Para Friedrich Katz In Memoriam
Acaso sea yo el que esté equivocado, pero tengo la impresión de que después de la estridencia vacía con la que se conmemoró el Bicentenario del grito de Independencia, el ánimo celebratorio ha venido a menos con vistas al Centenario de la Revolución. No sé de cierto a qué se deba este contraste, pero no escapa a la suspicacia el que la Independencia es una efeméride menos embarazosa para el actual gobierno conservador, que traer a la memoria la rebelión armada en contra de la dictadura porfirista.
Tampoco debe escapar a nuestra consideración el que el pensamiento retardatario ha intentado poner la historia de cabeza; es decir, de acuerdo con la perspectiva conservadora, “la modernización” del país debe dejar en el olvido el caudal de ideas surgidas de la gesta de 1910 para dar paso a una versión del liberalismo según la cual, ni el Estado ni la sociedad son los elementos centrales del progreso, sino el mercado.
Ese fue el cuento que nos vendieron al inicio del ciclo neoliberal. La “promesa” fue que el país mejoraría en todos los aspectos. Ya vimos, después de tres décadas, a dónde nos ha llevado la aventura derechista: violencia incontenible, desempleo, marginación, migración masiva, más corrupción y, para ocultar el fracaso del modelo, manipulación publicitaria a granel. Por tanto, insistir en la viabilidad de la receta monetarista es un despropósito.
Para reforzar nuestro argumento, baste citar lo dicho por Joseph Stiglitz (Los Angeles Times, 16/IX/2008): “La caída de Wall Street es para el fundamentalismo del mercado lo que fue la caída del Muro de Berlín para el comunismo”, la demostración de su rotundo fracaso.
La aversión de los conservadores en contra de las revoluciones tiene una larga trayectoria. Edmund Burke, en sus Reflexiones sobre la Revolución Francesa (1790), condenó la osadía del populacho y sus dirigentes de tomar las armas y ponerse en contra de la sacrosanta aristocracia que fundamentaba su poder en la autoridad del eterno ayer. Había que corregir el entuerto restaurando el Ancien Régime.
Viene a modo, para responder al intento conservador de tergiversar la historia, lo escrito por uno de los dirigentes más lúcidos de la Revolución Mexicana, Federico González Garza: él pensó en una democracia “que no se base ya en ese liberalismo inhumano que llega en su indiferencia por los infortunios ajenos, hasta desconocer el derecho de vivir que tiene todo ser humano por el hecho de venir a la existencia” (La revolución mexicana, mi contribución político-literaria, INEHRM, 1985, p. X). Criticaba al darwinismo social practicado por don Porfirio y sus “científicos”.
Don Federico fue un maderista de hueso colorado. Para quienes han querido hacer de don Francisco I. Madero el símbolo de la derecha mexicana, conviene recordarles que en su movimiento se habló de una “democracia social”. González Garza sostuvo: “La suprema aspiración de todo mexicano que de veras ame a su patria y a quien no dominen las ruines aspiraciones del egoísmo, debe ser en consecuencia, la implantación de una democracia social.” (Idem.)
La socialdemocracia, necesariamente actualizada, es una alternativa frente al caos que padecemos. Vivimos en el mundo inaugurado por la Revolución Mexicana, a pesar de sus desviaciones y tergiversaciones. Conviene abrevar del pensamiento que emanó de ella para recuperar el sentido ascendente de la historia.
Profesor de la Escuela de Humanidades del ITESM-CCM
Acaso sea yo el que esté equivocado, pero tengo la impresión de que después de la estridencia vacía con la que se conmemoró el Bicentenario del grito de Independencia, el ánimo celebratorio ha venido a menos con vistas al Centenario de la Revolución. No sé de cierto a qué se deba este contraste, pero no escapa a la suspicacia el que la Independencia es una efeméride menos embarazosa para el actual gobierno conservador, que traer a la memoria la rebelión armada en contra de la dictadura porfirista.
Tampoco debe escapar a nuestra consideración el que el pensamiento retardatario ha intentado poner la historia de cabeza; es decir, de acuerdo con la perspectiva conservadora, “la modernización” del país debe dejar en el olvido el caudal de ideas surgidas de la gesta de 1910 para dar paso a una versión del liberalismo según la cual, ni el Estado ni la sociedad son los elementos centrales del progreso, sino el mercado.
Ese fue el cuento que nos vendieron al inicio del ciclo neoliberal. La “promesa” fue que el país mejoraría en todos los aspectos. Ya vimos, después de tres décadas, a dónde nos ha llevado la aventura derechista: violencia incontenible, desempleo, marginación, migración masiva, más corrupción y, para ocultar el fracaso del modelo, manipulación publicitaria a granel. Por tanto, insistir en la viabilidad de la receta monetarista es un despropósito.
Para reforzar nuestro argumento, baste citar lo dicho por Joseph Stiglitz (Los Angeles Times, 16/IX/2008): “La caída de Wall Street es para el fundamentalismo del mercado lo que fue la caída del Muro de Berlín para el comunismo”, la demostración de su rotundo fracaso.
La aversión de los conservadores en contra de las revoluciones tiene una larga trayectoria. Edmund Burke, en sus Reflexiones sobre la Revolución Francesa (1790), condenó la osadía del populacho y sus dirigentes de tomar las armas y ponerse en contra de la sacrosanta aristocracia que fundamentaba su poder en la autoridad del eterno ayer. Había que corregir el entuerto restaurando el Ancien Régime.
Viene a modo, para responder al intento conservador de tergiversar la historia, lo escrito por uno de los dirigentes más lúcidos de la Revolución Mexicana, Federico González Garza: él pensó en una democracia “que no se base ya en ese liberalismo inhumano que llega en su indiferencia por los infortunios ajenos, hasta desconocer el derecho de vivir que tiene todo ser humano por el hecho de venir a la existencia” (La revolución mexicana, mi contribución político-literaria, INEHRM, 1985, p. X). Criticaba al darwinismo social practicado por don Porfirio y sus “científicos”.
Don Federico fue un maderista de hueso colorado. Para quienes han querido hacer de don Francisco I. Madero el símbolo de la derecha mexicana, conviene recordarles que en su movimiento se habló de una “democracia social”. González Garza sostuvo: “La suprema aspiración de todo mexicano que de veras ame a su patria y a quien no dominen las ruines aspiraciones del egoísmo, debe ser en consecuencia, la implantación de una democracia social.” (Idem.)
La socialdemocracia, necesariamente actualizada, es una alternativa frente al caos que padecemos. Vivimos en el mundo inaugurado por la Revolución Mexicana, a pesar de sus desviaciones y tergiversaciones. Conviene abrevar del pensamiento que emanó de ella para recuperar el sentido ascendente de la historia.
Profesor de la Escuela de Humanidades del ITESM-CCM
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