PAUL KRUGMAN / EL PAÍS
Salvo que se produzca un vuelco enorme, los republicanos se harán con el control de al menos una cámara del Congreso de EE UU la semana que viene. ¿Hasta qué punto debería preocuparnos esa perspectiva?
Según algunos expertos, no mucho. Al fin y al cabo, la última vez que los republicanos controlaron el Congreso mientras un demócrata vivía en la Casa Blanca fue durante el periodo entre principios de 1995 y finales de 2000. Y la gente recuerda ese periodo como una buena época, una era de rápida creación de empleo y presupuestos responsables. ¿Podemos esperar una experiencia similar ahora?
No, no podemos. Esta va a ser terrible. De hecho, los historiadores futuros probablemente recordarán las elecciones de 2010 como una catástrofe para EE UU, una que condenó al país a años de caos político y debilidad económica.
Empecemos por la política. A finales de los años noventa, los republicanos y los demócratas eran capaces de trabajar juntos en algunos temas. Y, por lo visto, el presidente Obama cree que ahora puede volver a pasar lo mismo. En una reciente entrevista con National Journal hablaba con un tono conciliador y decía que los demócratas debían tener un "sentido de la humildad apropiado" y que él "dedicará más tiempo a crear un consenso". Buena suerte con ello.
Después de todo, esa época de cooperación parcial durante los años noventa solo llegó después de que los republicanos hubiesen intentado el enfrentamiento general y, de hecho, paralizasen el funcionamiento del Gobierno federal en un intento de obligar al presidente Bill Clinton a ceder ante sus exigencias de efectuar grandes recortes en Medicare, la institución pública que proporciona asistencia médica a las personas mayores.
Pero el bloqueo gubernamental terminó perjudicando políticamente a los republicanos, y algunos observadores parecen dar por hecho que los recuerdos de esa experiencia disuadirán al Partido Republicano de mostrarse demasiado agresivo esta vez. Pero la lección que los republicanos de hoy parecen haber aprendido de 1995 no es que fueran demasiado agresivos, sino que no fueron lo bastante agresivos.
Otra entrevista reciente de National Journal, esta vez con Mitch McConnell, líder de la minoría en el Senado, ha llamado mucho la atención gracias a una cita que ha copado los titulares: "El objetivo concreto más importante que queremos lograr es que el presidente Obama sea un presidente de una sola legislatura".
Si leen la entrevista completa, lo que McConnell dice es que en 1995 los republicanos cometieron el error de centrarse demasiado en su programa político y no lo bastante en destruir al presidente: "Pecamos de arrogancia hasta cierto punto y nos comportamos como si el presidente fuese irrelevante y fuésemos a pasar por encima de él. En el verano de 1995, él ya iba camino de ser reelegido, mientras que nosotros nos aferrábamos a lo que podíamos como si la vida nos fuese en ello". Así que esta vez, venía a decir, van a centrarse en hundir a Obama.
Es cierto que McConnell dijo que a lo mejor estaría dispuesto a trabajar con Obama en determinadas circunstancias (es decir, si el presidente está dispuesto a dar un "salto mortal clintoniano hacia atrás", adoptando posturas que encontrarían más respaldo entre los republicanos que en su propio partido). Por supuesto, esto reduciría realmente las posibilidades de reelección de Obama (pero de eso se trata).
Podríamos añadir que en caso de que algunos republicanos del Congreso llegaran a plantearse la posibilidad de comportarse como estadistas y de un modo bipartidista, seguramente se lo pensarían dos veces después de mirar de reojo a los tipos del Tea Party, que se les echarán encima si muestran el más mínimo indicio de ser razonables. El papel del Tea Party es una razón por la que los observadores inteligentes esperan otro bloqueo gubernamental, probablemente la próxima primavera sin ir más lejos.
Más allá de la política, la diferencia crucial entre los años noventa y el momento actual es la situación económica. Cuando los republicanos se hicieron con el control del Congreso en 1994, la economía estadounidense tenía unas bases sólidas. La deuda de las familias era mucho menor que la actual. La inversión empresarial estaba en auge, en gran parte gracias a las nuevas oportunidades generadas por las tecnologías de la información (oportunidades que eran mucho más amplias que las locuras de la burbuja de las puntocom).
En este entorno favorable, la gestión económica consistía principalmente en frenar la expansión para impedir que la economía se recalentase y evitar la posible inflación. Y este era un trabajo que la Reserva Federal podía hacer por sí sola subiendo los tipos de interés, sin la ayuda del Congreso.
La coyuntura actual es completamente distinta. La economía, hundida por el peso de la deuda que asumieron las familias mientras crecía la burbuja de la época de Bush, está en una situación desesperada; la deflación, no la inflación, es el peligro evidente y presente. Y no está claro en absoluto que la Reserva tenga las herramientas necesarias para alejarnos de este peligro. Ahora mismo tenemos muchísima necesidad de unas políticas activas por parte del Gobierno federal que nos saquen de la trampa económica.
Pero no vamos a conseguir esas políticas si los republicanos controlan la Cámara. De hecho, si se salen con la suya, tendremos lo peor de ambos mundos: se negarán a hacer nada para impulsar la economía ahora, asegurando que están preocupados por el déficit, mientras que, al mismo tiempo, harán que los déficits aumenten a la larga con bajadas de impuestos irresponsables (bajadas que ya han anunciado que no tendrán que compensarse con recortes del gasto).
Así que si las elecciones transcurren según lo previsto la semana que viene, este es mi consejo: asústense. Asústense mucho.
Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de Economía 2008.
Según algunos expertos, no mucho. Al fin y al cabo, la última vez que los republicanos controlaron el Congreso mientras un demócrata vivía en la Casa Blanca fue durante el periodo entre principios de 1995 y finales de 2000. Y la gente recuerda ese periodo como una buena época, una era de rápida creación de empleo y presupuestos responsables. ¿Podemos esperar una experiencia similar ahora?
No, no podemos. Esta va a ser terrible. De hecho, los historiadores futuros probablemente recordarán las elecciones de 2010 como una catástrofe para EE UU, una que condenó al país a años de caos político y debilidad económica.
Empecemos por la política. A finales de los años noventa, los republicanos y los demócratas eran capaces de trabajar juntos en algunos temas. Y, por lo visto, el presidente Obama cree que ahora puede volver a pasar lo mismo. En una reciente entrevista con National Journal hablaba con un tono conciliador y decía que los demócratas debían tener un "sentido de la humildad apropiado" y que él "dedicará más tiempo a crear un consenso". Buena suerte con ello.
Después de todo, esa época de cooperación parcial durante los años noventa solo llegó después de que los republicanos hubiesen intentado el enfrentamiento general y, de hecho, paralizasen el funcionamiento del Gobierno federal en un intento de obligar al presidente Bill Clinton a ceder ante sus exigencias de efectuar grandes recortes en Medicare, la institución pública que proporciona asistencia médica a las personas mayores.
Pero el bloqueo gubernamental terminó perjudicando políticamente a los republicanos, y algunos observadores parecen dar por hecho que los recuerdos de esa experiencia disuadirán al Partido Republicano de mostrarse demasiado agresivo esta vez. Pero la lección que los republicanos de hoy parecen haber aprendido de 1995 no es que fueran demasiado agresivos, sino que no fueron lo bastante agresivos.
Otra entrevista reciente de National Journal, esta vez con Mitch McConnell, líder de la minoría en el Senado, ha llamado mucho la atención gracias a una cita que ha copado los titulares: "El objetivo concreto más importante que queremos lograr es que el presidente Obama sea un presidente de una sola legislatura".
Si leen la entrevista completa, lo que McConnell dice es que en 1995 los republicanos cometieron el error de centrarse demasiado en su programa político y no lo bastante en destruir al presidente: "Pecamos de arrogancia hasta cierto punto y nos comportamos como si el presidente fuese irrelevante y fuésemos a pasar por encima de él. En el verano de 1995, él ya iba camino de ser reelegido, mientras que nosotros nos aferrábamos a lo que podíamos como si la vida nos fuese en ello". Así que esta vez, venía a decir, van a centrarse en hundir a Obama.
Es cierto que McConnell dijo que a lo mejor estaría dispuesto a trabajar con Obama en determinadas circunstancias (es decir, si el presidente está dispuesto a dar un "salto mortal clintoniano hacia atrás", adoptando posturas que encontrarían más respaldo entre los republicanos que en su propio partido). Por supuesto, esto reduciría realmente las posibilidades de reelección de Obama (pero de eso se trata).
Podríamos añadir que en caso de que algunos republicanos del Congreso llegaran a plantearse la posibilidad de comportarse como estadistas y de un modo bipartidista, seguramente se lo pensarían dos veces después de mirar de reojo a los tipos del Tea Party, que se les echarán encima si muestran el más mínimo indicio de ser razonables. El papel del Tea Party es una razón por la que los observadores inteligentes esperan otro bloqueo gubernamental, probablemente la próxima primavera sin ir más lejos.
Más allá de la política, la diferencia crucial entre los años noventa y el momento actual es la situación económica. Cuando los republicanos se hicieron con el control del Congreso en 1994, la economía estadounidense tenía unas bases sólidas. La deuda de las familias era mucho menor que la actual. La inversión empresarial estaba en auge, en gran parte gracias a las nuevas oportunidades generadas por las tecnologías de la información (oportunidades que eran mucho más amplias que las locuras de la burbuja de las puntocom).
En este entorno favorable, la gestión económica consistía principalmente en frenar la expansión para impedir que la economía se recalentase y evitar la posible inflación. Y este era un trabajo que la Reserva Federal podía hacer por sí sola subiendo los tipos de interés, sin la ayuda del Congreso.
La coyuntura actual es completamente distinta. La economía, hundida por el peso de la deuda que asumieron las familias mientras crecía la burbuja de la época de Bush, está en una situación desesperada; la deflación, no la inflación, es el peligro evidente y presente. Y no está claro en absoluto que la Reserva tenga las herramientas necesarias para alejarnos de este peligro. Ahora mismo tenemos muchísima necesidad de unas políticas activas por parte del Gobierno federal que nos saquen de la trampa económica.
Pero no vamos a conseguir esas políticas si los republicanos controlan la Cámara. De hecho, si se salen con la suya, tendremos lo peor de ambos mundos: se negarán a hacer nada para impulsar la economía ahora, asegurando que están preocupados por el déficit, mientras que, al mismo tiempo, harán que los déficits aumenten a la larga con bajadas de impuestos irresponsables (bajadas que ya han anunciado que no tendrán que compensarse con recortes del gasto).
Así que si las elecciones transcurren según lo previsto la semana que viene, este es mi consejo: asústense. Asústense mucho.
Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de Economía 2008.
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