Manuel Gil Antón / El Universal
El sistema educativo mexicano (SEM) está enfermo, grave. De no atenderlo pronto, seguirá arrojado hacia el desbarrancadero de la mediocridad. Para decirlo pronto, en el SEM la evaluación del trabajo de los profesores es optativa y, cuando ocurre, está orientada por el dinero. Las autoridades educativas, de todos los niveles no tienen capacidad de, o se rehúsan a, evaluar a su personal académico de manera periódica: tienen que comprarla.
Aceptar la evaluación es, hoy, cuestión monetaria. Será poderoso caballero don Dinero, pero no produce por sí mismo tradiciones intelectuales o proyectos educativos. Mal está la educación en el país si prevalece esta pregunta: ¿a cuánto está la paga por rendir cuentas?
Urge entender tal despropósito. Siguiendo el hilo de la educación superior se puede mostrar el camino que nos llevó al entuerto: hasta 1982, el mecanismo de pago por el trabajo era el tradicional salario y las prestaciones. Había un tabulador, y se ganaba más de acuerdo al ascenso en él. La crisis de esos años redujo, para 1989, 60% el poder adquisitivo de los ingresos. A partir de los años 90 hubo un cambio radical, propio de la inserción de modalidades de corte mercantil en los espacios públicos: en lugar de otorgar aumentos salariales al conjunto de los profesores, y despedir a los vagos (muchos) que “hacían de cuenta que trabajaban”, sin faltar a cobrar cada quincena, se decidió congelar relativamente el sueldo, e iniciar un sistema de pago especial —estímulos, becas o primas— que consiste en otorgar al profesor una cantidad extra si, luego de una evaluación, demuestra hacer bien su trabajo. Aquí está el quid del asunto: te doy una prima al desempeño al aceptar que una comisión revise si, en efecto, haces bien lo que debes hacer según tu contrato. Ese dinero se paga por fuera de la relación contractual. El corolario es que si no solicitas ese estímulo, no hay mecanismo de evaluación del trabajo. Puedes no hacer lo que tienes que hacer y recibir, sin ningún problema, el salario correspondiente. Si quieres ganar más, déjate evaluar.
Es perverso el mecanismo: en realidad, se paga dos veces por el mismo trabajo si hay evaluación, y una si no la hay, se haga o no la chamba bien. Como hay muchos aspirantes a estas primas, surge otro lío: los evaluadores no sopesan la calidad del trabajo (no pueden ni por tiempo ni por capacidad, dada la multitud de especialidades que se desarrollan en todos los campos del saber) sino su cantidad; añada a eso la simulación, el engaño de mostrar que se hace lo que no se hace, actitud que no es escasa, y estamos en el peor de los escenarios: los que no quieren, no se evalúan y sin consecuencias; los que quieren más dinero, se evalúan y hay casos de corrupción derivados de la ya comentada simulación. Lo peor es que, si fue al inicio un mecanismo para pagar más a los que sí trabajan, se ha convertido, además, en un sistema que dispensa acceso a más dinero y niveles de estatus, así sean de oropel: ya hay colegas que no tienen padre ni madre: se presentan como Juan PRIDE “D” SNI “III”. Todo un señor.
Algo similar, salvando las distancias y con modalidades específicas, ocurre en la educación básica con el programa de Carrera Magisterial: el que entra a este mecanismo de sobresueldos puede ganar una proporción adicional de su salario al ser evaluado, pero si quiere quedarse fuera, o en el nivel A que es el más bajo, lo puede hacer durante tiempo indefinido, sin ser evaluado otra vez… De nuevo, surge el problema: si no quiere rendir cuentas, pues simplemente no aspira al programa. La evaluación, entonces, es asunto que reside en la voluntad del evaluado, y tiene como recompensa el dinero adicional y el prestigio.
Por ello, tiene razón el secretario de Educación Pública, el maestro Lujambio, cuando dice que es necesario un Sistema de Evaluación “Universal”, esto es, que sea facultad de las instituciones, de la escuela, del sistema educativo la función de evaluar, ya sea para enmendar fallas, desvelar verdaderas tropelías o premiar el trabajo realmente excepcional, no el normal. Que ya no siga siendo a petición de parte, y que cada fondo tenga formatos distintos: bastaría dar cuenta de lo hecho en uno. Cuando la autoridad educativa no puede revisar el cumplimiento del trabajo, no tiene o renuncia a esa facultad, deja de ser autoridad. Así estamos. Es crucial ese sistema de evaluación general, que no pueda nadie eludir. Ni las autoridades mismas.
Es necesario, por supuesto, que los instrumentos de evaluación sean confiables y válidos, y haya mecanismos de revisión que eviten que la impunidad actual de quienes no trabajan, sea sustituida por la arbitrariedad de quienes evaluarán a todos con sesgos no académicos. Y es preciso, con prudencia, desenredar la madeja que desde hace 20 años se ha formado. No será sencillo; nada más imprescindible.
Suele decirse que hay problemas graves en la educación mexicana, y con frecuencia se remite a asuntos políticos propios de escándalo. Éste, al que aludimos, y que señala bien el maestro Lujambio, no da para ocho columnas, pero es condición necesaria para un futuro educativo que valga la pena.
Profesor de El Colegio de México
El sistema educativo mexicano (SEM) está enfermo, grave. De no atenderlo pronto, seguirá arrojado hacia el desbarrancadero de la mediocridad. Para decirlo pronto, en el SEM la evaluación del trabajo de los profesores es optativa y, cuando ocurre, está orientada por el dinero. Las autoridades educativas, de todos los niveles no tienen capacidad de, o se rehúsan a, evaluar a su personal académico de manera periódica: tienen que comprarla.
Aceptar la evaluación es, hoy, cuestión monetaria. Será poderoso caballero don Dinero, pero no produce por sí mismo tradiciones intelectuales o proyectos educativos. Mal está la educación en el país si prevalece esta pregunta: ¿a cuánto está la paga por rendir cuentas?
Urge entender tal despropósito. Siguiendo el hilo de la educación superior se puede mostrar el camino que nos llevó al entuerto: hasta 1982, el mecanismo de pago por el trabajo era el tradicional salario y las prestaciones. Había un tabulador, y se ganaba más de acuerdo al ascenso en él. La crisis de esos años redujo, para 1989, 60% el poder adquisitivo de los ingresos. A partir de los años 90 hubo un cambio radical, propio de la inserción de modalidades de corte mercantil en los espacios públicos: en lugar de otorgar aumentos salariales al conjunto de los profesores, y despedir a los vagos (muchos) que “hacían de cuenta que trabajaban”, sin faltar a cobrar cada quincena, se decidió congelar relativamente el sueldo, e iniciar un sistema de pago especial —estímulos, becas o primas— que consiste en otorgar al profesor una cantidad extra si, luego de una evaluación, demuestra hacer bien su trabajo. Aquí está el quid del asunto: te doy una prima al desempeño al aceptar que una comisión revise si, en efecto, haces bien lo que debes hacer según tu contrato. Ese dinero se paga por fuera de la relación contractual. El corolario es que si no solicitas ese estímulo, no hay mecanismo de evaluación del trabajo. Puedes no hacer lo que tienes que hacer y recibir, sin ningún problema, el salario correspondiente. Si quieres ganar más, déjate evaluar.
Es perverso el mecanismo: en realidad, se paga dos veces por el mismo trabajo si hay evaluación, y una si no la hay, se haga o no la chamba bien. Como hay muchos aspirantes a estas primas, surge otro lío: los evaluadores no sopesan la calidad del trabajo (no pueden ni por tiempo ni por capacidad, dada la multitud de especialidades que se desarrollan en todos los campos del saber) sino su cantidad; añada a eso la simulación, el engaño de mostrar que se hace lo que no se hace, actitud que no es escasa, y estamos en el peor de los escenarios: los que no quieren, no se evalúan y sin consecuencias; los que quieren más dinero, se evalúan y hay casos de corrupción derivados de la ya comentada simulación. Lo peor es que, si fue al inicio un mecanismo para pagar más a los que sí trabajan, se ha convertido, además, en un sistema que dispensa acceso a más dinero y niveles de estatus, así sean de oropel: ya hay colegas que no tienen padre ni madre: se presentan como Juan PRIDE “D” SNI “III”. Todo un señor.
Algo similar, salvando las distancias y con modalidades específicas, ocurre en la educación básica con el programa de Carrera Magisterial: el que entra a este mecanismo de sobresueldos puede ganar una proporción adicional de su salario al ser evaluado, pero si quiere quedarse fuera, o en el nivel A que es el más bajo, lo puede hacer durante tiempo indefinido, sin ser evaluado otra vez… De nuevo, surge el problema: si no quiere rendir cuentas, pues simplemente no aspira al programa. La evaluación, entonces, es asunto que reside en la voluntad del evaluado, y tiene como recompensa el dinero adicional y el prestigio.
Por ello, tiene razón el secretario de Educación Pública, el maestro Lujambio, cuando dice que es necesario un Sistema de Evaluación “Universal”, esto es, que sea facultad de las instituciones, de la escuela, del sistema educativo la función de evaluar, ya sea para enmendar fallas, desvelar verdaderas tropelías o premiar el trabajo realmente excepcional, no el normal. Que ya no siga siendo a petición de parte, y que cada fondo tenga formatos distintos: bastaría dar cuenta de lo hecho en uno. Cuando la autoridad educativa no puede revisar el cumplimiento del trabajo, no tiene o renuncia a esa facultad, deja de ser autoridad. Así estamos. Es crucial ese sistema de evaluación general, que no pueda nadie eludir. Ni las autoridades mismas.
Es necesario, por supuesto, que los instrumentos de evaluación sean confiables y válidos, y haya mecanismos de revisión que eviten que la impunidad actual de quienes no trabajan, sea sustituida por la arbitrariedad de quienes evaluarán a todos con sesgos no académicos. Y es preciso, con prudencia, desenredar la madeja que desde hace 20 años se ha formado. No será sencillo; nada más imprescindible.
Suele decirse que hay problemas graves en la educación mexicana, y con frecuencia se remite a asuntos políticos propios de escándalo. Éste, al que aludimos, y que señala bien el maestro Lujambio, no da para ocho columnas, pero es condición necesaria para un futuro educativo que valga la pena.
Profesor de El Colegio de México
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