PETER THAL LARSEN / EL PAÍS
Los banqueros vuelven al ataque. En el Foro Económico Mundial en Davos, Jamie Dimon encabezó el coro de sus semejantes que advertía de los peligros de una regulación excesiva. Ante una sesión abarrotada, el jefe de JPMorgan le dijo al presidente francés Nicolas Sarkozy: "Demasiado es demasiado". Pero su queja va por mal camino y su nueva ofensiva es prematura.
No resulta difícil ver por qué Dimon está frustrado. JPMorgan capeó bien la crisis y ha salido de ella incluso más grande y más temible que antes. Dimon y otros sobrevivientes de la crisis, como Peter Sands de Standard Chartered, sienten que les están culpando de todos los pecados de sus semejantes menos competentes, muchos de los cuales se jubilaron para jugar al golf hace años.
Y a los banqueros les corresponde un papel importante en el debate sobre la reforma financiera. Las nuevas normas aumentarán el coste del crédito para los consumidores y las empresas. Puede que también trasladen el riesgo a bancos fantasma no regulados. Hasta ahora, los reguladores y los políticos han marcado la pauta en gran medida. Los bancos tienen que participar en la discusión y explicar mejor la vital función económica que desempeñan en el sistema.
Pero la respuesta instintiva de los banqueros ante cualquier cambio regulatorio ha sido resistirse a él. El sector se ha opuesto prácticamente a cada nueva norma introducida en cualquier parte del mundo desde que empezó la crisis en 2007. Por consiguiente, sus objeciones tienen poca credibilidad.
Además, el sistema financiero dista mucho de estar arreglado. Aunque los coeficientes de capital han aumentado y los colchones de liquidez son más grandes, las autoridades siguen sin tener ninguna forma de encargarse de los grandes bancos que quiebran sin poner en peligro el dinero de los contribuyentes. Mientras persista ese peligro ético, los bancos tendrán un incentivo para hacerse más grandes toda vez que gozan de una garantía implícita del Gobierno.
Dimon afirma que es partidario de reducir lo que él denomina "grandes bancos descerebrados". Pero llegar hasta el punto en que un gigante como JPMorgan pueda cerrarse sin ningún problema es un rompecabezas complejo e internacional. Para resolverlo es necesario que el jefe del banco participe en la discusión. Al menos hasta que eso no se logre, quejarse de las nuevas normas, especialmente en público, es contraproducente. -
Los banqueros vuelven al ataque. En el Foro Económico Mundial en Davos, Jamie Dimon encabezó el coro de sus semejantes que advertía de los peligros de una regulación excesiva. Ante una sesión abarrotada, el jefe de JPMorgan le dijo al presidente francés Nicolas Sarkozy: "Demasiado es demasiado". Pero su queja va por mal camino y su nueva ofensiva es prematura.
No resulta difícil ver por qué Dimon está frustrado. JPMorgan capeó bien la crisis y ha salido de ella incluso más grande y más temible que antes. Dimon y otros sobrevivientes de la crisis, como Peter Sands de Standard Chartered, sienten que les están culpando de todos los pecados de sus semejantes menos competentes, muchos de los cuales se jubilaron para jugar al golf hace años.
Y a los banqueros les corresponde un papel importante en el debate sobre la reforma financiera. Las nuevas normas aumentarán el coste del crédito para los consumidores y las empresas. Puede que también trasladen el riesgo a bancos fantasma no regulados. Hasta ahora, los reguladores y los políticos han marcado la pauta en gran medida. Los bancos tienen que participar en la discusión y explicar mejor la vital función económica que desempeñan en el sistema.
Pero la respuesta instintiva de los banqueros ante cualquier cambio regulatorio ha sido resistirse a él. El sector se ha opuesto prácticamente a cada nueva norma introducida en cualquier parte del mundo desde que empezó la crisis en 2007. Por consiguiente, sus objeciones tienen poca credibilidad.
Además, el sistema financiero dista mucho de estar arreglado. Aunque los coeficientes de capital han aumentado y los colchones de liquidez son más grandes, las autoridades siguen sin tener ninguna forma de encargarse de los grandes bancos que quiebran sin poner en peligro el dinero de los contribuyentes. Mientras persista ese peligro ético, los bancos tendrán un incentivo para hacerse más grandes toda vez que gozan de una garantía implícita del Gobierno.
Dimon afirma que es partidario de reducir lo que él denomina "grandes bancos descerebrados". Pero llegar hasta el punto en que un gigante como JPMorgan pueda cerrarse sin ningún problema es un rompecabezas complejo e internacional. Para resolverlo es necesario que el jefe del banco participe en la discusión. Al menos hasta que eso no se logre, quejarse de las nuevas normas, especialmente en público, es contraproducente. -
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