Axel Didriksson / Proceso
Entre bambalinas del escenario de violencia, con notas de expertos que parecen atisbos sólo para iniciados, se asoma la actual crisis económica, que pareciera inexistente y ser parte de lo inescrutable, porque en los indicadores de opinión pública está muy por debajo de los grandes discursos políticos en busca de votos, o de las cifras de asesinados.
Lo increíble es que el tema se maneja en la vida pública como si se tratara de un acontecimiento secundario, como si la crisis actual no nos fuera a pegar porque nos encontramos en los inicios de una franca recuperación, aunque la realidad apunte hacia otro lado.
Lo que comenzó de forma abrupta en el año 2009, y que en el mundo aún se presenta como la más grande maraña de enredos financieros, económicos y sociales que se haya producido en los últimos lustros, provocando ahora movimientos sociales insólitos que no pocos califican de revolucionarios (como lo que ocurre en varios países del norte africano, en forma destacada en Sudán y en Egipto), en México se presenta (por ahora) como algo efímero, desde la visión de la estrategia económica que se sigue o a partir de la valoración del impacto que los ciclos mundiales tienen en el desarrollo del país.
En el Informe sobre Educación para Todos (2010), la UNESCO calificó la actual crisis económica como la más profunda desde la Gran Depresión porque echa por tierra cualquier optimismo sobre la recuperación, en el mediano plazo, de los países desarrollados, y porque será pagada por los países menos desarrollados y más pobres a costa de su educación y bienestar.
Asimismo, Paul Krugman (Premio Nobel de Economía) y Robin Wells caracterizaron la crisis mundial –que se inició en Estados Unidos con una desaforada especulación inmobiliaria y representó la pérdida de 8 billones de dólares y la quiebra del aún presente sistema financiero– como “la peor” que se ha padecido “desde los años 30” (El País, 3 de octubre, 2010).
Las medidas gubernamentales que se han propiciado, casi de manera desesperada, en países como Irlanda, Alemania, Gran Bretaña, Grecia, España, Estados Unidos, han logrado detener el pánico del rompimiento de la burbuja financiera-especulativa que ocurrió desde 2009, pero no han alcanzado a restablecer las bases del otrora sólido sistema económico global, porque hoy se está a la puerta de una nueva fase recesiva. Los primeros signos de este nuevo ciclo de descalabro se observan en las altas tasas de desempleo, el aumento de la inflación, el mercado de las divisas y, sobre todo, la elevación de los precios de los alimentos básicos.
En esta etapa, muchas potencias aparecen inertes mientras otros países presentan mayores fortalezas, como para asumir papeles de economías emergentes, sobre todo avanzando en componentes de alto valor agregado en conocimientos y tecnologías, como ocurre en los casos de India, China y Brasil.
No obstante, conforme a las estimaciones oficiales, México está alcanzando cifras que indican una ligera pero firme recuperación económica, con todo y que en 2010 terminó con un crecimiento acumulado del PIB de 0.2%, con muy ligeros repuntes en la industria manufacturera y en la actividad comercial. En todos los demás rubros, no hay nada que presumir ni dar por bueno, sobre todo porque se han desplomado la actividad turística, el envío de remesas, y porque los ingresos no han alcanzado ninguna recuperación importante en los últimos 10 años, ni el empleo ni la productividad ni el valor agregado en conocimientos y aprendizajes, debido a las deplorables condiciones en que se hallan el sistema educativo y la investigación científica.
Como indicador importante, de acuerdo con el Inegi, la actual tasa de desempleo de jóvenes duplica la tasa general, y son ellos quienes tienen la mayor fragilidad en su vida laboral ante un eventual escenario económico negativo. (Cualquier semejanza con lo que pasaba antes de la revuelta de Egipto sería una mera coincidencia.)
La economía mexicana sigue prendida con alfileres a la estadunidense, y sobrevive gracias al incremento volátil de los precios del petróleo, del comercio exterior (que poco beneficia al mercado interno) y de las remesas apenas solidarias. Sin embargo, con el nuevo gasolinazo, con el incremento del desempleo y de la especulación alimentaria, y ahora con la caída estrepitosa de amplias zonas de cultivo en el noreste del país, el arribo de una nueva fase recesiva nacional es bastante previsible, y aún más, puede adelantarse que esta crisis financiera y económica se mezclará ineluctablemente con otra crisis política (que viene y se acerca todos los días a fases de estallido social), otra educativa y otra cultural.
No se pueden medir las repercusiones que esa realidad tendrá en los jóvenes que no ven ninguna alternativa en la educación ni tienen expectativas de mejoramiento de su vida social y cultural, pero también sabemos que suele subestimarse lo que socialmente puede ocurrir cuando cunde la sensación del más absoluto vacío sobre el futuro y lo que se vive es el silencio.
Entre bambalinas del escenario de violencia, con notas de expertos que parecen atisbos sólo para iniciados, se asoma la actual crisis económica, que pareciera inexistente y ser parte de lo inescrutable, porque en los indicadores de opinión pública está muy por debajo de los grandes discursos políticos en busca de votos, o de las cifras de asesinados.
Lo increíble es que el tema se maneja en la vida pública como si se tratara de un acontecimiento secundario, como si la crisis actual no nos fuera a pegar porque nos encontramos en los inicios de una franca recuperación, aunque la realidad apunte hacia otro lado.
Lo que comenzó de forma abrupta en el año 2009, y que en el mundo aún se presenta como la más grande maraña de enredos financieros, económicos y sociales que se haya producido en los últimos lustros, provocando ahora movimientos sociales insólitos que no pocos califican de revolucionarios (como lo que ocurre en varios países del norte africano, en forma destacada en Sudán y en Egipto), en México se presenta (por ahora) como algo efímero, desde la visión de la estrategia económica que se sigue o a partir de la valoración del impacto que los ciclos mundiales tienen en el desarrollo del país.
En el Informe sobre Educación para Todos (2010), la UNESCO calificó la actual crisis económica como la más profunda desde la Gran Depresión porque echa por tierra cualquier optimismo sobre la recuperación, en el mediano plazo, de los países desarrollados, y porque será pagada por los países menos desarrollados y más pobres a costa de su educación y bienestar.
Asimismo, Paul Krugman (Premio Nobel de Economía) y Robin Wells caracterizaron la crisis mundial –que se inició en Estados Unidos con una desaforada especulación inmobiliaria y representó la pérdida de 8 billones de dólares y la quiebra del aún presente sistema financiero– como “la peor” que se ha padecido “desde los años 30” (El País, 3 de octubre, 2010).
Las medidas gubernamentales que se han propiciado, casi de manera desesperada, en países como Irlanda, Alemania, Gran Bretaña, Grecia, España, Estados Unidos, han logrado detener el pánico del rompimiento de la burbuja financiera-especulativa que ocurrió desde 2009, pero no han alcanzado a restablecer las bases del otrora sólido sistema económico global, porque hoy se está a la puerta de una nueva fase recesiva. Los primeros signos de este nuevo ciclo de descalabro se observan en las altas tasas de desempleo, el aumento de la inflación, el mercado de las divisas y, sobre todo, la elevación de los precios de los alimentos básicos.
En esta etapa, muchas potencias aparecen inertes mientras otros países presentan mayores fortalezas, como para asumir papeles de economías emergentes, sobre todo avanzando en componentes de alto valor agregado en conocimientos y tecnologías, como ocurre en los casos de India, China y Brasil.
No obstante, conforme a las estimaciones oficiales, México está alcanzando cifras que indican una ligera pero firme recuperación económica, con todo y que en 2010 terminó con un crecimiento acumulado del PIB de 0.2%, con muy ligeros repuntes en la industria manufacturera y en la actividad comercial. En todos los demás rubros, no hay nada que presumir ni dar por bueno, sobre todo porque se han desplomado la actividad turística, el envío de remesas, y porque los ingresos no han alcanzado ninguna recuperación importante en los últimos 10 años, ni el empleo ni la productividad ni el valor agregado en conocimientos y aprendizajes, debido a las deplorables condiciones en que se hallan el sistema educativo y la investigación científica.
Como indicador importante, de acuerdo con el Inegi, la actual tasa de desempleo de jóvenes duplica la tasa general, y son ellos quienes tienen la mayor fragilidad en su vida laboral ante un eventual escenario económico negativo. (Cualquier semejanza con lo que pasaba antes de la revuelta de Egipto sería una mera coincidencia.)
La economía mexicana sigue prendida con alfileres a la estadunidense, y sobrevive gracias al incremento volátil de los precios del petróleo, del comercio exterior (que poco beneficia al mercado interno) y de las remesas apenas solidarias. Sin embargo, con el nuevo gasolinazo, con el incremento del desempleo y de la especulación alimentaria, y ahora con la caída estrepitosa de amplias zonas de cultivo en el noreste del país, el arribo de una nueva fase recesiva nacional es bastante previsible, y aún más, puede adelantarse que esta crisis financiera y económica se mezclará ineluctablemente con otra crisis política (que viene y se acerca todos los días a fases de estallido social), otra educativa y otra cultural.
No se pueden medir las repercusiones que esa realidad tendrá en los jóvenes que no ven ninguna alternativa en la educación ni tienen expectativas de mejoramiento de su vida social y cultural, pero también sabemos que suele subestimarse lo que socialmente puede ocurrir cuando cunde la sensación del más absoluto vacío sobre el futuro y lo que se vive es el silencio.
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