¡No se asusten! La competencia acérrima y los insultos entre los políticos estadounidenses en esta temporada de campaña no es inusual. El tono esté año es más intenso debido a la difícil situación económica, pero estas batallas suceden cada vez que hay elecciones de medio término para el Congreso.
Las encuestas se contradicen, pero lo más probable es que los demócratas pierdan el control de la Cámara de Representantes —pero no en la forma tan drástica como la que quisieran ver los republicanos— y mantendrán por un escaso márgen el Senado. A pesar de que se interpretará esto como una derrota fuerte para el presidente Barack Obama, al final de cuentas será saludable para su presidencia de largo plazo si la Casa Blanca logra aprender de este revés.
La lección principal es que para poder avanzar su agenda política, Obama tendrá que madurar y dejar de lado la campaña política, el lugar donde se siente más cómodo. El Presidente haría bien en cesar de rogar por el amor del pueblo, lo cual sentía con tanta intensidad cuando fue elegido. Como el primer presidente negro de Estados Unidos, su elección fue una especie de catarsis nacional: por fin rompimos la barrera del color y todos sentían —del partido que sea— la gloria de ese momento. Pero al final de cuentas es un político y hay pocos que aman a los políticos en el país que sea. Si quiere ser un estadista —y sin duda tiene con qué lograrlo— Obama no debería buscar amor, sino respeto. Para obtenerlo, tendrá que tomar decisiones difíciles y decir no a algunas de sus fuentes de apoyo más leales, como son los sindicatos.
Obama haría bien en exigir a sus asesores —no solamente de dientes para afuera— que construyen un bipartidismo con los interlocutores dispuestos a hacerlo. Para empezar, la Casa Blanca tiene que tender puentes con el sector privado. La crisis financiera dejó claro los riesgos de una regulación poco eficaz, pero el sector privado no es el enemigo y no será posible avanzar la agenda nacional sin su apoyo. Además, para alguien que entiende el mundo mucho mejor que sus sucesores (Obama hasta vivió parte de su infancia en otro país), el Presidente no debería optar por un proteccionismo provinciano. El proyecto de “Buy American” es una estrategia equivocada y su aplicación a un país como México —vecino y aliado estratégico— es simplemente absurda.
EU no debería predicar el libre mercado a los demás y luego optar por políticas populistas, nacionalistas y proteccionistas. La democracia y el libre mercado (bien regulado) van de la mano y Estados Unidos ha dado impulso a este fórmula a lo largo de su historia. Es importante para la recuperación económica mundial que el país siga mostrando su liderazgo en este campo y evite perder la brújula en medio de la tormenta.
Los Republicanos también tendrán que aprender de esta elección y de la historia. Hay que recordar que a la mayoría de los estadounidenses no les gusta ni los radicalismos ni la intolerancia. En los últimos meses hemos visto fenómenos políticos nuevos como el ya famoso Tea Party, pero en realidad nada tienen de nuevo. Estos sentimientos de regresar a lo básico, a la vida rural y puritana de Estados Unidos es una veta principal de la historia política del país. Estados Unidos fue fundado por refugiados religiosos y en cierta manera los valores que se plasmaron en su Constitución cobran tintes de verdades absolutas para muchos. En una época de incertidumbre uno regresa a sus inicios y recuerda con nostalgia los viejos tiempos cuando la vida era más sencilla. En resumen, el Tea Party es una reacción visceral y emocional a los retos que enfrenta el país y no plantea —por lo menos, no de forma coherente— una agenda nacional. Los Republicanos, entonces, se enfrentarán a la difícil tarea de hacer caso a esta petición nostálgica, sin caer en radicalismos que los perjudicarán en la elección presidencial del 2012.
Una de las peores derrotas en la historia de elecciones de medios término en Estados Unidos fue la vivida en 1994, durante el mandato del maestro político por excelencia, Bill Clinton. Ese año los demócratas perdieron 54 escaños de la Cámara de Representantes y entregaron la mayoría a los Republicanos —bajo el liderazgo de la polémica figura de derecha, Newt Gingrich— por primera vez desde 1954. A pesar de esta derrota, Clinton ganó su segunda elección presidencial en 1996.
Al final de cuentas, a partir de enero habrá mayor balance político entre los dos partidos, lo cuál ayudará al Presidente a gobernar de manera bipartidista, dado que los Republicanos tendrán que hacer más que simplemente culpar a la Casa Blanca. En medio de un escenario económico tan difícil no es extraño ver que el electorado esté profundamente confundido con respecto al rumbo a seguir. Pero sí hay un tema en el cual la gran mayoría de los estadounidenses coinciden, y es que quieren que haya avances, aún y cuando esto implique ceder. Según la encuesta más reciente de Times/CBS News, el 78% de los encuestados opinan que tanto los Republicanos como los Demócratas deberían ceder en algunos de sus principios ideológicos para poder lograr un avance en temas de políticas públicas. La lección para ambas bandas, entonces, es que hay que avanzar la agenda nacional a como dé lugar y eso va a requerir trabajo en equipo.
Internacionalista
Las encuestas se contradicen, pero lo más probable es que los demócratas pierdan el control de la Cámara de Representantes —pero no en la forma tan drástica como la que quisieran ver los republicanos— y mantendrán por un escaso márgen el Senado. A pesar de que se interpretará esto como una derrota fuerte para el presidente Barack Obama, al final de cuentas será saludable para su presidencia de largo plazo si la Casa Blanca logra aprender de este revés.
La lección principal es que para poder avanzar su agenda política, Obama tendrá que madurar y dejar de lado la campaña política, el lugar donde se siente más cómodo. El Presidente haría bien en cesar de rogar por el amor del pueblo, lo cual sentía con tanta intensidad cuando fue elegido. Como el primer presidente negro de Estados Unidos, su elección fue una especie de catarsis nacional: por fin rompimos la barrera del color y todos sentían —del partido que sea— la gloria de ese momento. Pero al final de cuentas es un político y hay pocos que aman a los políticos en el país que sea. Si quiere ser un estadista —y sin duda tiene con qué lograrlo— Obama no debería buscar amor, sino respeto. Para obtenerlo, tendrá que tomar decisiones difíciles y decir no a algunas de sus fuentes de apoyo más leales, como son los sindicatos.
Obama haría bien en exigir a sus asesores —no solamente de dientes para afuera— que construyen un bipartidismo con los interlocutores dispuestos a hacerlo. Para empezar, la Casa Blanca tiene que tender puentes con el sector privado. La crisis financiera dejó claro los riesgos de una regulación poco eficaz, pero el sector privado no es el enemigo y no será posible avanzar la agenda nacional sin su apoyo. Además, para alguien que entiende el mundo mucho mejor que sus sucesores (Obama hasta vivió parte de su infancia en otro país), el Presidente no debería optar por un proteccionismo provinciano. El proyecto de “Buy American” es una estrategia equivocada y su aplicación a un país como México —vecino y aliado estratégico— es simplemente absurda.
EU no debería predicar el libre mercado a los demás y luego optar por políticas populistas, nacionalistas y proteccionistas. La democracia y el libre mercado (bien regulado) van de la mano y Estados Unidos ha dado impulso a este fórmula a lo largo de su historia. Es importante para la recuperación económica mundial que el país siga mostrando su liderazgo en este campo y evite perder la brújula en medio de la tormenta.
Los Republicanos también tendrán que aprender de esta elección y de la historia. Hay que recordar que a la mayoría de los estadounidenses no les gusta ni los radicalismos ni la intolerancia. En los últimos meses hemos visto fenómenos políticos nuevos como el ya famoso Tea Party, pero en realidad nada tienen de nuevo. Estos sentimientos de regresar a lo básico, a la vida rural y puritana de Estados Unidos es una veta principal de la historia política del país. Estados Unidos fue fundado por refugiados religiosos y en cierta manera los valores que se plasmaron en su Constitución cobran tintes de verdades absolutas para muchos. En una época de incertidumbre uno regresa a sus inicios y recuerda con nostalgia los viejos tiempos cuando la vida era más sencilla. En resumen, el Tea Party es una reacción visceral y emocional a los retos que enfrenta el país y no plantea —por lo menos, no de forma coherente— una agenda nacional. Los Republicanos, entonces, se enfrentarán a la difícil tarea de hacer caso a esta petición nostálgica, sin caer en radicalismos que los perjudicarán en la elección presidencial del 2012.
Una de las peores derrotas en la historia de elecciones de medios término en Estados Unidos fue la vivida en 1994, durante el mandato del maestro político por excelencia, Bill Clinton. Ese año los demócratas perdieron 54 escaños de la Cámara de Representantes y entregaron la mayoría a los Republicanos —bajo el liderazgo de la polémica figura de derecha, Newt Gingrich— por primera vez desde 1954. A pesar de esta derrota, Clinton ganó su segunda elección presidencial en 1996.
Al final de cuentas, a partir de enero habrá mayor balance político entre los dos partidos, lo cuál ayudará al Presidente a gobernar de manera bipartidista, dado que los Republicanos tendrán que hacer más que simplemente culpar a la Casa Blanca. En medio de un escenario económico tan difícil no es extraño ver que el electorado esté profundamente confundido con respecto al rumbo a seguir. Pero sí hay un tema en el cual la gran mayoría de los estadounidenses coinciden, y es que quieren que haya avances, aún y cuando esto implique ceder. Según la encuesta más reciente de Times/CBS News, el 78% de los encuestados opinan que tanto los Republicanos como los Demócratas deberían ceder en algunos de sus principios ideológicos para poder lograr un avance en temas de políticas públicas. La lección para ambas bandas, entonces, es que hay que avanzar la agenda nacional a como dé lugar y eso va a requerir trabajo en equipo.
Internacionalista
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