jueves, 14 de julio de 2011

EJERCICIOS DEL PODER, UN EJEMPLO HISTÓRICO

LORENZO MEYER / REFORMA
AGENDA CIUDADANA
"Puede ser de utilidad para repensar la situación actual, una revisión de cómo se resolvió en el pasado la pugna entre un gran poder fáctico y el Estado."
Lorenzo Meyer
. La combinación de fin de sexenio con el inicio de la gran lucha electoral de 2012 y las declaraciones de Elba Esther Gordillo -líder del SNTE- sobre sus alianzas políticas, han puesto sobre la mesa de la discusión la relación entre el gobierno y los grandes poderes fácticos. . En un libro que acaba de salir, John Norwich emplea un enfoque político, una idea interesante: abordar la historia de los papas desde la perspectiva del ejercicio del poder político. La obra puede verse como una especie de experimento político, pues a lo largo de dos milenios se someten a examen las acciones de personajes que, en principio, estaban particularmente obligados a seguir una conducta ejemplar. El resultado es que tan peculiares gobernantes no pudieron combinar satisfactoriamente ética y poder. Y mientras algunos se ganaron el calificativo de monstruos, otros lo tuvieron de corruptos, ineptos o mediocres. Pocos se salvan: León I, Benedicto IV y unos cuantos más, (Absolut monarchs. A history of the Papacy, [Nueva York: Random House, 2011]). En suma, si de los más de dos centenares y medio de obispos de Roma apenas un puñado parece haber podido combinar bien el papel de hombres de poder político con su ética, ¿qué se puede esperar del resto de los gobernantes? Y sin embargo y pese a lo corrupto que ha sido y es el mundo de la política, de tarde en tarde surge alguien que se esfuerza y logra combinar el realismo con la utopía, la astucia para maniobrar con el sentido de responsabilidad histórica, la fuerza del Estado -la violencia- con la moderación, y por eso se gana un lugar entre los grandes de su época. En el siglo XX mexicano, un ejemplo de lo anterior fue el general y presidente Lázaro Cárdenas. . Aún se respiraba en la política mexicana el olor a la pólvora de la revolución cuando Lázaro Cárdenas asumió la dirección del país. La política de entonces era con frecuencia, brutal, arbitraria, corrupta, vulgar y cínica, como lo muestra la autobiografía de un político de la época: Gonzalo N. Santos, legislador federal entre 1924 y 1940 y hombre fuerte de San Luis Potosí a partir de su arribo a la gubernatura en 1943, (Memorias, Grijalbo, 1986). Sin embargo, también había lugar para una propuesta política dominada por consideraciones éticas y estéticas: la que intentó José Vasconcelos antes de ver destruido su empeño por ganar la Presidencia en 1929. Santos y Vasconcelos son casos extremos y contrastantes. Pese a su fracaso, Vasconcelos propició una obra educativa y artística ejemplar mientras que Santos encarnó la cara más negra de la post revolución.
Cárdenas como presidente se manejó en una zona intermedia, ya no asesinó adversarios y sí cambió para bien al país. Santos jugó como cardenista en la convención del PNR en Querétaro de 1933, donde se nombró a Cárdenas candidato presidencial, pero ya en el poder, Cárdenas lo mantuvo alejado, aunque aún se sirvió de él como uno de los aliados que le ayudaron a neutralizar la rebelión de Saturnino Cedillo en 1938. Vasconcelos, amargado, se movió rápido hacia la derecha, pero Cárdenas, en la práctica, le dio cierto contenido a la "raza cósmica" vasconcelista, es decir, a la afirmación positiva de lo mestizo por la vía de las políticas agrarias y educativas.
El gran poder fáctico en el México posterior a 1928 fue el del expresidente y general sonorense Plutarco Elías Calles. Los cuatro presidentes que sucedieron a Calles, incluyendo a Cárdenas, le debieron su ascenso a la primera magistratura a varios factores, pero el definitivo fue la voluntad de Calles. Tras crear el PNR y rechazar la idea de reelegirse, Calles supuestamente un "simple ciudadano", no tardó en ser declarado por la clase política "Jefe Máximo de la Revolución Mexicana" y factótum del escenario político: él ponía y quitaba presidentes, secretarios de Estado, gobernadores, presidentes y candidatos del partido de Estado, jefes militares y decidía o rechazaba políticas, con quien mantener o romper relaciones diplomáticas y otros temas de la vida pública.
Para llegar a ser candidato presidencial del PNR, Cárdenas tuvo que equilibrar su política de izquierda como gobernador de Michoacán (1928-1930) y su apoyo hasta el final al presidente Pascual Ortiz Rubio, a quien Calles obligó a renunciar en 1932, con muestras de lealtad personal absoluta a un "Jefe Máximo" cada vez más conservador y que bien hubiera podido hacer candidato oficial al general Manuel Pérez Treviño, cuya carrera política y militar no parecía entonces ser muy distinta a la de Cárdenas, pero que, a todos luces, era ya un personaje más a tono que Cárdenas con el talante conservador de Calles. En 1939, Pérez Treviño, apoyado por callistas, incluso fundaría un partido anticomunista.
En el arranque, Cárdenas tuvo que aceptar un gabinete donde dominaban de manera absoluta los callistas y durante los primeros meses de su gobierno también soportó que esos secretarios de Estado fueran constantemente a los ranchos de Calles en Cuernavaca o en Sonora a consultar con "el Jefe Máximo" los asuntos de su ramo. Sin embargo, para junio de 1935, y a raíz de unas declaraciones públicas de Calles donde veladamente criticó la política "radical" del presidente, Cárdenas, usando a fondo su capacidad de centralizar y coordinar las acciones de las jefaturas de operaciones militares y movilizando el apoyo de la principales organizaciones sindicales y campesinas, cambió al gabinete, obligó a los gobernadores callistas a dejar el poder, reconfiguró los mandos militares y reorganizó tanto al partido oficial (PNR) como al congreso federal. Calles no fue asesinado como había sido la costumbre "revolucionaria" para resolver las disputas internas, sino que simplemente fue exiliado a Estados Unidos con un puñado de sus seguidores.
Personajes conservadores, pero anticallistas, como los generales Juan Andrew Almazán o Saturnino Cedillo, fueron temporalmente incorporados al círculo interno cardenista pero, pasada la emergencia, fueron marginados. Y cuando Almazán y Cedillo se tornaron opositores abiertos del cardenismo, fueron neutralizados aunque no sin dificultades. Cedillo acudió sin éxito a las armas en 1938 y Almazán estuvo a punto de hacerlo en 1940, pero finalmente aceptó la cooptación y llegó a viejo.
Ya con todos los hilos del poder en sus manos, Cárdenas se lanzó a dar contenido a su gran programa de reforma social enunciado desde 1933 en el Plan Sexenal -plataforma electoral avalada en su momento por Calles, pero que casi nadie supuso que realmente pasaría del papel a los hechos- y que consistió en hacer realidad la reforma agraria, impulsar la sindicalización de los trabajadores y nacionalizar la industria petrolera. Sin embargo, para 1939 el gran esfuerzo cardenista quedó exhausto. A partir de 1940 el poder lo ejercieron los moderados y en 1946 retornó de manera permanente a manos de la derecha de la "familia revolucionaria".
Tanto Vasconcelos como Cárdenas se propusieron revitalizar a la Revolución, pero el camino seguido por el primero -el choque abierto en nombre de los grandes valores- nunca tuvo posibilidades y el del segundo -contemporizar en el arranque con el gran poder fáctico, pero sin renegar de un proyecto propio- sí. Al depender tanto de la voluntad del "Jefe Máximo" para ser candidato del PNR, el cardenismo fácilmente hubiera muerto antes de arrancar o en su etapa inicial.
Otro punto a considerar es que acoplando sagacidad y experiencia política con fuerza de carácter, es difícil que un poder fáctico, por grande que parezca, pueda triunfar sobre una combinación de fuerza institucional y movilización popular. Un presidente, Ortiz Rubio, ni siquiera intentó enfrentar las intromisiones de Calles, pero otro, Cárdenas, sí. Con el apoyo del ejército, de los trabajadores de la CTM y de las organizaciones campesinas, Cárdenas hizo efectiva la fuerza potencial de la Presidencia y el "Jefe Máximo" dejó de ser jefe, sin derramamiento de sangre ni desorden.
El cardenismo nació de una crisis institucional que se resolvió de manera bastante limpia, permitió una creación neta de energía política constructiva, pero finalmente no logró sobrevivir al sexenio en que se forjó. La actual también es una época de crisis política y de poderes fácticos que requieren ser domeñados. La fórmula política de Cárdenas no puede ser copiada, pero puede y debe ser estudiada como un elemento útil en el diseño de respuestas a los retos de hoy.

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