sábado, 19 de febrero de 2011

EL CIRCO: LA CRISIS FRANCO-MEXICANA

Alejandra Cullen / El Universal
Decía un amigo: “No me gusta Todos Somos Juárez, no quiero manchar mis manos de sangre”. Pero se equivoca. En México todos tenemos las manos manchadas de sangre. Enfurecidos, queremos justicia a modo. En la avalancha de desprecio por las instituciones, arrasamos con nuestra capacidad para reconocer nuestras fallas y, con ella, la posibilidad de corregirlas.
Las posturas oficiales de los últimos días son irrelevantes. Igual de electoreras son las declaraciones mexicanas que las francesas, pero las primeras son más exitosas. El rechazo a asistir al Año de México en Francia, bajo la amenaza de que el país anfitrión se lo dedique a Cassez, es el más importante éxito del Presidente en años. Nunca este gobierno había logrado consenso de partidos y ciudadanos parecido, a pesar de ser producto del fracaso de sus gestiones diplomáticas.
Donde nos equivocamos los mexicanos es en nuestra exaltación al patriotismo de manera miope e irreflexiva. Sienten muchos que con la respuesta de Calderón a Sarkozy, México triunfa sobre los franceses. Creemos que es un “golpazo” decir que México no habla con convictos para decidir su política exterior. Esto sólo es más del circo necesario para esconder el problema de fondo.
La crisis diplomática con Francia es producto de un caso escandaloso. El asunto Cassez, inocente o culpable, es una vergüenza nacional. Su proceso fue violentado y es insostenible en cualquier corte extranjera. Pero en México nos gusta ver sentencias e ignorar procesos. Se pueden hacer cientos de análisis al sistema de procuración de justicia. Se puede criticar a jueces y ministerios públicos. Se pueden hacer películas, libros y videos. Nada sirve. Olvidamos todo con cuatro gritos al extranjero y con la deducibilidad fiscal de las colegiaturas. No aceptamos errores, ni intervenimos instituciones.
Sabemos que se puede ser injustamente juzgado dos veces por el mismo delito. Aceptamos la inocencia de Toño (Presunto Culpable), pero el prejuicio nos impide cuestionar la culpabilidad de la francesa.
Presunto culpable nos lleva a impugnar al sistema de procuración de justicia. Debatir cómo se hacen las consignaciones y cómo se integran los expedientes. La crisis con Francia debiera detonar una revisión de la lucha contra el crimen organizado. Allende nuestros rencores con los franceses, y sus excesos, debiéramos quitarnos los prejuicios. Debemos abrir los ojos sobre cómo trabaja la policía federal. ¿Cuántos inocentes están siendo consignados por narco, secuestro o crimen organizado? ¿Cómo construyen estos casos? El michoacanazo ejemplificó un desastre jurídico. ¿Cuántos más hay?
La crisis francesa debiera obligarnos a tomar conciencia sobre nuestra errónea concepción de la justicia y su proceso de impartición. La justicia tiene método y reglas, no es resultado de la intuición y el rumor. El mismo rigor de las investigaciones debe aplicarse a todos los presuntos delincuentes, independientemente de la gravedad del crimen cometido.
Exigimos justicia sin saber cómo procurarla. Creemos más en los activistas que en los abogados, y olvidamos que no son técnicos, sino víctimas. No les corresponde juzgar, sino señalar irregularidades. El proceso debe ser sagrado y es hoy lo más violado. Olvidamos los procedimientos, porque nos urgen los culpables. Por eso la familia del acusador de Toño (de Presunto Culpable) solicitó un amparo; por eso quieren refundir a Cassez en una cárcel mexicana, y persiguen a los jueces que liberaron a Sergio Barraza en Chihuahua…
La confusión ensucia el proceso. Al Presidente le conviene el pleito con Francia. No le puede fallar a los activistas, aunque provoque un desencuentro diplomático. Los va a necesitar para justificar los abusos de su guerra. Son aliados creíbles para justificar barbaridades.
Hoy, nadie, ni la República Francesa, tiene derecho a cuestionar los procedimientos de detención y acusación. La Secretaría de Seguridad Pública es inescrutable. Al finalizar este gobierno encontraremos 50 mil muertos y cientos de miles de detenidos cuya culpabilidad parecerá incuestionable. Preguntémonos cuántos inocentes podrán ser acusados con los infalibles métodos publicitarios de este gobierno.
Esta administración no reconocerá sus errores para no vulnerar su estrategia de guerra. La falta de reflexión sobre el fondo del conflicto franco-mexicano le costará al país mucho más que sus eventos culturales en París: se atrasa de nuevo la renovación institucional en materia de justicia.
Con el pleito México-Francia nos sentimos ganadores, pero somos los principales perdedores del fondo que oculta este circo. Desconocemos el valor de la autocrítica. Preferimos incriminar a Sarkozy que reconocer nuestro cochinero. Anteponemos la culpa de los gringos por consumir droga a reconocer el costo de la impunidad. Los mexicanos, mientras la podredumbre no toque a nuestra puerta, festejaremos la deducibilidad de las colegiaturas sin cuestionar todo lo demás. Corre la sangre en nuestras manos, pero siempre responsabilizaremos a alguien más.
Economista

No hay comentarios:

Publicar un comentario