Esto ya está pareciendo otra serie. Empezamos hablando de cómo los precios internacionales de los bienes primarios, o commodities, se mueven más por el valor del dólar que por asuntos relacionados con sus propios mercados
De ahí nos fuimos a analizar el comportamiento del dólar frente a otras monedas, y frente al oro, y prometimos averiguar por qué este proceso de deterioro de las cuentas externas de Estados Unidos. Pero ya con esto terminaremos el tema.
El primer momento en que Estados Unidos tienen un déficit en cuenta corriente es a fines de los 70. En ese momento, la explicación es única: el petróleo. Entre el crecimiento de la demanda de combustible y el gran alza del precio del crudo, las importaciones de petróleo de Estados Unidos pasaron de poco menos de 5 mil millones de dólares en 1973 a poco más de 62 mil millones en 1980. Se incrementaron más de 12 veces, provocando lo que entonces se llamó “estanflación”, estancamiento con inflación, algo que hacía mucho tiempo que no se veía en el mundo occidental. Para corregir la inflación, la Reserva Federal aplicó una política monetaria muy restrictiva, que detonó la crisis de la deuda de América Latina, y que en el mismo Estados Unidos extendió la recesión hasta mediados de los 80.
Sin embargo, de entonces para acá el deterioro de la cuenta corriente ya no se explica por el petróleo. En 1989 el déficit en cuenta corriente de Estados Unidos alcanzó su máximo de esos tiempos, e inició un proceso de corrección que casi lo llevó a cero para 1991. En ese año inició un ciclo de expansión que duró casi 10 años, hasta la recesión de 2001-2003, y nuevamente a crecer, hasta que en 2008 llegó la verdadera crisis.
Es decir, que de los últimos 20 años, Estados Unidos creció, y a ritmos importantes, durante 16, tuvo dos un poco malos (2001-2003), y dos espantosos (los dos últimos). Durante esos años, el crecimiento de la economía estadounidense se reflejó en un incremento de la demanda de los consumidores, como es natural, y parte de esa demanda no se pudo cubrir con la producción interna, de forma que las importaciones crecieron. Lo interesante es que crecen de forma bastante equilibrada, y no hay un grupo de productos a los que pueda uno achacar el déficit.
De 1989 a 2008, el crecimiento promedio anual de las importaciones totales es de 8.2%, en dólares corrientes, es decir, sin eliminar la inflación. Las importaciones de crudo efectivamente crecen más rápido que el promedio (12.6%), pero nada excepcional, y prácticamente todos los rubros se mueven al mismo ritmo. Si acaso, puede uno destacar que las importaciones de alimentos y bebidas es menor (6.9%), y las importaciones de autos todavía crecen más lentamente (5.3%). Esto es interesante porque suele uno pensar que son estos dos renglones los que más se deterioran en el comercio exterior estadounidense, pero no es así.
En consecuencia, lo que está ocurriendo en Estados Unidos es el mismo tipo de fenómeno que nosotros hemos vivido tantas veces: cuando crecemos, nuestras importaciones crecen, pero las exportaciones lo hacen a un menor ritmo, de forma que la cuenta corriente se va deteriorando poco a poco. Este deterioro, en un sistema de tipos de cambio flexibles, debería corregirse solo, mediante una devaluación paulatina de la moneda, pero cuando el tipo de cambio es fijo, se corrige bruscamente. Así nos pasó en 1976, 1982 y 1995, y no nos ha vuelto a ocurrir precisamente porque tenemos tipo de cambio flexible, de forma que éste se ajusta (como lo hizo en 2008), y nos ayuda a corregir el desbalance comercial.
Eso precisamente ocurre en Estados Unidos: cuando crece, sus exportaciones crecen menos que sus importaciones, se deteriora su cuenta corriente, y el dólar empieza a corregir el desequilibrio perdiendo valor frente a otras monedas. De 1973 a 2008, las importaciones de Estados Unidos han crecido 7.2% anual promedio, mientras que sus exportaciones lo han hecho en 6.1%. Y si nos vamos a un plazo más corto, de 1991 a 2008, las importaciones crecieron 9% anual, mientras que las exportaciones lo hicieron a 7%. Es decir, aunque Estados Unidos ha logrado mejorar su ritmo de crecimiento en las ventas al exterior, al mismo tiempo ha incrementado aún más sus compras.
En resumen, los estadounidenses enfrentan el mismo problema que nosotros: no producen lo suficiente. Cuando eso pasa, uno no puede consumir demasiado, porque no tiene con qué pagarlo. Sin embargo, eso nadie lo entiende por las buenas. Si hay posibilidad de comprar más, ya sea porque la moneda tiene un valor artificialmente elevado (como nos ha pasado a nosotros muchas veces) o porque la tasa de interés es artificialmente baja (como les pasó ahora a ellos), los consumidores se desatan y gastan.
Esto quiere decir que el precio del dinero (sea medido frente a otras monedas, como tipo de cambio, o medido frente al futuro, como tasa de interés) es de la mayor importancia para informar a los consumidores cuál es en realidad su situación. Cuando los dólares son baratos acá en México, nadie se resiste a comprar cosas importadas, o incluso a salir de viaje a otros países (si tiene oportunidad). Cuando la tasa de interés es baja, nadie se resiste a comprar una casa más grande, o un coche más bonito.
Cuando el resto del mundo mueve dinero a un país, esto va a provocar que el precio del dinero se mueva en una dirección distinta a lo que el país mismo puede sostener. Así ocurrió cuando llegó dinero a México en los años 90, y tanto el tipo de cambio como la tasa de interés bajaron, y nos hicieron pensar que teníamos más de lo que en realidad teníamos. Cuando el resto del mundo movió dinero a Estados Unidos en gran cantidad en la primera década de este siglo, redujo la tasa de interés, y los estadounidenses creyeron que podían comprar casas más grandes, con autos más bonitos.
El precio del dinero es información. Si esa información se altera, los que decidimos lo hacemos mal. Conclusión: cuidar que el precio del dinero refleje la realidad económica es un trabajo fundamental para el Estado. Más en concreto, para el banco central.
El primer momento en que Estados Unidos tienen un déficit en cuenta corriente es a fines de los 70. En ese momento, la explicación es única: el petróleo. Entre el crecimiento de la demanda de combustible y el gran alza del precio del crudo, las importaciones de petróleo de Estados Unidos pasaron de poco menos de 5 mil millones de dólares en 1973 a poco más de 62 mil millones en 1980. Se incrementaron más de 12 veces, provocando lo que entonces se llamó “estanflación”, estancamiento con inflación, algo que hacía mucho tiempo que no se veía en el mundo occidental. Para corregir la inflación, la Reserva Federal aplicó una política monetaria muy restrictiva, que detonó la crisis de la deuda de América Latina, y que en el mismo Estados Unidos extendió la recesión hasta mediados de los 80.
Sin embargo, de entonces para acá el deterioro de la cuenta corriente ya no se explica por el petróleo. En 1989 el déficit en cuenta corriente de Estados Unidos alcanzó su máximo de esos tiempos, e inició un proceso de corrección que casi lo llevó a cero para 1991. En ese año inició un ciclo de expansión que duró casi 10 años, hasta la recesión de 2001-2003, y nuevamente a crecer, hasta que en 2008 llegó la verdadera crisis.
Es decir, que de los últimos 20 años, Estados Unidos creció, y a ritmos importantes, durante 16, tuvo dos un poco malos (2001-2003), y dos espantosos (los dos últimos). Durante esos años, el crecimiento de la economía estadounidense se reflejó en un incremento de la demanda de los consumidores, como es natural, y parte de esa demanda no se pudo cubrir con la producción interna, de forma que las importaciones crecieron. Lo interesante es que crecen de forma bastante equilibrada, y no hay un grupo de productos a los que pueda uno achacar el déficit.
De 1989 a 2008, el crecimiento promedio anual de las importaciones totales es de 8.2%, en dólares corrientes, es decir, sin eliminar la inflación. Las importaciones de crudo efectivamente crecen más rápido que el promedio (12.6%), pero nada excepcional, y prácticamente todos los rubros se mueven al mismo ritmo. Si acaso, puede uno destacar que las importaciones de alimentos y bebidas es menor (6.9%), y las importaciones de autos todavía crecen más lentamente (5.3%). Esto es interesante porque suele uno pensar que son estos dos renglones los que más se deterioran en el comercio exterior estadounidense, pero no es así.
En consecuencia, lo que está ocurriendo en Estados Unidos es el mismo tipo de fenómeno que nosotros hemos vivido tantas veces: cuando crecemos, nuestras importaciones crecen, pero las exportaciones lo hacen a un menor ritmo, de forma que la cuenta corriente se va deteriorando poco a poco. Este deterioro, en un sistema de tipos de cambio flexibles, debería corregirse solo, mediante una devaluación paulatina de la moneda, pero cuando el tipo de cambio es fijo, se corrige bruscamente. Así nos pasó en 1976, 1982 y 1995, y no nos ha vuelto a ocurrir precisamente porque tenemos tipo de cambio flexible, de forma que éste se ajusta (como lo hizo en 2008), y nos ayuda a corregir el desbalance comercial.
Eso precisamente ocurre en Estados Unidos: cuando crece, sus exportaciones crecen menos que sus importaciones, se deteriora su cuenta corriente, y el dólar empieza a corregir el desequilibrio perdiendo valor frente a otras monedas. De 1973 a 2008, las importaciones de Estados Unidos han crecido 7.2% anual promedio, mientras que sus exportaciones lo han hecho en 6.1%. Y si nos vamos a un plazo más corto, de 1991 a 2008, las importaciones crecieron 9% anual, mientras que las exportaciones lo hicieron a 7%. Es decir, aunque Estados Unidos ha logrado mejorar su ritmo de crecimiento en las ventas al exterior, al mismo tiempo ha incrementado aún más sus compras.
En resumen, los estadounidenses enfrentan el mismo problema que nosotros: no producen lo suficiente. Cuando eso pasa, uno no puede consumir demasiado, porque no tiene con qué pagarlo. Sin embargo, eso nadie lo entiende por las buenas. Si hay posibilidad de comprar más, ya sea porque la moneda tiene un valor artificialmente elevado (como nos ha pasado a nosotros muchas veces) o porque la tasa de interés es artificialmente baja (como les pasó ahora a ellos), los consumidores se desatan y gastan.
Esto quiere decir que el precio del dinero (sea medido frente a otras monedas, como tipo de cambio, o medido frente al futuro, como tasa de interés) es de la mayor importancia para informar a los consumidores cuál es en realidad su situación. Cuando los dólares son baratos acá en México, nadie se resiste a comprar cosas importadas, o incluso a salir de viaje a otros países (si tiene oportunidad). Cuando la tasa de interés es baja, nadie se resiste a comprar una casa más grande, o un coche más bonito.
Cuando el resto del mundo mueve dinero a un país, esto va a provocar que el precio del dinero se mueva en una dirección distinta a lo que el país mismo puede sostener. Así ocurrió cuando llegó dinero a México en los años 90, y tanto el tipo de cambio como la tasa de interés bajaron, y nos hicieron pensar que teníamos más de lo que en realidad teníamos. Cuando el resto del mundo movió dinero a Estados Unidos en gran cantidad en la primera década de este siglo, redujo la tasa de interés, y los estadounidenses creyeron que podían comprar casas más grandes, con autos más bonitos.
El precio del dinero es información. Si esa información se altera, los que decidimos lo hacemos mal. Conclusión: cuidar que el precio del dinero refleje la realidad económica es un trabajo fundamental para el Estado. Más en concreto, para el banco central.
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