Alfonso Zárate / El Universal
En Medio Oriente tiemblan los dictadores. El 14 de enero, en Túnez, la heroicidad de un hombre en llamas, un modesto vendedor de frutas, detonó energías largamente contenidas que derribaron al gobierno de Zine el-Abidine Ben Alí. De ahí, las ondas sociales expansivas han llegado a Egipto, a Yemen y amenazan “contagiar” a otros países bajo regímenes autoritarios en esa región estratégica para Estados Unidos, para Europa e, incluso, para el resto del mundo. Internet y, en particular, las redes sociales, han jugado un papel mayor en ese proceso.
Los autócratas que hoy se tambalean han saqueado a sus naciones y sojuzgado con puño de hierro a sus pueblos, pero han sido útiles a los intereses estadounidenses y parecían constituir muros de contención ante los extremismos religiosos.
Por muchas décadas los gobiernos de Washington fueron omisos en promover, más allá de cierta modernidad (la alfabetización, el voto a las mujeres, la participación de los asalariados en las utilidades de las empresas), gobiernos que no abusaran de la fuerza contra sus propios pueblos, que fueran eficaces, mínimamente honestos y atendieran los problemas ancestrales de pobreza y opresión. En Irán, el sha Mohammad Reza Pahlevi instauró un sistema de control sustentado en formas brutales de represión: la Savak, su policía política, llegó a lanzar a sus opositores a planchas de hierro ardiendo.
Ni los embajadores acreditados en Irán ni los servicios de inteligencia estadounidenses fueron capaces de prever el repentino agotamiento del régimen, y los intentos por sostenerlo ante la insurgencia popular, llevaron a que el fundamentalismo religioso, que emergió dominante, desplegara un fuerte sentimiento antiestadounidense.
La revolución islámica que triunfó hace más de 30 años en Irán (el 16 de enero de 1979 salió al exilio el sha) instauró un régimen, la República Islámica, que repudió la “occidentalización” promovida por quien se hizo llamar “Rey de reyes”. Las reformas democráticas que ante los primeros desarreglos sociales sugirió el presidente estadounidense James Carter, llegaron tarde.
¿Qué hará Obama ante los severos trastornos en el norte de África? Por lo pronto, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, ha calificado como “legítimas” las quejas expresadas por el pueblo egipcio y ha advertido que “Egipto necesita una transición ordenada y pacífica a una democracia real, no falsa, como la de las elecciones que vimos en Irán hace dos años”.
En estos días en El Cairo se han dado explosiones de insurgencia popular. Desafiando el toque de queda, jóvenes, mujeres, adultos y ancianos, experimentan una catarsis, se reúnen en la plaza Tahrir, cantan consignas y exigen que se largue “el último faraón”. La gente está harta de la corrupción, de la pobreza, del desempleo y de un sistema autoritario que cancela las libertades. El régimen de Hosni Mubarak se cimbra. Mala noticia para Estados Unidos, peor para su aliado Israel. La paz en Medio Oriente y el suministro de petróleo para las economías del mundo industrializado dependen en gran medida de los yacimientos que se ubican en esa región y Mubarak, de 82 años de edad y con más de 30 en el poder, ha sido un actor relevante en la preservación de la relativa estabilidad en la región.
Algunos ven con enorme optimismo esta explosión libertaria. A veces, cuando se ha padecido un gobierno corrupto y represor por muchos años, suele pensarse que no hay nada peor, pero siempre existe el riesgo de que su reemplazo acentúe los peores rasgos del régimen que dejaron atrás. En las revueltas populares suelen perder los moderados e imponerse los extremistas que militan en la misma secta porque tienen organización, liderazgos, programa y explotan sentimientos profundos: la desconfianza frente a Occidente, el creciente antinorteamericanismo y el repudio a una modernización impuesta que niega sus valores ancestrales.
Todavía es muy temprano para saber el perfil ideológico-político de los gobiernos que podrían reemplazar a las gastadas dictaduras y de ello dependerán, en buena medida, los nuevos equilibrios geoestratégicos en esa región y los posibles impactos de la crisis sobre la recuperación de la economía estadounidense que incidirían en México. Ojalá que el ocaso de los tiranos no sea preludio del ascenso de otros peores que aguardan en las sombras.
presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario
En Medio Oriente tiemblan los dictadores. El 14 de enero, en Túnez, la heroicidad de un hombre en llamas, un modesto vendedor de frutas, detonó energías largamente contenidas que derribaron al gobierno de Zine el-Abidine Ben Alí. De ahí, las ondas sociales expansivas han llegado a Egipto, a Yemen y amenazan “contagiar” a otros países bajo regímenes autoritarios en esa región estratégica para Estados Unidos, para Europa e, incluso, para el resto del mundo. Internet y, en particular, las redes sociales, han jugado un papel mayor en ese proceso.
Los autócratas que hoy se tambalean han saqueado a sus naciones y sojuzgado con puño de hierro a sus pueblos, pero han sido útiles a los intereses estadounidenses y parecían constituir muros de contención ante los extremismos religiosos.
Por muchas décadas los gobiernos de Washington fueron omisos en promover, más allá de cierta modernidad (la alfabetización, el voto a las mujeres, la participación de los asalariados en las utilidades de las empresas), gobiernos que no abusaran de la fuerza contra sus propios pueblos, que fueran eficaces, mínimamente honestos y atendieran los problemas ancestrales de pobreza y opresión. En Irán, el sha Mohammad Reza Pahlevi instauró un sistema de control sustentado en formas brutales de represión: la Savak, su policía política, llegó a lanzar a sus opositores a planchas de hierro ardiendo.
Ni los embajadores acreditados en Irán ni los servicios de inteligencia estadounidenses fueron capaces de prever el repentino agotamiento del régimen, y los intentos por sostenerlo ante la insurgencia popular, llevaron a que el fundamentalismo religioso, que emergió dominante, desplegara un fuerte sentimiento antiestadounidense.
La revolución islámica que triunfó hace más de 30 años en Irán (el 16 de enero de 1979 salió al exilio el sha) instauró un régimen, la República Islámica, que repudió la “occidentalización” promovida por quien se hizo llamar “Rey de reyes”. Las reformas democráticas que ante los primeros desarreglos sociales sugirió el presidente estadounidense James Carter, llegaron tarde.
¿Qué hará Obama ante los severos trastornos en el norte de África? Por lo pronto, la secretaria de Estado, Hillary Clinton, ha calificado como “legítimas” las quejas expresadas por el pueblo egipcio y ha advertido que “Egipto necesita una transición ordenada y pacífica a una democracia real, no falsa, como la de las elecciones que vimos en Irán hace dos años”.
En estos días en El Cairo se han dado explosiones de insurgencia popular. Desafiando el toque de queda, jóvenes, mujeres, adultos y ancianos, experimentan una catarsis, se reúnen en la plaza Tahrir, cantan consignas y exigen que se largue “el último faraón”. La gente está harta de la corrupción, de la pobreza, del desempleo y de un sistema autoritario que cancela las libertades. El régimen de Hosni Mubarak se cimbra. Mala noticia para Estados Unidos, peor para su aliado Israel. La paz en Medio Oriente y el suministro de petróleo para las economías del mundo industrializado dependen en gran medida de los yacimientos que se ubican en esa región y Mubarak, de 82 años de edad y con más de 30 en el poder, ha sido un actor relevante en la preservación de la relativa estabilidad en la región.
Algunos ven con enorme optimismo esta explosión libertaria. A veces, cuando se ha padecido un gobierno corrupto y represor por muchos años, suele pensarse que no hay nada peor, pero siempre existe el riesgo de que su reemplazo acentúe los peores rasgos del régimen que dejaron atrás. En las revueltas populares suelen perder los moderados e imponerse los extremistas que militan en la misma secta porque tienen organización, liderazgos, programa y explotan sentimientos profundos: la desconfianza frente a Occidente, el creciente antinorteamericanismo y el repudio a una modernización impuesta que niega sus valores ancestrales.
Todavía es muy temprano para saber el perfil ideológico-político de los gobiernos que podrían reemplazar a las gastadas dictaduras y de ello dependerán, en buena medida, los nuevos equilibrios geoestratégicos en esa región y los posibles impactos de la crisis sobre la recuperación de la economía estadounidense que incidirían en México. Ojalá que el ocaso de los tiranos no sea preludio del ascenso de otros peores que aguardan en las sombras.
presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario
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