martes, 18 de mayo de 2010

MOMENTO MISNKY

José Blanco / La Jornada
En septiembre de 2007 el comentarista económico de Money Week Simon Wilson se preguntaba “¿Por qué Minsky se ha vuelto tan popular? ¿Ha llegado el momento de por fin reconocer a este neoqueynesiano casi desconocido?”
El economista de Harvard Hyman Minsky, discípulo de Joseph Schumpeter y Wassily Leontief, murió en 1996. Habló insistentemente de que el momento que estamos viviendo, tal cual, llegaría indefectiblemente, pero ya no pudo verlo. Hoy, una parte del mundo económico financiero, atónito frente a la crisis y sin salidas para la misma, denomina al debate suscitado por las anticipaciones de Minsky, precisamente el “momento Minsky”. Y, naturalmente, se entiende cabalmente ahora porque se ha vuelto tan popular tal que, jugando con las palabras, ha pasado a ser “Minsky, el economista del momento”.
Minsky con frecuencia saludaba a sus conocidos con un “Hi, man!”, cuya homofonía con su propio nombre le resultaba divertido. Por el contrario, mucho le contrariaban las obtusas ridiculizaciones que hacían de él quienes a la postre resultarían los burladores brutalmente burlados, Milton Friedman y Friedrich Hayek quienes, como era de esperarse, fueron ganadores en su tiempo del premio Nobel en un una torpe atmósfera densamente neoliberal.
El momento Minsky, resume el economista chileno Marco Antonio Moreno, es el momento en el cual comienza a desplomarse el gigantesco esquema ponzi levantado en el periodo de la euforia (1980-2007), que se desploma como un alud generando una reacción en cadena de impagos. Es un lapso de enorme inestabilidad ocasionado justamente por una larga etapa de estabilidad aparente en la cual todos los que se creyeron el cuento, y se arriesgaron mucho más de la cuenta en la toma de riesgos crediticios. Minsky había señalado la existencia de tres tipos de deudores, en orden creciente de fragilidad y de riesgos de volverse insolventes: 1) el deudor cubierto, que en épocas normales puede satisfacer todos los pagos de la deuda con sus flujos de efectivo; 2) el deudor especulativo, que podrá cumplir con el pago de los intereses pero sin amortizar nada del principal, y el 3): el deudor ponzi, que ante cualquier caída no podrá pagar ni siquiera los intereses, dado que se basa por completo en el aumento de los precios de los activos para seguir refinanciando la deuda. Carlo Ponzi fue un estafador italiano encarcelado en 1920.
Hace un par de décadas quizá, por la zona del bajío, nació y luego se extendió por múltiples regiones del país, la práctica de unos estafadores, que se organizaron “garantizando” a la gente (clase media baja en su mayoría) altas tasas de interés por sus ahorros (muy por encima de las vigentes en los mercados financieros “normales”). Con ofrecimientos delirantemente altos, acudían por miles los ahorradores que, en efecto, iban cobrando sus altos intereses, que eran pagados con los nuevos capitales que acudían a “ahorrar” sus pequeños capitales. Esta cadena termina con una pirámide financiera que se derrumba mientras los estafadores con las bolsas llenas buscan desaparecer.
En diciembre pasado supimos de la increíble estafa piramidal que construyó Bernard Madoff –ex presidente de Nasdaq–, que arrastró a gigantes de la banca mundial. Madoff reconoció pérdidas propias o de sus clientes que alcanzaban unos 10 mil millones de euros de estafas documentadas como operaciones financieras con nombres rebuscados. Nasdaq es el acrónimo de National Association of Securities Dealers Automated Quotation, y es (era) la bolsa de valores electrónica automatizada más grande de Estados Unidos.
Este mismo tipo de pirámides de estafas son la sustancia de la titularización de deudas por hipotecas impagables que muchos bancos llevaron a cabo, hasta que llegó el momento Minsky.
Todo se derrumbó. El mal está hecho en el mundo y no hay vuelta atrás. Salvo fenómenos imprevisibles ocurrirá, en magnitud sin precedente, lo de siempre: mientras el esquema ponzi crece, los banqueros ganan trillones incontables. Una vez en quiebra, las sociedades y pueblos del mundo pagan los trillones de platos rotos. El capital financiero, que comienza a surgir con fuerza recién inaugurado el siglo XX, fue captado en sus tendencias principales por Rudolf Hilferding en su obra El capital financiero, cuando esas tendencias empezaban a surgir. La fusión de capitales industriales y bancarios que descubrieron pronto el modo de hacer malabares financieros que eran estafas sans phrases.
De lo que se trata en la economía es que la ciencia y la tecnología aporten sus conocimientos y competencias para transformar la naturaleza, conservándola, en bienes capaces de satisfacer las necesidades siempre crecientes y cambiantes de todos los humanos. Para hacer eso, no necesita la aberración abominable que ha llegado a ser el caos siniestro que es el sistema financiero. Son muchas las cosas que no puede resolver el mercado: la salud, la educación, la seguridad púbica, el crecimiento de la cultura, y mucho más. Está claro que tampoco puede resolver, en lo absoluto, la intermediación financiera que requiere la operación económica, es decir, el hecho de que los saldos temporalmente ociosos de empresas e individuos, los ocupen empresas productivas de cualquier tamaño.
Puede ser entonces un servicio público, con tasa de interés activas reguladas, diferenciadas y vinculadas al desarrollo. ¡Horror!, ¡vaya herejía! Nada de eso: es perfectamente factible. Los banqueros no aportan absolutamente nada a la economía, sólo estafan ¿para qué los queremos?

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