Todos los días llegan noticias que muestran cómo las inercias tienen atrapado al país. Las inercias son propiedades de los cuerpos que se resisten al cambio. Casi en cualquier campo de la vida pública hay intereses políticos y económicos que mantienen el estado de cosas. Por ejemplo, la muerte sigue tan campante en Juárez, la opacidad se mantiene y el gasto público en los estados crece, y los monopolios imponen sus condiciones.
La inercia entre los poderes hizo que el Ejecutivo y el Legislativo se acomodaran para sacar adelante la Ley de Ingresos, en donde los estados tendrán cada vez mayores recursos y, al mismo tiempo, habrá menores mecanismos de rendición de cuentas. Las auditorías que se han practicado a la contabilidad estatal muestran de qué forma, independientemente del partido político (Nuevo León, PRI; Aguascalientes, PAN, o Zacatecas, PRD), los gobiernos de los estados incurren en deficiencias y anomalías como las que estableció el propio Ejecutivo: manejos financieros discrecionales, adjudicaciones de contratos mal hechas, obras no autorizadas, deficiencias en la planeación, etcétera (Reforma, 22/X/2010). En el aumento del presupuesto para los estados hay una inercia que parece imbatible, pero cuando se habla de más transparencia y rendición de cuentas la opacidad se impone.
Otra expresión de las inercias son los intereses dominantes que en cada actividad de la vida productiva, social o política imponen sus condiciones y se oponen a cualquier modificación que amenace sus territorios. Resulta explicable que un actor dominante se oponga al cambio y a la competencia, pero resulta problemático entender cómo la autoridad, el Estado, ha dejado que prevalezca este conjunto de intereses particulares que poco a poco se han comido los bienes públicos. México padece el fenómeno de un Estado capturado. En estos días el director de la revista Foreign Policy, Moisés Naím, planteó el tema de los monopolios en México en los siguientes términos: “en el país hay dos empresas que controlan canales de TV abierta; tres bancos, los servicios financieros; una empresa, la conexión de internet vía telefónica; dos, el negocio del cemento; dos, la producción de carne y huevo, y dos, la distribución de medicamentos, entre otros casos” (Reforma , 22/X/2010). Con estos dominios resulta difícil que el país se encamine a mejores servicios y más competitividad. Esta fuerza inercial parece no tener límites, por lo menos mientras no cambie la lógica monopólica del desarrollo.
La inercia de la muerte sigue destruyendo. En Ciudad Juárez, una de las más violentas del mundo, el pasado sábado un comando asesinó a otros 14 jóvenes y dejó heridos a otros 15. Es un nuevo episodio del juvenicidio, como lo ha llamado Víctor Quintana. Es la quinta ocasión en menos de dos años en la que mueren grupos de jóvenes en esa frontera (EL UNIVERSAL, 24/X/2010). Así, de masacre en masacre, discursos van y vienen, planes, giras presidenciales, se implementan operativos que cambian de nombre, llega el Ejército y se va, llega la Policía Federal, arriban nuevas autoridades y la muerte sigue imponiendo su ley en una inercia que cada vez resulta más mortífera. En 20 días de la administración de César Duarte van 226 muertos en el estado de Chihuahua (Reforma, 25/X/2010). En Juárez todas las autoridades han fallado y ninguna estrategia parece funcionar porque la impunidad, la falta de Estado y el dominio de las bandas forman el paisaje cotidiano de una ciudad en donde ha reventado el modelo del ensamble maquilador; lo que fue una frontera moderna que se integraba al mundo hoy es tierra de nadie. Las estadísticas del alcalde que se acaba ir muestran el terrible balance: 7 mil muertos, 10 mil huérfanos, la fuga de 250 mil habitantes, el cierre de 10 mil negocios, la pérdida de 130 mil empleos, el abandono de más de 25 mil viviendas y 80 mil adictos (Proceso, 1771).
La resistencia al cambio en los casos anteriores sólo tiene una coincidencia temporal, son noticias que se han presentado en los días anteriores. Cualquier semana que se haga este ejercicio el resultado será perecido. La falta de transparencia en el gasto y una débil rendición de cuentas, la ausencia de competitividad y regulación estatal, el fracaso en la política de seguridad en ciudades como Juárez. Sin duda, el ingrediente de las resistencias al cambio y de la falta de un horizonte de sentido es uno de los problemas centrales del país. La enumeración de las inercias sería larga, pero algo queda claro: mientras no se muevan estos nudos no habrá futuro para el país. Mientras otros países construyen su desarrollo y le dan vuelta a la página, aquí seguimos sometidos a las inercias.
Investigador del CIESAS
La inercia entre los poderes hizo que el Ejecutivo y el Legislativo se acomodaran para sacar adelante la Ley de Ingresos, en donde los estados tendrán cada vez mayores recursos y, al mismo tiempo, habrá menores mecanismos de rendición de cuentas. Las auditorías que se han practicado a la contabilidad estatal muestran de qué forma, independientemente del partido político (Nuevo León, PRI; Aguascalientes, PAN, o Zacatecas, PRD), los gobiernos de los estados incurren en deficiencias y anomalías como las que estableció el propio Ejecutivo: manejos financieros discrecionales, adjudicaciones de contratos mal hechas, obras no autorizadas, deficiencias en la planeación, etcétera (Reforma, 22/X/2010). En el aumento del presupuesto para los estados hay una inercia que parece imbatible, pero cuando se habla de más transparencia y rendición de cuentas la opacidad se impone.
Otra expresión de las inercias son los intereses dominantes que en cada actividad de la vida productiva, social o política imponen sus condiciones y se oponen a cualquier modificación que amenace sus territorios. Resulta explicable que un actor dominante se oponga al cambio y a la competencia, pero resulta problemático entender cómo la autoridad, el Estado, ha dejado que prevalezca este conjunto de intereses particulares que poco a poco se han comido los bienes públicos. México padece el fenómeno de un Estado capturado. En estos días el director de la revista Foreign Policy, Moisés Naím, planteó el tema de los monopolios en México en los siguientes términos: “en el país hay dos empresas que controlan canales de TV abierta; tres bancos, los servicios financieros; una empresa, la conexión de internet vía telefónica; dos, el negocio del cemento; dos, la producción de carne y huevo, y dos, la distribución de medicamentos, entre otros casos” (Reforma , 22/X/2010). Con estos dominios resulta difícil que el país se encamine a mejores servicios y más competitividad. Esta fuerza inercial parece no tener límites, por lo menos mientras no cambie la lógica monopólica del desarrollo.
La inercia de la muerte sigue destruyendo. En Ciudad Juárez, una de las más violentas del mundo, el pasado sábado un comando asesinó a otros 14 jóvenes y dejó heridos a otros 15. Es un nuevo episodio del juvenicidio, como lo ha llamado Víctor Quintana. Es la quinta ocasión en menos de dos años en la que mueren grupos de jóvenes en esa frontera (EL UNIVERSAL, 24/X/2010). Así, de masacre en masacre, discursos van y vienen, planes, giras presidenciales, se implementan operativos que cambian de nombre, llega el Ejército y se va, llega la Policía Federal, arriban nuevas autoridades y la muerte sigue imponiendo su ley en una inercia que cada vez resulta más mortífera. En 20 días de la administración de César Duarte van 226 muertos en el estado de Chihuahua (Reforma, 25/X/2010). En Juárez todas las autoridades han fallado y ninguna estrategia parece funcionar porque la impunidad, la falta de Estado y el dominio de las bandas forman el paisaje cotidiano de una ciudad en donde ha reventado el modelo del ensamble maquilador; lo que fue una frontera moderna que se integraba al mundo hoy es tierra de nadie. Las estadísticas del alcalde que se acaba ir muestran el terrible balance: 7 mil muertos, 10 mil huérfanos, la fuga de 250 mil habitantes, el cierre de 10 mil negocios, la pérdida de 130 mil empleos, el abandono de más de 25 mil viviendas y 80 mil adictos (Proceso, 1771).
La resistencia al cambio en los casos anteriores sólo tiene una coincidencia temporal, son noticias que se han presentado en los días anteriores. Cualquier semana que se haga este ejercicio el resultado será perecido. La falta de transparencia en el gasto y una débil rendición de cuentas, la ausencia de competitividad y regulación estatal, el fracaso en la política de seguridad en ciudades como Juárez. Sin duda, el ingrediente de las resistencias al cambio y de la falta de un horizonte de sentido es uno de los problemas centrales del país. La enumeración de las inercias sería larga, pero algo queda claro: mientras no se muevan estos nudos no habrá futuro para el país. Mientras otros países construyen su desarrollo y le dan vuelta a la página, aquí seguimos sometidos a las inercias.
Investigador del CIESAS
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