domingo, 16 de mayo de 2010

ESPEJISMO BRASILEÑO

Jean Meyer / El Universal
Hace unos años, 10 o tal vez menos, México era visto por el mundo como una potencia emergente, como la prueba de que en América Latina “sí se puede”. Y Brasil simbolizaba el fracaso latinoamericano, con el chiste malévolo de que “Brasil es el país del futuro y lo seguirá siendo”. Hoy los dos países invirtieron los papeles y nos toca bailar con la fea.
El famoso Luiz Inacio Lula da Silva tiene los honores de la revista Time, puesto que encabeza la lista de los cien líderes mundiales y personajes más influyentes del mundo. Les gana a tantos políticos, artistas, deportistas y héroes. Dicen que él ha contribuido más que nadie a cambiar el mundo. Para Michael Moore, el polémico documentalista estadounidense, quien ha escrito el apartado Lula en Time, es todo esto a la vez: héroe, pensador, político, “un hijo legítimo de la clase obrera”, un self made man en la vida y en la política, el líder que ha llevado a Brasil en compañía de los más grandes, Rusia, la India, China a formar el bloque de los cuatro gigantes, el BRIC (acrónimo formado con la primera letra de estos cuatro gigantes). Según MM, Lula ha llevado Brasil, en su lucha contra las desigualdades sociales, hacia el cielo, mientras que su país natal, EU sigue el camino contrario, agravando las injusticias.
En los últimos años 20 millones de brasileños han salido de la pobreza extrema, gracias —eso lo dijo Lula da Silva— a una receta mexicana inventada en tiempos del presidente Fox, algo que no queremos saber, y tampoco saber que sí, sacó a mexicanos de la extrema pobreza. Cierto también que Brasil es una esperanza mientras que México ha sido presa de varias crisis, al grado de dudar de sí mismo y de su porvenir. Olvidadas las reformas políticas y económicas de los 90 del siglo pasado, olvidado el final feliz de la “transición interminable” que acabó sin violencia con 80 años de la “dictadura perfecta por invisible” (Vargas Llosa dijo). Despertamos en la cruda realidad de los sicarios, de la corrupción, del desencanto político.
No sabemos, ni queremos saber, que la violencia brasileña no tiene nada que envidiar a la nuestra y que las desigualdades sociales son un tantito más profundas. Eso sí, reconocemos con envidia, porque es cierto, que Brasil ha conocido y conoce un crecimiento económico envidiable… con un costo devastador para el medio ambiente. Si le envidiamos tal dinamismo, ¿por qué no tomar clase con él? Lula importó el sistema Fox contra la pobreza extrema, podemos transformar Pemex sobre el modelo Petrobras, sociedad capitalista de Estado que no tiene estados de ánimo, ni se ruboriza como virgen púdica, al aceptar inversiones extranjeras y trabajar al extranjero.
Alguna vez, Moisés Naím, brillante analista, dijo que nuestro país ha sido secuestrado por sus cárteles. No pensaba en el narcotráfico, sino en los carteles (así los llama) que forman las empresas privadas, los sindicatos (Pemex, SNTE etc.), los partidos, los medios de comunicación… ¡las universidades! Sí, sí, la Universidad. Dice que todos estos carteles gozan de monopolios, de privilegios corruptores y trabajan para que nada cambie. Por eso no pueden regresar del extranjero nuestros mejores elementos, por eso la fuga de los cerebros, oficialmente lamentada, pero prácticamente aceptada, por eso el exilio de los mejores.
Imitemos a Brasil, para bien, en seguida. No en todo, porque tampoco está asegurado el futuro de Brasil y, dentro de 10 años, a lo mejor, encontraremos un Brasil desesperado y un México galopando. Brasil fabrica aviones y me alegro cada vez que subo en un Embrear comprado por nuestras compañías aéreas, pero he vivido el caos de los transportes aéreos brasileños. Sus partidos políticos son estables y el régimen es democrático, pero el clientelismo y la corrupción son a la escala de este gigante territorial y afectan a todos los partidos, hasta el primer círculo del presidente Lula.
Algunos lamentan la falta de dinamismo de México en política internacional y nos aconsejan de seguir el ejemplo de Lula. Siento decir que sus intervenciones, en varios conflictos de nuestra región, no corresponden al papel de moderador que debería ser el de esta gran potencia. Tampoco es exclusivamente positivo su vals-hesitación con líderes como Chávez, Ortega, los Kirchner, y mejor olvidar su coqueteo con el nuclear Ahmadineyad. Su entrada en la carrera armamentista inaugurada por el coronel-presidente Chávez es impresionante: 14 mil millones de dólares en el marco de una alianza estratégica con Francia. Eso no le deseo para México y no porque tengamos un pique con el presidente francés.
Profesor investigador del CIDE


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