Macario Schettino / El Universal
Los conflictos sociales o políticos que están ocurriendo en el Magreb desde fines del año pasado se han sumado a un incremento de demanda mayor de lo esperado para elevar los precios del petróleo a los cien dólares por barril. En México, estábamos acostumbrados a celebrar las alzas de precio porque, siendo exportadores, nos beneficiaban. Sin embargo, desde hace algunos años el beneficio ha sido menor, conforme exportamos menos y, en sentido contrario, ha crecido el costo, porque importamos cada vez más combustibles.
En este momento, el alza de precios del petróleo no nos está ayudando mucho porque la gasolina se ha encarecido mucho más rápidamente. Esto debido a que las fuertes tormentas invernales en Estados Unidos han reducido la producción y, por lo tanto, su precio ha subido. Mientras que a fines del año pasado un barril de gasolina costaba siete dólares más que uno de petróleo, en enero costó nueve, y en la primera mitad de febrero, 12. Esto es una muy mala noticia para el gobierno, porque usted paga prácticamente lo mismo por cada litro de gasolina que compra. El dichoso gasolinazo por el que hacen tanto escándalo es un incremento de precio de 1% cada mes; el alza en precios internacionales ha sido de 1% por semana desde que inició el año.
Si no cuenta uno el efecto de las tormentas, y nos quedamos solamente con el alza de precio de petróleo, efectivamente por cada dólar que aumente el precio internacional ganamos algo. Las exportaciones de petróleo todavía superan el consumo de combustibles: 1.4 frente a 1.2 millones de barriles diarios (entre gasolina y diesel, nada más), de los cuales importamos medio millón. Para las cuentas del país entero, la ganancia es la diferencia entre exportaciones e importaciones; para el gobierno, la diferencia entre exportaciones y consumo, porque el subsidio que usted recibe cuando compra la gasolina es una pérdida de ingresos equivalente a haberla importado.
En otras palabras, el incremento en precio internacional del petróleo ya no es una fuente de ingresos adicionales para el gobierno, aunque tengamos un precio significativamente mayor al utilizado en el presupuesto: lo que gana el gobierno en derechos lo pierde en impuesto especial, para algo así como 60% de la producción.
Por cierto, justamente ayer festejaba Pemex que la producción de petróleo es la mayor en ocho meses, aunque ésta no llegó siquiera a los 2.6 millones de barriles. Y en las primeras tres semanas de febrero se ha producido aún un poco menos. Nada que ver con los máximos alcanzados en 2003 o 2004.
No hay que menospreciar el esfuerzo que ha hecho Pemex para detener la caída de producción, ni la estrategia que ha seguido en los últimos meses de privilegiar la exportación de crudo, así sea a costa de mayores importaciones de combustibles. Pero tampoco debemos seguir engañados: el petróleo ya no podrá continuar financiando lo que nosotros no queremos pagar.
Como es sabido, es gracias a los derechos que se cobran a Pemex que tenemos finanzas públicas razonablemente en orden. En promedio, de 1990 a 2010, el petróleo ha aportado 7.3 puntos del PIB mientras que hemos pagado en impuestos 9.5 puntos. En otras palabras, para compensar lo que el petróleo nos da, necesitaríamos pagar el doble de impuestos, que no se ve nada sencillo.
No nos vamos a quedar sin petróleo, eso no debe preocuparle. Pero, como se ve por las cifras, el petróleo ya no da lo que daba: hoy, un alza en los precios internacionales de un dólar, apenas se convierte en 40 centavos. Y será menos en los próximos meses y años. Y entonces tenemos dos opciones: o pagamos más impuestos, o reducimos el gasto del gobierno, porque el déficit ya lo tenemos en donde puede estar, incrementarlo implicaría arriesgar la estabilidad que en los últimos 12 años ha sido fundamental para el bienestar de los mexicanos.
¿Qué reducimos? ¿Educación, pensiones, seguridad, salud? Y si no le gustan las opciones, ¿cómo cobramos más impuestos? Si usted es de los que cree que bajando el sueldo a los funcionarios se resuelve el problema, olvídese, que de poco sirve. Si cree que podemos resolver esto de otra forma, también olvídese, que no hay.
Tenemos todavía un poco de margen para construir una respuesta adecuada al problema, pero ya es poco. Sería bueno que los aspirantes al 2012 nos vayan diciendo cómo harían para cuadrar cuentas en el sexenio que quieren gobernar. Digo, para hablar en serio.
Profesor de Humanidades del ITESM-CCM
Los conflictos sociales o políticos que están ocurriendo en el Magreb desde fines del año pasado se han sumado a un incremento de demanda mayor de lo esperado para elevar los precios del petróleo a los cien dólares por barril. En México, estábamos acostumbrados a celebrar las alzas de precio porque, siendo exportadores, nos beneficiaban. Sin embargo, desde hace algunos años el beneficio ha sido menor, conforme exportamos menos y, en sentido contrario, ha crecido el costo, porque importamos cada vez más combustibles.
En este momento, el alza de precios del petróleo no nos está ayudando mucho porque la gasolina se ha encarecido mucho más rápidamente. Esto debido a que las fuertes tormentas invernales en Estados Unidos han reducido la producción y, por lo tanto, su precio ha subido. Mientras que a fines del año pasado un barril de gasolina costaba siete dólares más que uno de petróleo, en enero costó nueve, y en la primera mitad de febrero, 12. Esto es una muy mala noticia para el gobierno, porque usted paga prácticamente lo mismo por cada litro de gasolina que compra. El dichoso gasolinazo por el que hacen tanto escándalo es un incremento de precio de 1% cada mes; el alza en precios internacionales ha sido de 1% por semana desde que inició el año.
Si no cuenta uno el efecto de las tormentas, y nos quedamos solamente con el alza de precio de petróleo, efectivamente por cada dólar que aumente el precio internacional ganamos algo. Las exportaciones de petróleo todavía superan el consumo de combustibles: 1.4 frente a 1.2 millones de barriles diarios (entre gasolina y diesel, nada más), de los cuales importamos medio millón. Para las cuentas del país entero, la ganancia es la diferencia entre exportaciones e importaciones; para el gobierno, la diferencia entre exportaciones y consumo, porque el subsidio que usted recibe cuando compra la gasolina es una pérdida de ingresos equivalente a haberla importado.
En otras palabras, el incremento en precio internacional del petróleo ya no es una fuente de ingresos adicionales para el gobierno, aunque tengamos un precio significativamente mayor al utilizado en el presupuesto: lo que gana el gobierno en derechos lo pierde en impuesto especial, para algo así como 60% de la producción.
Por cierto, justamente ayer festejaba Pemex que la producción de petróleo es la mayor en ocho meses, aunque ésta no llegó siquiera a los 2.6 millones de barriles. Y en las primeras tres semanas de febrero se ha producido aún un poco menos. Nada que ver con los máximos alcanzados en 2003 o 2004.
No hay que menospreciar el esfuerzo que ha hecho Pemex para detener la caída de producción, ni la estrategia que ha seguido en los últimos meses de privilegiar la exportación de crudo, así sea a costa de mayores importaciones de combustibles. Pero tampoco debemos seguir engañados: el petróleo ya no podrá continuar financiando lo que nosotros no queremos pagar.
Como es sabido, es gracias a los derechos que se cobran a Pemex que tenemos finanzas públicas razonablemente en orden. En promedio, de 1990 a 2010, el petróleo ha aportado 7.3 puntos del PIB mientras que hemos pagado en impuestos 9.5 puntos. En otras palabras, para compensar lo que el petróleo nos da, necesitaríamos pagar el doble de impuestos, que no se ve nada sencillo.
No nos vamos a quedar sin petróleo, eso no debe preocuparle. Pero, como se ve por las cifras, el petróleo ya no da lo que daba: hoy, un alza en los precios internacionales de un dólar, apenas se convierte en 40 centavos. Y será menos en los próximos meses y años. Y entonces tenemos dos opciones: o pagamos más impuestos, o reducimos el gasto del gobierno, porque el déficit ya lo tenemos en donde puede estar, incrementarlo implicaría arriesgar la estabilidad que en los últimos 12 años ha sido fundamental para el bienestar de los mexicanos.
¿Qué reducimos? ¿Educación, pensiones, seguridad, salud? Y si no le gustan las opciones, ¿cómo cobramos más impuestos? Si usted es de los que cree que bajando el sueldo a los funcionarios se resuelve el problema, olvídese, que de poco sirve. Si cree que podemos resolver esto de otra forma, también olvídese, que no hay.
Tenemos todavía un poco de margen para construir una respuesta adecuada al problema, pero ya es poco. Sería bueno que los aspirantes al 2012 nos vayan diciendo cómo harían para cuadrar cuentas en el sexenio que quieren gobernar. Digo, para hablar en serio.
Profesor de Humanidades del ITESM-CCM
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