sábado, 26 de febrero de 2011

LOS DILEMAS DE LA DEMOCRACIA MUNDIAL

David Ibarra / El Universal
El mundo y las naciones se encuentran en una encrucijada. Necesitan acomodar sus políticas a circunstancias arduas de armonizar, por cuanto el orden internacional sufre cambios y enfrenta retos enormes y, por cuanto en el orden interno de los países resulta difícil la convivencia de la democracia con la persistencia de grandes disparidades sociales.
La brecha ideológica
A partir de 1972, en el campo de las ideas y de los gobiernos retrocede el reformismo social ante el avance de las estrategias macroeconómicas neoliberales. Como resultado, el péndulo ideológico altera radicalmente su dirección hasta hacer que los temas colectivos resulten marginados de la política económica occidental.
La política social de los países queda sometida al régimen de la concurrencia internacional que la encauza hacia la limitación y privatización de los servicios sociales con el objetivo de constreñir costos y multiplicar los negocios privados. Pero, el imperativo de combatir a la depresión global rompe, si se quiere transitoriamente, el canon neoliberal y lleva a implantar medidas heterodoxas lo mismo fiscales que monetarias, a extender el brazo interventor de los Estados.
Algunos gobiernos se inclinan por imprimir continuidad a esas políticas heterodoxas, hasta asegurar la reactivación de la economía, mientras otros quisieron regresar cuanto antes al mundo anterior, aunque los costos del ajuste queden sobre los hombros de las familias, de los trabajadores, mientras se libera a los banqueros y a las empresas rescatadas con recursos públicos.
Parece afianzarse la visión conservadora en las posturas de los gobiernos líderes con claro reflejo en los acuerdos del G-20. Estados Unidos pospone la corrección de los enormes privilegios fiscales a los grupos adinerados, enmiendan apenas las deficiencias regulatorias y vuelcan las políticas en favor de las instituciones financieras con descuido del empleo y de las familias. Alemania fuerza programas dolorosísimos de ajuste en los países periféricos de la Unión Europea; busca implantar restricciones al modelo económico y social europeo como condición al incremento del fondo financiero de rescate. A tal fin se propone aplicar sanciones automáticas a los países infractores del Pacto de Estabilidad, eliminar la indexación de los salarios por inflación, limitar constitucionalmente los déficits o el endeudamiento público de los países del euro. Así, no es de extrañar que el G-20 en su última reunión (Toronto) adoptase la postura de reducir al 50% sus déficits fiscales en un plazo perentorio de tres años, confirmando que los banqueros van ganando la batalla.
Pero hay sorpresas: el proteccionismo, en apariencia abolido, reaparece con la manipulación de los tipos de cambio. Los países tratan de defender sus balanzas de pagos y empleo, devaluando, manteniendo subvaluadas sus monedas o impidiendo su apreciación ante el retraimiento del comercio internacional y los desequilibrios comerciales graves entre las potencias líderes.
Aun así, los planteamientos ideológicos en boga no dejan de ejercer presión en contra de los Estados benefactores y en favor de restablecer, hasta donde sea posible, el orden financiero precrisis. El primer mundo logra recobrar alguna estabilidad en los mercados financieros, pero sus economías permanecen debilitadas, como lo demuestra la lentitud de la recuperación y del empleo, tanto como un crecimiento bastante menor al de los países emergentes.
Recursos planetarios finitos
El Club de Roma, al examinar los obstáculos al desarrollo mundial, ha subrayado la presencia de límites casi irrebasables con los recursos disponibles y las tecnologías conocidas. Por ende, es difícil o imposible sostener indefinidamente el crecimiento universal e igualar estándares de bienestar de la población entre las distintas latitudes del planeta.
A conclusiones análogas lleva el análisis de la sostenibilidad ecológica del mundo. Priva el riesgo de trastocar peligrosamente la vida planetaria, sin la adopción de políticas colectivas, mientras eso mismo dificulta a los países emergentes la eliminación de la brecha del atraso. Si en el mundo subdesarrollado se extendieran los patrones de consumo y de producción prevalentes en los países del primer mundo, pronto se llegaría a una situación ecológicamente insostenible.
La reconfiguración económica
En pocos años se ha transitado de un mundo unipolar a otro multipolar. Pero, a diferencia de tiempos idos, los liderazgos no se trasladan simplemente entre miembros o retoños del primer mundo, sino que las nuevas potencias surgen de la periferia al poder internacional. En efecto, el este y el sur de Asia ya constituyen un núcleo regional que transforma la distribución de la producción y de las finanzas del planeta y, con ella, los liderazgos internacionales.
En 2010, China rebasó al Japón al ocupar el segundo lugar mundial por el tamaño de su economía. En 2008, el valor de sus exportaciones de mercancías superaron las de Estados Unidos y eran similares a las de Alemania. En esa misma fecha, las reservas internacionales de divisas de Asia (45.3% del total) y China (26.4%) superan con creces a las del primer mundo (22.9%). En cierto modo, China comienza a perfilarse como el centro exportador, industrial y financiero de la globalización a paso y a medida que su moneda se convierta en divisa internacional y sus inversiones sigan creciendo en el mundo.
Quiérase o no, el ascenso de China y la India es alentador, aunque determine exigencias mayúsculas de ajuste político y económico de todos los países y de las propias estructuras institucionales del orden económico internacional.
Seguridad colectiva
Los entorpecimientos al desarrollo contrarían las aspiraciones democráticas de erradicar las enormes desigualdades que prevalecen en el mundo. En más de un sentido, la inseguridad social de la época se asocia a la falta de prelaciones colectivas frente al predominio del cortoplacismo de los mercados. De igual manera, la interdependencia creada por la globalización económica crea huecos enormes en la sana coordinación de políticas en múltiples esferas de la actividad humana y hace resaltar la ausencia de una especie de gobierno universal.
A los factores que inciden en la desigualdad social —hay 900 millones de pobres en el mundo— se añaden desde 2008 los impactos asimétricos de la crisis y de los remedios a la misma en los diferentes países. Problemas largamente larvados, junto a las fórmulas de combatir a la llamada Gran Recesión, causan protestas sociales en un número cada vez más grande de países. Los disturbios de Grecia, Irlanda, España, Inglaterra, Francia, Holanda y los más serios de Túnez y Egipto reflejan el descontento generalizado de las poblaciones y abren la puerta a contagios entre países.
Las circunstancias descritas invalidan el pacto democrático esencial de aceptar la apertura de mercados a cambio de fortalecer los Estados benefactores como amortiguadores de las vicisitudes mercantiles y lograr avances en la equidad internacional. Entonces, surge la interrogante de cómo debieran perfilarse los sistemas de protección colectiva, de reafirmación de la democracia, frente al predominio de mercados individualistas y políticas conservadoras que no toman en debida cuenta los límites sociales, físicos o tecnológicos opuestos al desarrollo e igualación del bienestar ciudadano, sin distinción de nacionalidad, clase, género o color de piel.
Analista político


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