viernes, 18 de febrero de 2011

EL IMPUESTO A LAS TRANSACCIONES FINANCIERAS

Carlos Zarco / El Semanario
Uno de los principales problemas que plantean los gobiernos para garantizar los derechos sociales y económicos de los ciudadanos es la falta de recursos financieros: no alcanza, nos dicen, para cubrir los costos de servicios públicos de educación y salud de calidad; no alcanza, nos repiten, para incrementar los montos de cooperación internacional para apoyar a los países más necesitados y, recientemente en Cancún, en la conferencia sobre cambio climático, los gobiernos discutieron si podían dedicar 50,000 mdd para fortalecer las capacidades de adaptación de los países más pobres y otros 50,000 mdd para reducir la emisión de gases invernadero.
Por otro lado, la crisis financiera que estalló en 2008 lanzó a la pobreza a 200 millones de personas, mientras el dinero de los contribuyentes en el mundo se destinaba a rescatar a los bancos. Sólo en EU se estima que el rescate costó 12.8 trillones de dólares.
En este contexto, se retomó una propuesta lanzada en los 70 por el Nobel de Economía, James Tobin. Propuesta que, por su sencillez parece irrealizable: que se cobre un impuesto a las transacciones financieras, o sea, a esas cantidades enormes de dinero que se mueven electrónicamente por el mundo y que casi nunca tocan la planta productiva de los países.
La idea de un pequeño impuesto a las transacciones financieras implica también hacer más corresponsables a los bancos con los riesgos que implican la pobreza y el cambio climático.
Miles de organizaciones de la sociedad civil (entre ellas Oxfam), celebridades e intelectuales destacados, entre ellos varios premios Nobel de Economía, se han sumado a la idea de cobrar un pequeñísimo 0.05% a las transacciones financieras, lo que representaría alrededor de 400,000 mdd al año para invertir en la superación de la pobreza, la calidad de los servicios públicos y las acciones necesarias para enfrentar el calentamiento global.
Esta idea simple, pero potente, se ha planteado en el seno del G-20, la nueva plataforma de países creada para encontrar salidas a la crisis financiera. Desde el principio ha habido resistencias, pero poco a poco la propuesta se ha ido abriendo camino.
Recientemente en Davos, en el Foro Económico Mundial, el presidente francés Nicolás Sarkozy, quien presidirá este año la reunión del G-20, planteó la relevancia de este impuesto ya conocido como el impuesto Robin Hood, máxime cuando se ha constatado que en esta crisis que provocaron los bancos todos han perdido, excepto ellos. La idea de este impuesto ha sido incluso apoyada por estudios del Fondo Monetario Internacional y de la Unión Europea.
Esos 400,000 mdd harían una gran diferencia para la gente más necesitada. Con sólo 10,000 mdd Haití podría reconstruirse.
A fin de promover que los gobiernos asuman este compromiso, se llevará a cabo un día de acción global en 15 países, el próximo 17 de febrero, un día antes de la reunión de los Ministros de Hacienda del G-20. En Oxfam estamos comprometidos con esta campaña y desde México nos sumaremos activamente.
El impuesto a las transacciones financieras representaría un mínimo costo para los bancos y una enorme diferencia para la población más vulnerable. Podría ser otro avance de la ciudadanía global.



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