jueves, 13 de mayo de 2010

MERCADOS, CALIFICADORAS, POBLACIONES

Orlando Delgado Selley / La Jornada
En agosto de 2007 no sólo estalló la burbuja inmobiliaria, también empezaron las dificultades de grandes bancos internacionales: el BNP Paribas, el mayor de Francia, el Northern Rock británico, Bear Stearns, el quinto banco de inversión estadunidense, y muchos más. En pocas semanas los bancos centrales empezaron a desembolsar recursos para apoyar” a esos grandes bancos en problemas que durante 2008 sumaron 3.02 billones de dólares, lo que equivalía a 5.5 por ciento del valor del PIB mundial de 2007. El argumento utilizado para que los congresos respectivos apoyaran el uso de este enorme monto de recursos fue que era indispensable impedir la quiebra del sistema financiero internacional.
En diciembre de 2009 estalló la crisis griega provocada por el cambio en la calificación de la deuda realizada por las principales agencias calificadoras (Standard & Poor’s, Fitch Rating y Mooody’s). Las calificadoras argumentaron que se habían deteriorado las expectativas a mediano plazo de las finanzas públicas de ese país, lo que generaba incertidumbre sobre si la recuperación en curso podría sostenerse. La reducción en la calificación implicó que el spread sobre el costo normal para refinanciar la deuda creciera, provocando un desbalance adicional en las finanzas públicas helénicas ya que la tasa de interés que se le cobrará a partir de la degradación de la calificación de su deuda será significativamente mayor.
Esas mismas calificadoras tuvieron un rol central en la crisis financiera que estamos viviendo. En los primeros años de este siglo se dio una colosal expansión del crédito, provocada por un funcionamiento bancario que puede describirse como “originar y distribuir”. La operación bancaria otorga créditos de largo plazo y antes de un mes los vende a empresas filiales o a otros intermediarios financieros quienes, a su vez, los ‘rebanan’ y empaquetan junto con otros papeles financieros para venderlos a inversionistas en el mundo entero. Estos inversionistas evalúan el riesgo de esos paquetes por la calificación de esas agencias, que eran contratadas por las propias empresas que ‘titulizaban’, haciéndoles juez y parte. Muchos inversionistas perdieron su patrimonio por confiar en las calificadoras
Grecia ha sido castigada por los “mercados” y por los gobiernos de los países de la zona del euro. La demora de los gobiernos europeos en otorgar los apoyos económicos indispensables para enfrentar la situación provocó que hubiera nuevas calificaciones que han rebajado la deuda hasta niveles “basura”, lo que ha significado que el spread sobre la tasa de interés sea casi de 10 puntos porcentuales. La lentitud de la respuesta de los gobiernos alemán y francés contrasta con la celeridad con la que apoyaron a los bancos de sus países. Contrastan aún más los requerimientos exigidos a la población griega en relación con lo que esos mismos gobiernos demandaron de los dueños de los bancos y de sus principales funcionarios.
La crisis que parecía empezar a superarse ha tomado un nuevo cauce. Los bancos ya no son el problema principal, aunque sigue siendo una preocupación la reanudación de los flujos crediticios. Una nueva etapa de la crisis podría estarse configurando a partir de la situación de las finanzas públicas de los países que peyorativamente se han denominado PIIGS: la deuda de Grecia que ha causado una turbulencia enorme es de 236 mil millones de dólares, la de Portugal suma 286 mil millones, la irlandesa 867 mil millones, España 1.1 billones e Italia 1.4 billones de dólares. Literalmente el problema griego es apenas la punta del iceberg.
Es evidente que el problema podría complicarse. Por lo pronto parece haberse hallado una salida financiera, pero sorprende el desinterés de gobiernos democráticos para actuar en defensa no del euro, sino de la población de un país. Sorprende que acepten que los ‘mercados’ puedan calificar y juzgar la actuación de un gobierno y decidir castigar a una población entera, cuando han demostrado que carecen de los valores éticos y de los requerimientos técnicos indispensables para hacerlo. El neoliberalismo ciertamente no murió con la crisis. Sigue vivo y mantiene el control político e ideológico sobre los gobiernos.

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