León Bendesky / La Jornada
A veces el discurso político parece salido de las secciones de autoayuda de la librerías. O bien asemeja las recientes propuestas acerca de la felicidad de las sociedades, como si ésta se pudiera medir de modo significativo y, sobre todo, manipular. Más difícil todavía es querer que sirva como justificación de lo que se hace desde el gobierno o el poder.
Este fenómeno es como una derivación más del espectáculo de Big Brother, en el que se sustituye la fiera ironía de Orwell en 1984 con una bárbara trivialidad.
A fines de los años sesenta el doctor Thomas Harris publicó un influyente libro sobre el análisis transaccional (I’m Ok, you’re Ok) una aproximación del psicoanálisis dirigida al tratamiento de los asuntos diarios en la vida de las personas.
Ahora, en México, la política pública, y un asunto más bien técnico y árido como es la medición del producto del país, se plantea de una manera tal que se ha de convencer a los sujetos a los que se dirige de que están mejor de lo que ellos creen.
Una cosa es el criterio con el que se evalúan los resultados de la economía conforme a las prácticas usuales, y otra distinta es aplicarlo directamente a las condiciones sociales. No hay una línea directa entre ambas cosas, tampoco están irremediablemente disociadas.
Este es un terreno minado para un funcionario público, en el ejercicio de un puesto político y hasta con aspiraciones más grandes. La psicología y la economía están muy relacionadas, pero son campo incierto, lleno todavía de lugares comunes y donde los avances, como por ejemplo los de Kahneman y asociados, no están integrados al cuerpo básico del pensamiento de la disciplina.
Conforme las medidas convencionales, el PIB creció en 2010 a una tasa de 5.5 por ciento. El año anterior había caído 6.1, luego de una revisión del dato original que fue de 6.5 por ciento. Hay un rebote estadístico que no puede ignorarse y el daño de la crisis no se repone sólo con un indicador general.
La recesión en Estados Unidos abarcó desde septiembre de 2008, momento asociado con la quiebra de Lehman Brothers, hasta su fin marcado oficialmente en el verano de 2009. Los tiempos son consistentes en cuanto a su sincronía con la dinámica de la actividad económica en México.
El dato de Inegi, que sirvió para las declaraciones muy optimistas del secretario de Hacienda, es positivo en sí mismo. No obstante, las condiciones que prevalecen en esta economía, así como la fragilidad que persiste en los mercados mundiales y a lo que debe aunarse la creciente inestabilidad política y social en los países árabes, son condiciones que no se pueden obviar.
De ahí que el consenso que se ha propuesto sobre el desempeño esperado de la producción, el empleo y el financiamiento esté sujeto a diversos imponderables. A partir de ese consenso podrían matizarse los resultados, la situación actual y las previsiones.
En el gobierno mismo, en particular entre los responsables de la política fiscal y monetaria, se advierten discrepancias acerca de cómo se ven las cosas. Señalo, apenas, una consideración al respecto: unos días antes de la satisfacción de Hacienda y en un tono más comedido aunque siempre consistente con la visión oficial, el subgobernador Manuel Sánchez, del Banco de México, habló en una presentación en Sonora sobre las bases del funcionamiento económico comparándolo con el de China.
En un par de láminas (ver www.banxico.org.mx) se muestra que el aumento del producto por habitante está asociado en aquel país con el crecimiento de la productividad, que se duplicó entre 1980 y 2008. En México, en cambio, ésta cayó 25 por ciento en el mismo periodo.
Este argumento es sólo ilustrativo de la complejidad que entraña analizar el modo en que opera un sistema económico y sus múltiples expresiones en el campo de la actividad de las empresas, el financiamiento, la infraestructura, la tecnología y las gestión pública, es decir, el entorno institucional.
Más complejo aún es intentar traducir estas cuestiones al bienestar de la gente y hasta ponerle precio: 6 mil pesos.
Si esta es la condición de clase medieros de los mexicanos habrá en verdad que matizar bastante los argumentos, así como aquellos que ahora se proponen sobre la buena condición del país y que la gente no sabe apreciar. Este es un debate abierto y tiene implicaciones políticas claras, en especial en esta etapa ya abierta de disputa electoral encaminada a 2012.
Ahora se pretende decir con todos estos planteamientos que los ciudadanos tenemos una visión muy negativa de lo que ocurre en México, pero bastantes razones hay para que sea así. Que hay otros aspectos positivos es cierto, siempre se podrán encontrar y apreciar.
Que los mexicanos son muy críticos y no aceptan que están bien, se ha dicho. Ese es ya un asunto metafísico, para el que habría que recurrir tal vez a la psicología de las masas, tema que va más allá del resultado de medir el PIB.
El país no está parado, ese es un hecho, hay sectores que están boyantes y son muy rentables. De ahí a que las condiciones generales estén en un punto admisible para una sociedad como ésta hay, sin embargo, un largo trecho y una historia que no es fácil distorsionar.
A veces el discurso político parece salido de las secciones de autoayuda de la librerías. O bien asemeja las recientes propuestas acerca de la felicidad de las sociedades, como si ésta se pudiera medir de modo significativo y, sobre todo, manipular. Más difícil todavía es querer que sirva como justificación de lo que se hace desde el gobierno o el poder.
Este fenómeno es como una derivación más del espectáculo de Big Brother, en el que se sustituye la fiera ironía de Orwell en 1984 con una bárbara trivialidad.
A fines de los años sesenta el doctor Thomas Harris publicó un influyente libro sobre el análisis transaccional (I’m Ok, you’re Ok) una aproximación del psicoanálisis dirigida al tratamiento de los asuntos diarios en la vida de las personas.
Ahora, en México, la política pública, y un asunto más bien técnico y árido como es la medición del producto del país, se plantea de una manera tal que se ha de convencer a los sujetos a los que se dirige de que están mejor de lo que ellos creen.
Una cosa es el criterio con el que se evalúan los resultados de la economía conforme a las prácticas usuales, y otra distinta es aplicarlo directamente a las condiciones sociales. No hay una línea directa entre ambas cosas, tampoco están irremediablemente disociadas.
Este es un terreno minado para un funcionario público, en el ejercicio de un puesto político y hasta con aspiraciones más grandes. La psicología y la economía están muy relacionadas, pero son campo incierto, lleno todavía de lugares comunes y donde los avances, como por ejemplo los de Kahneman y asociados, no están integrados al cuerpo básico del pensamiento de la disciplina.
Conforme las medidas convencionales, el PIB creció en 2010 a una tasa de 5.5 por ciento. El año anterior había caído 6.1, luego de una revisión del dato original que fue de 6.5 por ciento. Hay un rebote estadístico que no puede ignorarse y el daño de la crisis no se repone sólo con un indicador general.
La recesión en Estados Unidos abarcó desde septiembre de 2008, momento asociado con la quiebra de Lehman Brothers, hasta su fin marcado oficialmente en el verano de 2009. Los tiempos son consistentes en cuanto a su sincronía con la dinámica de la actividad económica en México.
El dato de Inegi, que sirvió para las declaraciones muy optimistas del secretario de Hacienda, es positivo en sí mismo. No obstante, las condiciones que prevalecen en esta economía, así como la fragilidad que persiste en los mercados mundiales y a lo que debe aunarse la creciente inestabilidad política y social en los países árabes, son condiciones que no se pueden obviar.
De ahí que el consenso que se ha propuesto sobre el desempeño esperado de la producción, el empleo y el financiamiento esté sujeto a diversos imponderables. A partir de ese consenso podrían matizarse los resultados, la situación actual y las previsiones.
En el gobierno mismo, en particular entre los responsables de la política fiscal y monetaria, se advierten discrepancias acerca de cómo se ven las cosas. Señalo, apenas, una consideración al respecto: unos días antes de la satisfacción de Hacienda y en un tono más comedido aunque siempre consistente con la visión oficial, el subgobernador Manuel Sánchez, del Banco de México, habló en una presentación en Sonora sobre las bases del funcionamiento económico comparándolo con el de China.
En un par de láminas (ver www.banxico.org.mx) se muestra que el aumento del producto por habitante está asociado en aquel país con el crecimiento de la productividad, que se duplicó entre 1980 y 2008. En México, en cambio, ésta cayó 25 por ciento en el mismo periodo.
Este argumento es sólo ilustrativo de la complejidad que entraña analizar el modo en que opera un sistema económico y sus múltiples expresiones en el campo de la actividad de las empresas, el financiamiento, la infraestructura, la tecnología y las gestión pública, es decir, el entorno institucional.
Más complejo aún es intentar traducir estas cuestiones al bienestar de la gente y hasta ponerle precio: 6 mil pesos.
Si esta es la condición de clase medieros de los mexicanos habrá en verdad que matizar bastante los argumentos, así como aquellos que ahora se proponen sobre la buena condición del país y que la gente no sabe apreciar. Este es un debate abierto y tiene implicaciones políticas claras, en especial en esta etapa ya abierta de disputa electoral encaminada a 2012.
Ahora se pretende decir con todos estos planteamientos que los ciudadanos tenemos una visión muy negativa de lo que ocurre en México, pero bastantes razones hay para que sea así. Que hay otros aspectos positivos es cierto, siempre se podrán encontrar y apreciar.
Que los mexicanos son muy críticos y no aceptan que están bien, se ha dicho. Ese es ya un asunto metafísico, para el que habría que recurrir tal vez a la psicología de las masas, tema que va más allá del resultado de medir el PIB.
El país no está parado, ese es un hecho, hay sectores que están boyantes y son muy rentables. De ahí a que las condiciones generales estén en un punto admisible para una sociedad como ésta hay, sin embargo, un largo trecho y una historia que no es fácil distorsionar.
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