lunes, 28 de febrero de 2011

¿QUE LE ESPERA A LIBIA?

Gabriel Guerra Castellanos / El Universal
Pocos legados tan tristes puedo imaginar para el líder de una nación como la desintegración de la misma. Las acusaciones de corrupción, de nepotismo, de ineficiencia son hirientes, demoledoras cuando son ciertas, pero ver cómo la patria que alguien juró defender comienza a desmoronarse debe ser devastador, y por más que se crea (siempre se cree) que hay una confabulación maquiavélica o satánica en curso, es inevitable pensar que algo, en algún momento, se hizo mal o se dejó de hacer para que las cosas llegaran hasta ese extremo.
No veo en Muammar Gaddafi síntomas de introspección, ni mucho menos de autocrítica. El hombre que ha forjado a la Libia moderna se ha regido siempre bajo un muy particular código de ética partiendo de que SU verdad es más poderosa que cualquier otra versión de los hechos.
Dirán mis amables lectores que esa conducta es común a la mayoría de los políticos, y tendrán posiblemente la razón, pero no todos son tan indiferentes a lo que sucede a su alrededor, ni tienen la capacidad para visualizar realidades paralelas, o para tener un menosprecio tan absoluto por las consecuencias de sus acciones como el que demuestra el todavía —quién sabe si por horas, días o semanas— hombre fuerte.
Pocos casos en los que un país y su dirigente tienen prácticamente la misma edad, pero es el caso en Libia, país fundado en 1951 por mandato de la ONU, en uno de los pocos casos exitosos de construcción de un Estado por parte de la comu nidad internacional. Conquistados y dominados durante un siglo por los italianos, los libios tienen una identidad nacional relativamente joven y ciertamente inmadura, dadas las azarosas circunstancias de su historia, marcada por las invasiones, colonizaciones y rapiña de sus numerosos conquistadores, romanos primero, árabes y otomanos después, y finalmente italianos.
En 1969 el joven teniente Muammar Gaddafi encabezó un incruento golpe de Estado contra la débil monarquía y se convirtió en el líder supremo a los 27 años de edad. Pronto mostró ser algo más que los dictadorcillos africanos que abundan: no sólo se hizo del poder, sino que lo usó para moldear a su país a su imagen y semejanza: la filosofía del líder permeó todas las esferas de la vida y sus habilidades le sirvieron para desarticular cualquier movimiento opositor y adquirir un peso específico en la región muy superior al que le confería la enorme riqueza petrolera con la que se topó.
Gaddafi construyó un modelo, basado en sus propios dichos y escritos, que buscaba una tercera vía entre capitalismo y comunismo, incorporando elementos moderados del islam y sus visiones con frecuencia mesiánicas. No contento con el absoluto y férreo control sobre su propia nación, bien pronto comenzó a agitar las aguas en el resto del continente, interviniendo militarmente en Chad, financiando a grupos terroristas y llegando al extremo de realizar actos de terrorismo, entre ellos el tristemente célebre caso del avionazo de Lockerbie en el que perecieron 270 personas.
Gaddafi era uno de los villanos favoritos de Ronald Reagan, quien ordenó bombardear Libia en 1986 en represalia por un atentado en Berlín que mató a soldados estadounidenses. Los bombardeos estadounidenses mataron a numerosos civiles en Libia, entre ellos a una hija adoptiva de Gaddafi, quien quedó marcado por el incidente. Más recientemente, Libia decidió suspender su programa de armamento nuclear y declararse frontalmente contra Al-Qaeda y demás grupos radicales islámicos, lo que le valió el reconocimiento de EU y su reinserción en la comunidad internacional.
Ahora, ante el contagio de la fiebre árabe que tiene en ascuas al mundo entero, Gaddafi optó por la represión masiva e indiscriminada, arriesgando la fractura de su nación antes que pensar en renunciar al poder. Es incierto el futuro en un país que carece de instituciones sólidas, en el que no hay organizaciones políticas que no sean las del gobierno, y en el que las lealtades son ante todo tribales, incluso por encima de lo nacional.
Lo que ya sucede en Libia es estremecedor, pero lo que viene será seguramente mucho peor: podríamos estar presenciando, ya, la primera desintegración de un país, en vivo y en directo, con los agravantes simultáneos del baño de sangre que se avecina y del pequeño detalle de que Libia, solita, posee el 2% de las reservas de petróleo del mundo entero.
Internacionalista

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