León Bendesky / La Jornada
Desde hace casi 30 años la estrategia política ha llevado a una creciente apertura de la economía mexicana en los campos del comercio y del flujo de las inversiones. No podía ser de otra manera, esa era una exigencia del proceso de globalización que ha sido cada vez más rápido. También más contradictorio.
Cuando eso ocurre, la estrategia general tiene que ir acompañada de un acomodo interno que permita operar de la mejor manera en el nuevo y cambiante marco de participación en los mercados mundiales. Se trata, entonces, de definir políticas particulares de acoplamiento.
Si eso no se hace de manera articulada y con medidas que tengan horizontes largos, se generan desajustes que limitan las ventajas que pueden derivarse de una mayor integración. México no ha sido tímido en la apertura, tampoco ha sido demasiado exitoso con los mecanismos de ajuste interno que se han aplicado.
Así pues, el desenvolvimiento de la economía en este periodo ha estado lejos de las expectativas originales creadas desde que se inició la apertura comercial a principios de la década de 1980, y que siguió más tarde con la liberalización financiera y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Así lo indica el bajo nivel de crecimiento promedio de la economía en este lapso y las crisis recurrentes.
Hoy la economía mexicana debería estar en una mejor posición en cuanto a la producción, el financiamiento de las inversiones, el aumento del consumo de las familias, la articulación del mercado laboral y la situación de competitividad en relación con otros países. No es ese el caso.
Si las restricciones al crecimiento del producto en el país fueron evidentes en épocas de expansión de la economía mundial, como ocurrió desde mediados de la década de 1990, lo es mucho más en la situación generada por la crisis financiera de 2008 centrada en Estados Unidos.
Las condiciones internas y externas de la economía son un espejo, es decir, no se puede separar el objeto de su reflejo. Es necesario analizar y comprender cuál es el entorno externo que conforma las pautas del crecimiento de la economía, pero es igualmente relevante considerar de modo explícito las acciones que se emprenden dentro.
Este es un espacio de atención y de debate ineludible, pero que ha estado enmarcado en una visión del conjunto de la política pública, no sólo de la económica, que ha llegado a su límite. Señalo apenas unos aspectos: la restricción de la competencia en los mercados; las distorsiones en las finanzas públicas y, por extensión, en el financiamiento del sector privado.
A esto debe sumarse la insuficiencia de una reforma institucional, lo que va en contra de muchas de las propuestas que surgen del gobierno y de la sociedad para la modernización de la economía. Y esta sólo puede alcanzarse si abarca al conjunto del entramado de las relaciones políticas, las normas legales y los acuerdos sociales, que constituyen cada vez más serios obstáculos para el desarrollo.
En este momento y de modo bastante pragmático habrá que enfrentar internamente la persistente debilidad de la recuperación en Estados Unidos, que va a descarrilar la incipiente expansión interna. Además está el acomodo de la política monetaria, incluyendo al tipo de cambio, en un entorno de renovado proteccionismo a escala mundial en la forma de la llamada guerra de las monedas. La globalización es un fenómeno complejo en el que ahora se reaniman las políticas defensivas a escala nacional. No se puede dar nada por definitivo.
Véase también el asunto de la política fiscal. Hoy el gobierno acapara la mayor parte de los recursos financieros de la economía; los bancos colocan su liquidez en los instrumentos de la deuda pública que crece de modo constante. Las empresas, sobre todo las de menor tamaño, no tienen acceso al crédito. Pronto va surgir un serio problema en torno del endeudamiento público y cuando ocurra nadie podrá darse por sorprendido.
La cadena de la producción, la generación de ingresos y la capacidad de consumo y ahorro, se traban. A mediano plazo es muy complicado que las condiciones mejoren de manera sostenible. Una vez más, las circunstancias internas no serán compatibles con las externas y volveremos discutir la incapacidad de crecer de modo suficiente, y continuarán agravándose las distorsiones fiscales, cambiarias y productivas. Es llamativo que el debate presupuestario no enfrente estos hechos de manera decisiva.
El entorno externo va a empeorar antes de que empiece a mejorar. Hay oportunidades para plantear un mejor acoplamiento interno aun en esta situación. Eso no se dará, sin embargo, de un día para otro. Lo que no se ve es un liderazgo político, legislativo, empresarial y social suficiente para cambiar el foco de la atención. Los intentos, que los hay sin duda, no alcanzan.
Cuando eso ocurre, la estrategia general tiene que ir acompañada de un acomodo interno que permita operar de la mejor manera en el nuevo y cambiante marco de participación en los mercados mundiales. Se trata, entonces, de definir políticas particulares de acoplamiento.
Si eso no se hace de manera articulada y con medidas que tengan horizontes largos, se generan desajustes que limitan las ventajas que pueden derivarse de una mayor integración. México no ha sido tímido en la apertura, tampoco ha sido demasiado exitoso con los mecanismos de ajuste interno que se han aplicado.
Así pues, el desenvolvimiento de la economía en este periodo ha estado lejos de las expectativas originales creadas desde que se inició la apertura comercial a principios de la década de 1980, y que siguió más tarde con la liberalización financiera y el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Así lo indica el bajo nivel de crecimiento promedio de la economía en este lapso y las crisis recurrentes.
Hoy la economía mexicana debería estar en una mejor posición en cuanto a la producción, el financiamiento de las inversiones, el aumento del consumo de las familias, la articulación del mercado laboral y la situación de competitividad en relación con otros países. No es ese el caso.
Si las restricciones al crecimiento del producto en el país fueron evidentes en épocas de expansión de la economía mundial, como ocurrió desde mediados de la década de 1990, lo es mucho más en la situación generada por la crisis financiera de 2008 centrada en Estados Unidos.
Las condiciones internas y externas de la economía son un espejo, es decir, no se puede separar el objeto de su reflejo. Es necesario analizar y comprender cuál es el entorno externo que conforma las pautas del crecimiento de la economía, pero es igualmente relevante considerar de modo explícito las acciones que se emprenden dentro.
Este es un espacio de atención y de debate ineludible, pero que ha estado enmarcado en una visión del conjunto de la política pública, no sólo de la económica, que ha llegado a su límite. Señalo apenas unos aspectos: la restricción de la competencia en los mercados; las distorsiones en las finanzas públicas y, por extensión, en el financiamiento del sector privado.
A esto debe sumarse la insuficiencia de una reforma institucional, lo que va en contra de muchas de las propuestas que surgen del gobierno y de la sociedad para la modernización de la economía. Y esta sólo puede alcanzarse si abarca al conjunto del entramado de las relaciones políticas, las normas legales y los acuerdos sociales, que constituyen cada vez más serios obstáculos para el desarrollo.
En este momento y de modo bastante pragmático habrá que enfrentar internamente la persistente debilidad de la recuperación en Estados Unidos, que va a descarrilar la incipiente expansión interna. Además está el acomodo de la política monetaria, incluyendo al tipo de cambio, en un entorno de renovado proteccionismo a escala mundial en la forma de la llamada guerra de las monedas. La globalización es un fenómeno complejo en el que ahora se reaniman las políticas defensivas a escala nacional. No se puede dar nada por definitivo.
Véase también el asunto de la política fiscal. Hoy el gobierno acapara la mayor parte de los recursos financieros de la economía; los bancos colocan su liquidez en los instrumentos de la deuda pública que crece de modo constante. Las empresas, sobre todo las de menor tamaño, no tienen acceso al crédito. Pronto va surgir un serio problema en torno del endeudamiento público y cuando ocurra nadie podrá darse por sorprendido.
La cadena de la producción, la generación de ingresos y la capacidad de consumo y ahorro, se traban. A mediano plazo es muy complicado que las condiciones mejoren de manera sostenible. Una vez más, las circunstancias internas no serán compatibles con las externas y volveremos discutir la incapacidad de crecer de modo suficiente, y continuarán agravándose las distorsiones fiscales, cambiarias y productivas. Es llamativo que el debate presupuestario no enfrente estos hechos de manera decisiva.
El entorno externo va a empeorar antes de que empiece a mejorar. Hay oportunidades para plantear un mejor acoplamiento interno aun en esta situación. Eso no se dará, sin embargo, de un día para otro. Lo que no se ve es un liderazgo político, legislativo, empresarial y social suficiente para cambiar el foco de la atención. Los intentos, que los hay sin duda, no alcanzan.
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