martes, 12 de julio de 2011

HARTAZGO

Francisco Rojas / El Universal
Las elecciones del domingo 3 de julio en los estados de México, Coahuila, Nayarit e Hidalgo fueron una espléndida lección de civismo y congruencia ciudadana. La entendemos como evidencia del enorme valor de una política que construye, propone y entiende los reclamos de toda la ciudadanía.
Los ciudadanos acuden a las urnas no sólo para votar por los candidatos de su preferencia, sino también para refrendar o retirar su confianza a los partidos que gobiernan, y así lo hicieron en las cuatro entidades donde hubo elecciones. Los nuevos gobernantes y legisladores deberán cumplir sus compromisos de campaña porque en este país no hay mayorías incondicionales, ni permanentes, sino una ciudadanía vigilante y crítica.
Gran parte del éxito electoral fue porque los gobernantes dieron buenas cuentas a la población y el partido seleccionó a los candidatos más cercanos a la gente. En los cuatro estados fue determinante el trabajo de los militantes priístas, sus visitas domiciliarias para exponer las propuestas de los candidatos, la organización de reuniones vecinales y gremiales y, sobre todo, por atender a las demandas de la gente.
Nuestros triunfos son también una prueba del hartazgo social por los gravísimos problemas de inseguridad pública, desempleo y pobreza, por la ineficacia en la economía, en la educación y la salud. Hartazgo por la machacona insistencia del gobierno federal en no querer cambiar nada, ni aceptar que su obligación moral, política y jurídica es trabajar para todos y no sólo para los miembros de su partido.
Su contundencia es una bocanada de aire fresco para la gente de todo el país, porque permite visualizar con claridad el trabajo de un partido que hace honor a su unidad y a su compromiso con todos los mexicanos, frente a una política empecinada en la descalificación, el encono y la insistencia en mantener políticas federales que la gente ya no acepta.
El gobierno está cegado por cifras seleccionadas a modo. Desde las alturas del poder se olvida que los muertos no son números, sino vidas truncadas. Los mexicanos que han caído en la pobreza en el decenio panista tampoco son simples cifras; son seres humanos que quieren vivir de su trabajo honrado pero no encuentran espacio en el mercado laboral porque el Estado abandonó su función de promotor del desarrollo económico y garante de los derechos sociales que otorga la Constitución a todos los mexicanos por el simple hecho de serlo. Tampoco son cifras las familias de clase media que no pueden pensar en el futuro porque viven acuciadas por la amenaza del desempleo y el subempleo en el presente.
Los políticos que confunden la realidad con los números y conceptos están llamados al fracaso. Después de la derrota, los voceros oficiosos del panismo pretenden extrapolar lo ocurrido seis y 12 años antes: en 1999 y 2005 el PRI ganó la gubernatura del Estado de México, pero perdió la elección federal, y dicen, con su lógica lineal, que eso mismo ocurrirá dentro de 12 meses. Pero olvidan que en ninguna de esas elecciones la victoria priísta fue tan contundente como la de 2011 y tampoco se había acumulado la desesperación de la gente por los problemas nacionales que, al complicarse, sacrifican a las familias y personas. Este triunfo es una victoria de la política y una muestra de los valores de la democracia y del buen ejercicio de gobierno para todos y no sólo para una facción.
Los priístas entendemos que la sociedad nos da una oportunidad más que debemos aceptar responsablemente para no descuidarnos ni un minuto, para no abandonarnos a la alegría del festejo, para no permitir egoísmos personales ni divisiones, sino regresar pronto con la sociedad para seguir acompañándola en sus luchas y en sus demandas y para resolverlas, no con discursos, sino con soluciones de fondo.
México está urgido de rumbo y certeza que motiven la reconciliación, la unidad nacional y el desarrollo pleno; la diatriba puede fracturar a la nación. Es hora de volver a la realidad, entender sus problemas y buscar las mejores soluciones por medio del diálogo y la construcción de acuerdos lícitos y abiertos a la luz pública. El sacrificio de una generación, injusto y excesivo, debería inducirnos a todos a la autocrítica y la rectificación. Nuestros problemas reales son la falta de crecimiento, la pobreza, la desigualdad y la violencia, y tenemos que ponernos de acuerdo, todos, para superarlos. Los priístas sabremos responder con eficacia, visión de Estado y altura de miras a estos retos.

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