sábado, 23 de octubre de 2010

"BIUTIFUL Y MÉXICO"

Alejandra Cullen / El Universal
Biutiful es la historia de una parte de una ciudad, de una fracción de su sociedad, de un individuo. Es una historia española vista a través de los ojos de un mexicano. Es la visión de quien conoce la economía informal y entiende cómo los individuos viven en un entorno adverso. Es la lucha creativa contra la miseria. Es la multiplicación de los panes desde el bajo mundo de la calle, con las reglas de la selva. Es la defensa de lo que más se quiere en un mundo sin cooperación social, gubernamental o familiar. Es el reino de las emociones rodeado de violencia, corrupción y desprecio por el ser humano. Es una historia de amor en la que se da todo a costa de los demás. Podría ser la historia de cualquier mexicano de una colonia popular urbana, salvo que en Barcelona hay buenos servicios de salud pública.
El mundo de la informalidad, de la calle, de la corrupción, existe en todos lados. En México es, para gran parte de la población, la regla. Por eso, Biutiful puede ser naturalmente narrada por un mexicano.
El número de mexicanos dedicados a las actividades informales, lícitas e ilícitas, crece diariamente. Invasión de terrenos, venta de discos, películas piratas y de ropa, distribución de armas, de droga, espectáculos a media calle, robo de luz y gasolina, aeropuertos clandestinos, venta de alimentos en las cajuelas de los coches… Cada rama de la actividad económica formal tiene su equivalente al margen de la Secretaría de Hacienda. Todos tenemos un alias informal.
Hacer Biutiful en Barcelona tiene sentido. En México hubiera sido un lugar común. Como en la zona marginal de esa ciudad, aquí hay reglas escritas de primer mundo que nadie cumple y reglas no escritas inviolables. Las instituciones son tan rígidas que para salir adelante es casi inevitable infringirlas. Las leyes son aspiracionales y para promoción política. No para aplicarse.
Tanto el ingreso como el consumo de la creciente clase media dependen de mercados informales, más baratos, accesibles y con plazos de pago. Para conseguir y financiar un “hogar” es menester combinar sueldos del mercado formal (con prestaciones) y del informal, a veces sólo los segundos. En Barcelona, la película muestra la nueva emergencia de la pobreza y la exclusión. Aquí, este sector de la población crece a tasas agigantadas por la débil aplicación de la ley. Por necesidad y por costumbre perdimos los límites entre lo legal y lo ilegal. Entre vender discos piratas o dulces y vender droga hay un pequeño escalón.
Las autoridades evaden esta realidad. Aplican la ley a discreción. Hacen iniciativas truncas. Arman montajes mediáticos que simulan la fuerza del Estado. A los diputados vinculados con criminales se les toma protesta. A los inocentes se les inculpa. A los funcionarios incompetentes se les perdona.
Pero el gobierno mexicano es nuestro espejo: hace las cosas mal y a medias. No se responsabiliza de sus fracasos. Culpa a otros de sus errores: medios, narcos o estadounidense. No acepta la realidad. Como en Biutiful, la de México es una historia de traiciones y abusos en el marco de algunas buenas intenciones. Lo corrompido y lo enfermo, como la Marambra, no se puede cambiar. La sociedad en su conjunto, como Mateo y Ana, padecen de una autoridad que golpea pero que se requiere. Hay también algo bueno, Uxbal que, como un creciente número de ciudadanos comprometidos, lucha por transformar las cosas, a pesar del espeluznante entorno, para heredar a sus hijos un mejor destino. Muchas autoridades, como el hermano de Uxbal, evaden la realidad, engolosinados por el exceso de poder.
Así, la película de Biutiful, aunque sea una historia española, debía ser narrada por un mexicano. Es la imagen certera de nuestra realidad. Como Uxbal, podemos decir, “a veces el destino es como una tormenta de arena que no se detiene... Queremos alejarnos pero nos persigue… cambiamos de dirección pero la tormenta sabe cómo encontrarnos… Esta tormenta no es algo que venga de lejos, algo que no tiene que ver con nosotros. Esta tormenta somos nosotros, algo dentro de nosotros. Así que todo lo que podemos hacer es dar un paso y meternos de lleno en ella… la gente va a sangrar adentro y nosotros también lo haremos… Pero una cosa es cierta, al salir de la tormenta, nuestra vida nunca volverá a ser la misma”. Nos queda enfrentar al país que tenemos. Dejar de evadir. Asumir la realidad. Dejemos de soñar con diseños institucionales sofisticados y trabajemos en la aplicación de la ley y en atender los problemas de fondo. Duele tomar conciencia de la enfermedad que enfrenta el país, pero no hay opción. Ojalá lo aceptemos y que, al salir de la tormenta, nuestra vida sea diferente.

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