José Fernández Santillán / El Universal
El caso Florence Cassez y el consecuente diferendo diplomático entre los gobiernos de Felipe Calderón y de Nicolas Sarkozy, han hecho recordar las complejas e intrincadas relaciones entre ambas naciones. Para el tamaño y la importancia de los vínculos que se han entretejido a lo largo de los años entre uno y otro país resulta sorprendente que un asunto judicial haya provocado la cancelación del Año de México en Francia.
Comparto la idea de que, por parte de Francia, lo mínimo que debemos pedir es respeto a nuestra institucionalidad y, en especial, a la división de poderes gracias a la cual el Judicial emite sus propias sentencias. Si hay una inconformidad, ésta debería ser canalizada a través de las instancias jurídicas establecidas para tal fin. Al convertirlo en un asunto diplomático, Nicolas Sarkozy se metió en una querella diplomática que, la verdad, no venía a colación. A todas luces hay una sobreactuación con afanes de lucro político.
Me parece que en su cálculo de conveniencia y oportunidad, Sarkozy pasó por alto los antecedentes históricos de la relación con México. En ellas, ciertamente, ha habido conocidos agravios como la Guerra de los Pasteles (1938-1839) y el imperio de Maximiliano y Carlota sostenido por Napoleón III (1864-1867). Igualmente en México ha habido periodos afrancesados como el último siglo del virreinato y la época porfiriana. También experimentamos la influencia francesa cuando, entrado el siglo XX, mandamos a Francia a un buen número de estudiantes a formarse, por un lado, en el pensamiento de Louis Althusser, Michel Foucault y Jaques Derrida y, por otro, en los modelos de gestión pública propios de la École Nationale d’administration. Ya de regreso esos egresados se incorporaron a las universidades o al gobierno. Ello provocó una cierta hegemonía del pensamiento galo en nuestro ambiente cultural y político. Esa hegemonía después sería sustituida, como bien sabemos, por el predominio del pensamiento estadounidense que dura hasta el día de hoy. Allí está la tecnocracia neoliberal para constatarlo.
Y qué decir de la influencia francesa en la Independencia. Nuestros próceres leyeron a Montesquieu, Voltaire, Diderot y Rousseau (en realidad ginebrino). A ellos les debe mucho la cultura política de nuestro país. También los revolucionarios leyeron a autores franceses como Constant y Proudhon. Valga un dato a propósito de la Revolución Mexicana, don Francisco I. Madero estudió en Francia.
Así y todo, ha habido un faltante en esta positiva influencia del pensamiento político francés: en el país galo germinó un socialismo diferente del profesado por Marx; es decir, un socialismo no revolucionario sino reformista. Personajes como Louis Blanc (nacido en Madrid) y Jean Jaurés propusieron una transformación de la sociedad sin violencia. Ese cambio implicaba la adopción de las instituciones propias de la democracia, pero combinada con la justicia social, es decir, con un mejoramiento de las condiciones de vida de las clases populares. En julio de 1849 Blanc escribió en Le Nouveau Monde: “El sufragio universal estará viciado en su aplicación mientras una vasta reforma social no acabe con los azotes de la ignorancia y la miseria”. Son conceptos que siguen siendo vigentes.
En México nos ha faltado desarrollar el pensamiento socialdemócrata que en Francia se ha dado en abundancia. Ese pensamiento es el exacto opuesto de cuanto representa Sarkozy.
Profesor de Humanidades del Tecnológico de Monterrey, Campus Ciudad de México
El caso Florence Cassez y el consecuente diferendo diplomático entre los gobiernos de Felipe Calderón y de Nicolas Sarkozy, han hecho recordar las complejas e intrincadas relaciones entre ambas naciones. Para el tamaño y la importancia de los vínculos que se han entretejido a lo largo de los años entre uno y otro país resulta sorprendente que un asunto judicial haya provocado la cancelación del Año de México en Francia.
Comparto la idea de que, por parte de Francia, lo mínimo que debemos pedir es respeto a nuestra institucionalidad y, en especial, a la división de poderes gracias a la cual el Judicial emite sus propias sentencias. Si hay una inconformidad, ésta debería ser canalizada a través de las instancias jurídicas establecidas para tal fin. Al convertirlo en un asunto diplomático, Nicolas Sarkozy se metió en una querella diplomática que, la verdad, no venía a colación. A todas luces hay una sobreactuación con afanes de lucro político.
Me parece que en su cálculo de conveniencia y oportunidad, Sarkozy pasó por alto los antecedentes históricos de la relación con México. En ellas, ciertamente, ha habido conocidos agravios como la Guerra de los Pasteles (1938-1839) y el imperio de Maximiliano y Carlota sostenido por Napoleón III (1864-1867). Igualmente en México ha habido periodos afrancesados como el último siglo del virreinato y la época porfiriana. También experimentamos la influencia francesa cuando, entrado el siglo XX, mandamos a Francia a un buen número de estudiantes a formarse, por un lado, en el pensamiento de Louis Althusser, Michel Foucault y Jaques Derrida y, por otro, en los modelos de gestión pública propios de la École Nationale d’administration. Ya de regreso esos egresados se incorporaron a las universidades o al gobierno. Ello provocó una cierta hegemonía del pensamiento galo en nuestro ambiente cultural y político. Esa hegemonía después sería sustituida, como bien sabemos, por el predominio del pensamiento estadounidense que dura hasta el día de hoy. Allí está la tecnocracia neoliberal para constatarlo.
Y qué decir de la influencia francesa en la Independencia. Nuestros próceres leyeron a Montesquieu, Voltaire, Diderot y Rousseau (en realidad ginebrino). A ellos les debe mucho la cultura política de nuestro país. También los revolucionarios leyeron a autores franceses como Constant y Proudhon. Valga un dato a propósito de la Revolución Mexicana, don Francisco I. Madero estudió en Francia.
Así y todo, ha habido un faltante en esta positiva influencia del pensamiento político francés: en el país galo germinó un socialismo diferente del profesado por Marx; es decir, un socialismo no revolucionario sino reformista. Personajes como Louis Blanc (nacido en Madrid) y Jean Jaurés propusieron una transformación de la sociedad sin violencia. Ese cambio implicaba la adopción de las instituciones propias de la democracia, pero combinada con la justicia social, es decir, con un mejoramiento de las condiciones de vida de las clases populares. En julio de 1849 Blanc escribió en Le Nouveau Monde: “El sufragio universal estará viciado en su aplicación mientras una vasta reforma social no acabe con los azotes de la ignorancia y la miseria”. Son conceptos que siguen siendo vigentes.
En México nos ha faltado desarrollar el pensamiento socialdemócrata que en Francia se ha dado en abundancia. Ese pensamiento es el exacto opuesto de cuanto representa Sarkozy.
Profesor de Humanidades del Tecnológico de Monterrey, Campus Ciudad de México
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