No es casualidad que el Premio Nobel de Economía 2010 se haya concedido a tres economistas expertos en el mercado laboral. Peter Diamond, Dale Mortensen y Christopher Pissarides son, por decirlo así, los responsables de las teorías estándar que explican hoy el mercado de trabajo en términos de fricciones, costes e ineficiencias internas del propio mercado. El acervo común del trío no es fácil de resumir sin caer en grave injusticia para alguno de ellos, pero parte de la idea de que hay mercados especiales (acumulan ineficiencias), que el mercado laboral es uno de ellos y que, por tanto, necesita de un trabajo de intermediación para casar la oferta y la demanda. El empleo no es un bien homogéneo; encajar el servicio de quien lo ofrece con el interés de quien lo demanda tiene costes. Esos costes (dinero, tiempo) se reducen con la intermediación, que en el caso de España corresponde al Instituto Nacional de Empleo (INEM). Los problemas surgen por ineficiencias o fricciones, cuando o bien el intermediario no consigue reducir el tiempo de búsqueda de empleo o los sistemas de prestación por desempleo no incentivan el encaje de la oferta y la demanda.
Los Nobel no enjuician las políticas sociales, ni podrían hacerlo. Es de clavo pasado, como diría Unamuno, que si se elimina o se reduce drásticamente la prestación a los parados disminuiría la tasa de paro; para llegar a esa conclusión no se necesitan estudios. Pero, a cambio, aumentaría la pauperización de quienes por razones de todo tipo no logran casar su oferta con una demanda que no encuentran. Y esa pauperización tendría graves consecuencias para el buen funcionamiento de la economía. Las tesis ajustadas de los Nobel solo sugieren que hay que revisar con cuidado la política de prestaciones (y la distancia entre el subsidio y el salario medio del país) para que no se desincentive la persecución del puesto de trabajo. Las recomendaciones que nacen de los análisis de Diamond, Mortensen y Pissarides insisten en innovar en la intermediación laboral; en ningún caso sugieren o patrocinan recortes drásticos en las prestaciones. Las sugerencias incluyen métodos para acelerar el interés por la búsqueda de empleo, como, por ejemplo, pagar prestaciones más altas en los primeros meses e ir reduciéndolas poco a poco. Los economistas españoles preocupados por los estragos en el mercado de trabajo sostienen que algunas de estas recomendaciones ayudarían a mitigar el paro.
La principal carga (involuntaria) de los Nobel se dirige contra el INEM. La cuestión pertinente es si está cumpliendo eficazmente con sus funciones de intermediadora del mercado. Si, como se desprende de las estadísticas conocidas, la institución no ha conseguido reducir el tiempo de búsqueda de empleo y el número de parados que buscan su primer empleo o el de mayores de 45 años aumenta sin cesar, habrá que convenir que su tarea deja mucho que desear. Lo que se pide es que se convierta en una agencia pública de empleo orientada a casar la oferta y la demanda de forma activa, que ofrezca soluciones a los demandantes de empleo que tengan que desplazarse fuera de su residencia (la costumbre de la vivienda en propiedad es una de las rigideces externas que impiden la reducción del paro estructural) y que no se limite a contar el número de personas que pierden o piden trabajo.
Fuente: El País
Los Nobel no enjuician las políticas sociales, ni podrían hacerlo. Es de clavo pasado, como diría Unamuno, que si se elimina o se reduce drásticamente la prestación a los parados disminuiría la tasa de paro; para llegar a esa conclusión no se necesitan estudios. Pero, a cambio, aumentaría la pauperización de quienes por razones de todo tipo no logran casar su oferta con una demanda que no encuentran. Y esa pauperización tendría graves consecuencias para el buen funcionamiento de la economía. Las tesis ajustadas de los Nobel solo sugieren que hay que revisar con cuidado la política de prestaciones (y la distancia entre el subsidio y el salario medio del país) para que no se desincentive la persecución del puesto de trabajo. Las recomendaciones que nacen de los análisis de Diamond, Mortensen y Pissarides insisten en innovar en la intermediación laboral; en ningún caso sugieren o patrocinan recortes drásticos en las prestaciones. Las sugerencias incluyen métodos para acelerar el interés por la búsqueda de empleo, como, por ejemplo, pagar prestaciones más altas en los primeros meses e ir reduciéndolas poco a poco. Los economistas españoles preocupados por los estragos en el mercado de trabajo sostienen que algunas de estas recomendaciones ayudarían a mitigar el paro.
La principal carga (involuntaria) de los Nobel se dirige contra el INEM. La cuestión pertinente es si está cumpliendo eficazmente con sus funciones de intermediadora del mercado. Si, como se desprende de las estadísticas conocidas, la institución no ha conseguido reducir el tiempo de búsqueda de empleo y el número de parados que buscan su primer empleo o el de mayores de 45 años aumenta sin cesar, habrá que convenir que su tarea deja mucho que desear. Lo que se pide es que se convierta en una agencia pública de empleo orientada a casar la oferta y la demanda de forma activa, que ofrezca soluciones a los demandantes de empleo que tengan que desplazarse fuera de su residencia (la costumbre de la vivienda en propiedad es una de las rigideces externas que impiden la reducción del paro estructural) y que no se limite a contar el número de personas que pierden o piden trabajo.
Fuente: El País
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