo". Lula, al que algunos comparan con Mandela en el pabellón de los santos laicos, asciende al Corcovado, el picacho desde donde el Cristo Redentor abre los brazos sobre la bahía de Río de Janeiro.
Es cierto que Lula ha construido el despegue económico sobre las bases reformistas heredadas de su antecesor Fernando Henrique Cardoso. El ex presidente se queja de la mitificación de Lula: "Yo hice las reformas y él surfeó en la ola". Pero admite que "es un Lech Walesa que funcionó". Abandonó sus recetas izquierdistas y tuvo la sensatez de no considerar que con él comenzaba la historia. Lula ha recordado en el Financial Times, la biblia salmón del capitalismo, que "no es pequeña ironía que el sindicalista que gritaba en las calles 'abajo el FMI', se convirtiera en el presidente que pagó las deudas de Brasil al Fondo y acabó prestándole 14.000 millones de dólares". El llamado "milagro Lula", la séptima economía del mundo, 8% de crecimiento previsto este año, se ha cimentado, además, en un doble golpe de suerte: el descubrimiento en aguas profundas del Atlántico de enormes campos petrolíferos, con reservas superiores a las de Rusia o Kuwait, y el desmedido apetito de materias primas por parte de China y otros emergentes. Brasil está construyendo una potente industria de servicios petrolíferos, siguiendo el ejemplo de Noruega. El mito Lula debe recortarse con las sombras de su presidencia: la corrupción, la desigualdad en el reparto de la riqueza, el gran peso de la economía sumergida y el alto nivel de violencia. Con una política exterior desinhibida, con amigos en Teherán, La Habana y Venezuela, sin pedir permiso a Washington, ha compensado a sus bases más a la izquierda por las políticas liberales en lo económico. Pero, sobre todo, es un aviso de que no es posible minusvalorar a Brasil como protagonista de un nuevo orden internacional.
El economista Jim O'Neill, el hijo de un cartero de Manchester, acuñó en 2001, desde Goldman Sachs, el concepto BRIC: antes de 2041, Brasil, Rusia, India y China superarán a las seis economías occidentales más importantes. La idea se le ocurrió al ver los atentados del 11-S. "Comprendí que era imposible que la globalización fuera americanización en el futuro. Para su avance debería ser aceptada por más gente, pero no imponiendo las dominantes estructuras y creencias sociales y filosóficas norteamericanas". O'Neill acaba de ser ascendido a presidente de la Gestora de Activos del Banco Goldman Sachs, que maneja fondos por valor de 802.000 millones de dólares. Una historia de éxito, como la de Lula.
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