martes, 12 de julio de 2011

UN SOPLO DE AIRE FRESCO

Rubalcaba describe un modo compartido de repartir los costes de la crisis
JOAQUÍN ESTEFANÍA / EL PAÍS
Después del movimiento de los indignados, el discurso de Alfredo Pérez Rubalcaba como candidato a la Presidencia supone otro soplo de aire fresco en el infectado ambiente de la política española. Sugiero al lector que haga caso omiso de los resúmenes que del mismo han practicado los medios de comunicación (y el propio PSOE), busque el texto completo y se confronte con él. Es un documento importante, no solo por las medidas que anuncia sino por la filosofía que desprende: un modo de entender lo público, una forma compartida de atender los costes de la crisis, un método para encontrar sus orígenes, que no son los de una tormenta imprevista en una tarde de verano sino que estaban anclados en el modelo de crecimiento.
De la lectura transversal de ese discurso se desprenden al menos tres ideas-fuerza muy arraigadas: la primera, que la política no puede permanecer impasible ante el pulso con que todos los días le reta un poder económico nada democrático; incluso teniendo en cuenta que la respuesta al mismo ha de hacerse en el marco del club al que se pertenece, la Europa del euro -lo que supone un corsé- la política ha de evitar que los mercados campen por sus respetos: "La política es la que se tiene que encargar de romper ese axioma, casi irreductible, según el cual los beneficios van para unos pocos y las pérdidas van para la mayoría".
La segunda idea motriz es la de la corrección de las desigualdades mayores que se han generado en los últimos cuatro años, mediante una política de austeridad compartida en la que paguen más quienes hasta ahora no figuran como las principales víctimas de las dificultades: tasa de transacciones financieras (que debe arrancar en el ámbito europeo sin esperar a un acuerdo mundial), impuesto nacional al sistema bancario para que financie el empleo juvenil con parte de sus beneficios, y rectificación de una equivocación, con la reimplantación de un impuesto sobre el patrimonio dirigido a las grandes fortunas y no a las clases medias, como antaño. Aunque sea competencia de las comunidades autónomas, se echó de menos una reflexión similar sobre el impuesto de sucesiones y donaciones que, adecuado a las nuevas circunstancias sociológicas del país, ayudaría a paliar la desigualdad de oportunidades de origen, seña de identidad socialista.
La tercera idea-fuerza es la resistencia a la corrupción, devenida en estructural, y que no parece tener castigo en las convocatorias electorales si nos atenemos a los resultados recientes. Rubalcaba propone la recuperación de algún tipo de competencia urbanística por parte del Estado y la exigencia de una austeridad personal perdida en muchos casos: si no vives como piensas, piensas como vives.
Se sabe que el candidato pidió muchos papeles para elaborar esta intervención. Así que no es difícil adivinar detrás de cada párrafo la voz de quien se lo sugirió. Gente muy competente cuya opinión fundada, al haberse incorporado al relato, manifiesta las prioridades y también los silencios: la necesidad de no ser mecanicista y no esperar a que el país crezca por encima del 2% para crear empleo; la obsesión por el papel de los emprendedores, muchas veces ausentes del tradicional discurso socialista; la lucha contra el cambio climático como parte esencial de la política energética, etcétera. Poco de la reforma laboral y nada de la negociación colectiva, como si Rubalcaba hubiera asumido, por fin, que el problema más urgente es el crecimiento y la falta de crédito, y no la fórmula de despedir trabajadores.
Y la centralidad del Estado de Bienestar, basado en una sanidad y una educación pública y universal. Nada de privatizaciones ideológicas. La defensa del welfare por parte de todas las fuerzas políticas es una victoria de la ciudadanía. Mariano Rajoy declaró el sábado que "no recortaremos el Estado del Bienestar, sino que lo reformaremos para hacerlo sostenible". Lo dijo delante de Aznar, que en su libro Libertad y solidaridad escribe: "Solo aspiran a un resurgimiento del Estado de Bienestar quienes siguen deseando ese modelo dirigista (...) hay algo incuestionable: el Estado de Bienestar es incompatible con la sociedad actual (...) ¿Qué encubre el debate apropiado y mantenido por los socialistas sobre el Estado de Bienestar? Un complejo de inferioridad".
¿Quién sufre ese complejo?

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