viernes, 7 de mayo de 2010

DESIGUALDAD, EL PEOR ENEMIGO

Enrique del Val Blanco /El Universal
A mediados del siglo pasado la desigualdad no era tan grave como lo es desde hace 30 años, cuando los gobiernos de Estados Unidos e Inglaterra, apoyados por los organismos multinacionales (BM, FMI, OCDE, etcétera) impusieron a casi todos los países del mundo las tesis denominadas comúnmente como “neoliberales”, que obligaron a los Estados nacionales al culto divino de la privatización de la mayoría de las empresas públicas, el mercado y la globalización, cuyo objetivo fundamental era generar mayor riqueza.
Muchos gobiernos cumplieron como ovejas obedientes, por supuesto incluido nuestro país, con la teoría equivocada de que esto nos haría entrar en la modernidad y en el concierto de los países importantes. El resultado fue que efectivamente se generó más riqueza, pero ésta se ha distribuido de la peor manera.
El investigador de la Universidad de Nueva York, Tony Judt, acaba de publicar un libro que, junto con el escrito por Isabel Peiro, investigadora de la UNAM, dan cuenta de lo que han sido estos 30 años de crecimiento de la desigualdad en la mayoría de los países.
Dice el señor Tony Judt que hoy sabemos el precio de los bienes pero no sabemos si es justo, si es correcto o si es bueno. Han crecido las desigualdades de la riqueza y de las oportunidades, se han acentuado las diferencias de clase, ha crecido la explotación dentro de los países, así como la corrupción.
Para todos los adoradores de Estados Unidos los ejemplos son terribles: en el año 2005, el 21.2% de la riqueza estaba en manos de apenas el 1% de la población. Mientras que en 1968 la diferencia entre lo que ganaba el presidente de General Motors era 66 veces más de lo que ganaba un obrero de esa empresa, en 2005 el principal funcionario de Wal-Mart ganaba 900 veces más de lo que ganaba el empleado promedio. Los hermanos Wall poseen una riqueza de 90 mil millones de dólares, equivalente a la que tiene el 40% de la población más pobre de ese país, 120 millones de habitantes.
No solamente se trata de riqueza. Inglaterra tiene hoy el lugar número uno de niños en pobreza de toda la Unión Europea. Estados Unidos tiene el primer lugar en materia de crimen, enfermedades mentales y baja esperanza de vida entre muchos países desarrollados y no desarrollados; es más, la esperanza de vida es mayor en Bosnia y un poco mayor que en Albania.
En nuestro país la desigualdad ha crecido a partir de la entrada en la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), y el impulso a la privatización, hasta convertirnos en el país más desigual de América Latina, tal como lo demuestra la maestra Peiro en su libro. Más del 20% de nuestra población no percibe ingresos o, cuando mucho, obtiene el equivalente a un salario mínimo, que no le alcanza para comprar la canasta alimentaria, cuyos precios han aumentado desorbitadamente.
La riqueza acumulada por los cinco empresarios mayores de nuestro país que aparecen en la revista Forbes supera el 5% del Producto Interno Bruto (PIB). La diferencia entre el 1% de la población de mayores ingresos y el salario del 1% más pobre es de 176 veces.
Resulta necesario cambiar el modelo económico y social por otro que en lugar de agravar la pobreza la reduzca. No es reduciendo al Estado como se va a resolver. Se requiere de un Estado fuerte que genere más empleos, mayores salarios y, sobre todo, mayor inversión y gasto públicos, lo cual sin duda originaría mayor inversión privada.
Como bien dice el rector de la UNAM, “el mejor Estado no es necesariamente el que sólo genera mayor riqueza, es el que mejor la distribuye”.
Analista político y economista




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