León Bendesky / La Jornada
El diagnóstico es que desde junio de 2009 se acabó la recesión en Estados Unidos. Así lo declaró el pasado 20 de septiembre el NBER, institución independiente del gobierno que mide el comportamiento cíclico de aquella economía y cuyos criterios son aceptados de modo general.
Comenzada en diciembre de 2007, ésta habría sido la recesión más larga y profunda desde la década de 1930, con una duración de 18 meses, 7.3 millones de empleos perdidos, una caída del producto de 4.1 por ciento y la reducción de la riqueza neta de las familias de 21 por ciento.
Acabada según las mediciones convencionales, se reconoce que las condiciones no son favorables para el crecimiento, y si vuelve a caer el PIB habría entonces una nueva recesión.
Más allá de los criterios técnicos, las repercusiones de esta recesión han sido muy grandes, todavía no se han superado y no parece que se esté cerca de ello. La recuperación procede a un ritmo muy lento y, además, ha perdido fuerza en meses recientes, de modo que el sector privado no responde mediante el gasto de consumo e inversión para provocar un crecimiento más rápido.
Se siguen perdiendo empleos y la tasa de desempleo en septiembre fue todavía de 9.6 por ciento, lejos de un nivel consistente con una sólida recuperación. La industria de la construcción sigue deprimida y hay fuertes conflictos entre deudores de hipotecas y bancos, que presionan para ejecutar los créditos.
La expansión hipotecaria no sólo llevó a un endeudamiento excesivo, sino que las prácticas bancarias han generado un severo problema que involucra los derechos de propiedad debido a la forma poco limpia en que se hicieron los contratos. Este aspecto es muy relevante en un país que se precia de la existencia de un fuerte estado de derecho y donde muchos de esos contratos se dirimen hoy en los juzgados.
Eso ocurre en un ambiente en el que los grandes estímulos fiscales aplicados por el gobierno de Barack Obama se agotan y cuando en el campo político han surgido disputas frontales con respecto a la intervención pública, sobre todo por la vía del gasto y sus efectos en el aumento del déficit fiscal. La fracción más conservadora del Partido Republicano, el Tea Party, amenaza con provocar una severa derrota para los demócratas en las elecciones legislativas de noviembre.
Con las medidas fiscales prácticamente en estado de coma, la Reserva Federal se apresta para intentar una nueva ronda de estímulos monetarios y allegar más dinero a los mercados. Esto sucede en un entorno de tasas de interés muy bajas (entre cero y medio por ciento) y de un reducido crecimiento de los precios (1.14 por ciento a tasa anual en septiembre).
La preocupación es que en medio del letargo prevaleciente en la producción, el consumo y el empleo, los precios bajen y se llegue a una deflación, o sea, un crecimiento negativo. Este es el espectro de la experiencia japonesa de la última década.
Una situación como esa agravaría las condiciones económicas. La Reserva Federal considera que los precios deben crecer a una tasa de 2.5 por ciento anual para que se cumpla el mandato que tiene de crear y preservar las condiciones de crecimiento y de estabilidad de precios.
Una de las consecuencias de la crisis es que ahora los técnicos estiman que lo que se llama la tasa natural de desempleo, o sea, aquella consistente con la estabilidad de los precios, es de entre 5 y 6.7 por ciento. Esta es muy elevada y el rango es muy amplio con respecto a situaciones anteriores, cuando dicha tasa se estimaba entre 3 y 3.5 por ciento. Hay, pues, efectos de tipo estructural que se han ido creando en los últimos años con la expansión de las actividades del sector financiero, con la manera en que se ha ido ajustando el sector de la producción, y los episodios de crisis como las que ocurrieron en 2001 y 2008.
El escenario que se advierte, entonces, es de una lenta expansión productiva, con más desempleo y precios a la baja. Si la economía no responde a las nuevas medidas de política monetaria habrá un entorno cada vez más complicado dentro de aquel país, incluyendo la creciente deuda y el déficit fiscal. A eso hay que añadir los efectos adversos fuera, ya sea a la manera de fricciones con otras economías, como la china, o con una baja capacidad de arrastre para otras como la mexicana.
Hoy se advierten los movimientos de varios gobiernos para proteger sus economías, especialmente con la manipulación del valor de sus monedas y con prácticas comerciales que benefician a sus productores. Los intentos para alcanzar acuerdos colectivos no están dando resultado y ahí se abre un espacio de nuevos conflictos. Este escenario se complica con las reformas laborales y del sistema de pensiones, o bien, con las acciones y exabruptos contra las inmigrantes en Europa.
En fin, que en temporada de serie mundial y como diría Yogi Berra: esto no se acaba hasta que se acaba.
El diagnóstico es que desde junio de 2009 se acabó la recesión en Estados Unidos. Así lo declaró el pasado 20 de septiembre el NBER, institución independiente del gobierno que mide el comportamiento cíclico de aquella economía y cuyos criterios son aceptados de modo general.
Comenzada en diciembre de 2007, ésta habría sido la recesión más larga y profunda desde la década de 1930, con una duración de 18 meses, 7.3 millones de empleos perdidos, una caída del producto de 4.1 por ciento y la reducción de la riqueza neta de las familias de 21 por ciento.
Acabada según las mediciones convencionales, se reconoce que las condiciones no son favorables para el crecimiento, y si vuelve a caer el PIB habría entonces una nueva recesión.
Más allá de los criterios técnicos, las repercusiones de esta recesión han sido muy grandes, todavía no se han superado y no parece que se esté cerca de ello. La recuperación procede a un ritmo muy lento y, además, ha perdido fuerza en meses recientes, de modo que el sector privado no responde mediante el gasto de consumo e inversión para provocar un crecimiento más rápido.
Se siguen perdiendo empleos y la tasa de desempleo en septiembre fue todavía de 9.6 por ciento, lejos de un nivel consistente con una sólida recuperación. La industria de la construcción sigue deprimida y hay fuertes conflictos entre deudores de hipotecas y bancos, que presionan para ejecutar los créditos.
La expansión hipotecaria no sólo llevó a un endeudamiento excesivo, sino que las prácticas bancarias han generado un severo problema que involucra los derechos de propiedad debido a la forma poco limpia en que se hicieron los contratos. Este aspecto es muy relevante en un país que se precia de la existencia de un fuerte estado de derecho y donde muchos de esos contratos se dirimen hoy en los juzgados.
Eso ocurre en un ambiente en el que los grandes estímulos fiscales aplicados por el gobierno de Barack Obama se agotan y cuando en el campo político han surgido disputas frontales con respecto a la intervención pública, sobre todo por la vía del gasto y sus efectos en el aumento del déficit fiscal. La fracción más conservadora del Partido Republicano, el Tea Party, amenaza con provocar una severa derrota para los demócratas en las elecciones legislativas de noviembre.
Con las medidas fiscales prácticamente en estado de coma, la Reserva Federal se apresta para intentar una nueva ronda de estímulos monetarios y allegar más dinero a los mercados. Esto sucede en un entorno de tasas de interés muy bajas (entre cero y medio por ciento) y de un reducido crecimiento de los precios (1.14 por ciento a tasa anual en septiembre).
La preocupación es que en medio del letargo prevaleciente en la producción, el consumo y el empleo, los precios bajen y se llegue a una deflación, o sea, un crecimiento negativo. Este es el espectro de la experiencia japonesa de la última década.
Una situación como esa agravaría las condiciones económicas. La Reserva Federal considera que los precios deben crecer a una tasa de 2.5 por ciento anual para que se cumpla el mandato que tiene de crear y preservar las condiciones de crecimiento y de estabilidad de precios.
Una de las consecuencias de la crisis es que ahora los técnicos estiman que lo que se llama la tasa natural de desempleo, o sea, aquella consistente con la estabilidad de los precios, es de entre 5 y 6.7 por ciento. Esta es muy elevada y el rango es muy amplio con respecto a situaciones anteriores, cuando dicha tasa se estimaba entre 3 y 3.5 por ciento. Hay, pues, efectos de tipo estructural que se han ido creando en los últimos años con la expansión de las actividades del sector financiero, con la manera en que se ha ido ajustando el sector de la producción, y los episodios de crisis como las que ocurrieron en 2001 y 2008.
El escenario que se advierte, entonces, es de una lenta expansión productiva, con más desempleo y precios a la baja. Si la economía no responde a las nuevas medidas de política monetaria habrá un entorno cada vez más complicado dentro de aquel país, incluyendo la creciente deuda y el déficit fiscal. A eso hay que añadir los efectos adversos fuera, ya sea a la manera de fricciones con otras economías, como la china, o con una baja capacidad de arrastre para otras como la mexicana.
Hoy se advierten los movimientos de varios gobiernos para proteger sus economías, especialmente con la manipulación del valor de sus monedas y con prácticas comerciales que benefician a sus productores. Los intentos para alcanzar acuerdos colectivos no están dando resultado y ahí se abre un espacio de nuevos conflictos. Este escenario se complica con las reformas laborales y del sistema de pensiones, o bien, con las acciones y exabruptos contra las inmigrantes en Europa.
En fin, que en temporada de serie mundial y como diría Yogi Berra: esto no se acaba hasta que se acaba.
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