RENÉ DELGADO / RFORMA
SOBREAVISO
El 21 de agosto de hace un año se dedicó este espacio a la Estela de Luz, el monumento conmemorativo del Bicentenario de la Independencia: el símbolo del "pasado que conmemoramos y el futuro al que aspiramos", según el dicho presidencial.
En aquella ocasión y a raíz de la decisión oficial de postergar su inauguración -dado su inocultable retraso- se señaló que, aunque grandilocuente y compleja, esa minúscula obra constituía un retrato de cuerpo entero de la actual administración. El sello del calderonismo quedaba estampado en esa "inigualable obra de arte y de ingeniería", según el decir del secretario Alonso Lujambio.
Hoy es menester salir en defensa del monumento y evitar, si por ahí hay la tentación, su cancelación. Quizá convendría cambiar su denominación por la Estela de Calderón e instar a la autoridad -cualquiera que ésta sea y, desde luego, si la hay- a concluirla e inaugurarla, eso sí, antes del término de esta administración.
Algún símbolo o estela debe quedar del sexenio, alguna referencia monumental de la ineptitud y la negligencia.
***
La razón, sin duda, recomendaría cancelar esa obra, recubrir el socavón y, como en muchas otras, asumir sin explicarlo el fracaso supuesto en su construcción.
El solo presupuesto aplicado en la obra justificaría cancelarla. De los 200 millones de pesos originales pasó a 393 millones, de ahí se fue a 690 millones y, ahora, linda los mil millones de pesos sin garantizar que ése sea el tope de su costo. Pero tanto se ha despilfarrado y malgastado a lo largo de los últimos años que, de pronto, aplicar más dinero a la conclusión de la Estela de Calderón no va a desfondar el erario nacional. Hay que concluirla a como dé lugar sin reparar en su costo.
Lujo, capricho o necedad, ese monumento se convertirá en el referente de una administración que, a lo largo de su gestión, no pudo constituirse en gobierno y distorsionó hasta perder cuanto proyecto o causa emprendió. Si bien la costumbre tiende a rememorar las grandes proezas o hazañas, a veces no sobra tener presente en la memoria -los monumentos sirven también para eso- aquello que marca los errores, la ineptitud y la negligencia.
Ojalá, en otro momento de nuestra historia, alguna otra generación pueda darse el gusto de derribar la estela, tirando de ella con un trascabo, para marcar contundentemente el fin de una era oscura y lastimosa de nuestro subdesarrollo, paradójicamente simbolizada en la luminosidad de las 3 mil 500 placas de cuarzo de la estela.
***
Puede parecer grosero o no darle ese nuevo sentido al monumento pero, en los hechos, la estela congrega, resume y estampa, majestuosamente, el sello de la gestión calderonista.
Se localizó mal su ubicación. Se modificó su concepto. Se obviaron factores fundamentales en su construcción y, por lo mismo, se calculó mal su cimentación, se erró en los materiales necesarios. Se retrasó primero su construcción, se precipitó después y, rebasada su fecha inaugural, ahora se trabaja al ritmo de quien construye algo sin saber cuándo hay que entregar la obra. Por si todo esto no bastara, como betún de ese pastel de la ignominia, se agrega el cambio constante de los funcionarios responsables de ella, los litigios en torno a las empresas encargadas de las luces y, ahora, en tribunales se litigan los derechos de autoría sobre ella. Todas y cada una de las etapas del desarrollo de esa obra se empatan con la historia del sexenio.
***
No hay broma en nada de esto. Originalmente se quería construir en la intersección del Paseo de la Reforma, avenida Juárez y Bucareli, luego hubo la tentación de emplazarla en la glorieta de la palma (Reforma y Niza) para, finalmente, ubicarla donde se encuentra, pero sin considerar que rompería la perspectiva del Paseo que remata en el Castillo de Chapultepec y, a la postre, se vería disminuida por el enorme edificio que competirá con la Torre Mayor.
Originalmente se quería un arco semejante al de San Luis Missouri, y, aun cuando la convocatoria así lo establecía, se designó ganadora una estela en razón de la perspectiva mencionada. En cierto modo, al monumento le ocurrió lo mismo que al proyecto de construir dos o tres refinerías que terminó en ninguna.
Cambiado el concepto, se echó andar la obra sin considerar la dinámica del viento y, así, con una mala planeación y pésima estrategia, los cimientos y los materiales resultaron inadecuados y, a la postre, se tuvo que postergar la fecha de su inauguración. No quedó lista para la conmemoración del Bicentenario de la Independencia tampoco para la del Centenario de la Revolución y, aun cuando se dijo que por ahí a finales de este año se concluiría, no está clara la fecha.
***
Hoy, perdido el sentido conmemorativo de su construcción, la edificación de la estela debe mantenerse y concluirse para simbolizar el presente, no el pasado y mucho menos el futuro.
Debe, pues, dejar ser la Estela de Luz para quedar como la Estela de Calderón y considerar, quizá, como agregado, inscribir en las hojas de cuarzo -hay espacio suficiente- algunos de los eventos y actos ocurridos en el sexenio o, si se quiere, los nombres de los muertos en la gesta gloriosa, así la quieren reconocer oficialmente, del combate al narcotráfico.
Si esos muertos deben permanecer en el anonimato, entonces se podría inscribir los nombres de quienes desfilaron en el gabinete, de las reformas estructurales postergadas, de la lucha frustrada por llegar al fondo del mar por el tesoro, del inútil registro de los usuarios de la telefonía celular, de los cárteles descabezados que se convirtieron en una constelación de bandas, de los acuerdos suscritos para canjear votos por posiciones políticas, el nombre del yate o las placas del Ferrari recibidos por un funcionario a cambio de contratos públicos, los desencuentros diplomáticos por discursos o montajes indebidos...
Aun en su esbeltez, la estela ofrece espacio para no arrumbar en el olvido lo ocurrido a lo largo del sexenio.
***
En su imposibilidad, la Estela de Luz no puede simbolizar "el pasado que conmemoramos (el año pasado) y el futuro al que aspiramos (en cuanto se pueda)", debe quedar y denominarse como la Estela de Calderón, el referente o la huella de una administración que no pudo constituirse en gobierno y mucho menos rebasó por la izquierda o el centro su frágil condición política, aunque de manera timorata, lo intentó por la cuneta.
Por eso hay que defender la conclusión del monumento, no simbolizará -aun si funciona la iluminación- una estela de luz, pero sí la estela del calderonismo.
SOBREAVISO
El 21 de agosto de hace un año se dedicó este espacio a la Estela de Luz, el monumento conmemorativo del Bicentenario de la Independencia: el símbolo del "pasado que conmemoramos y el futuro al que aspiramos", según el dicho presidencial.
En aquella ocasión y a raíz de la decisión oficial de postergar su inauguración -dado su inocultable retraso- se señaló que, aunque grandilocuente y compleja, esa minúscula obra constituía un retrato de cuerpo entero de la actual administración. El sello del calderonismo quedaba estampado en esa "inigualable obra de arte y de ingeniería", según el decir del secretario Alonso Lujambio.
Hoy es menester salir en defensa del monumento y evitar, si por ahí hay la tentación, su cancelación. Quizá convendría cambiar su denominación por la Estela de Calderón e instar a la autoridad -cualquiera que ésta sea y, desde luego, si la hay- a concluirla e inaugurarla, eso sí, antes del término de esta administración.
Algún símbolo o estela debe quedar del sexenio, alguna referencia monumental de la ineptitud y la negligencia.
***
La razón, sin duda, recomendaría cancelar esa obra, recubrir el socavón y, como en muchas otras, asumir sin explicarlo el fracaso supuesto en su construcción.
El solo presupuesto aplicado en la obra justificaría cancelarla. De los 200 millones de pesos originales pasó a 393 millones, de ahí se fue a 690 millones y, ahora, linda los mil millones de pesos sin garantizar que ése sea el tope de su costo. Pero tanto se ha despilfarrado y malgastado a lo largo de los últimos años que, de pronto, aplicar más dinero a la conclusión de la Estela de Calderón no va a desfondar el erario nacional. Hay que concluirla a como dé lugar sin reparar en su costo.
Lujo, capricho o necedad, ese monumento se convertirá en el referente de una administración que, a lo largo de su gestión, no pudo constituirse en gobierno y distorsionó hasta perder cuanto proyecto o causa emprendió. Si bien la costumbre tiende a rememorar las grandes proezas o hazañas, a veces no sobra tener presente en la memoria -los monumentos sirven también para eso- aquello que marca los errores, la ineptitud y la negligencia.
Ojalá, en otro momento de nuestra historia, alguna otra generación pueda darse el gusto de derribar la estela, tirando de ella con un trascabo, para marcar contundentemente el fin de una era oscura y lastimosa de nuestro subdesarrollo, paradójicamente simbolizada en la luminosidad de las 3 mil 500 placas de cuarzo de la estela.
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Puede parecer grosero o no darle ese nuevo sentido al monumento pero, en los hechos, la estela congrega, resume y estampa, majestuosamente, el sello de la gestión calderonista.
Se localizó mal su ubicación. Se modificó su concepto. Se obviaron factores fundamentales en su construcción y, por lo mismo, se calculó mal su cimentación, se erró en los materiales necesarios. Se retrasó primero su construcción, se precipitó después y, rebasada su fecha inaugural, ahora se trabaja al ritmo de quien construye algo sin saber cuándo hay que entregar la obra. Por si todo esto no bastara, como betún de ese pastel de la ignominia, se agrega el cambio constante de los funcionarios responsables de ella, los litigios en torno a las empresas encargadas de las luces y, ahora, en tribunales se litigan los derechos de autoría sobre ella. Todas y cada una de las etapas del desarrollo de esa obra se empatan con la historia del sexenio.
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No hay broma en nada de esto. Originalmente se quería construir en la intersección del Paseo de la Reforma, avenida Juárez y Bucareli, luego hubo la tentación de emplazarla en la glorieta de la palma (Reforma y Niza) para, finalmente, ubicarla donde se encuentra, pero sin considerar que rompería la perspectiva del Paseo que remata en el Castillo de Chapultepec y, a la postre, se vería disminuida por el enorme edificio que competirá con la Torre Mayor.
Originalmente se quería un arco semejante al de San Luis Missouri, y, aun cuando la convocatoria así lo establecía, se designó ganadora una estela en razón de la perspectiva mencionada. En cierto modo, al monumento le ocurrió lo mismo que al proyecto de construir dos o tres refinerías que terminó en ninguna.
Cambiado el concepto, se echó andar la obra sin considerar la dinámica del viento y, así, con una mala planeación y pésima estrategia, los cimientos y los materiales resultaron inadecuados y, a la postre, se tuvo que postergar la fecha de su inauguración. No quedó lista para la conmemoración del Bicentenario de la Independencia tampoco para la del Centenario de la Revolución y, aun cuando se dijo que por ahí a finales de este año se concluiría, no está clara la fecha.
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Hoy, perdido el sentido conmemorativo de su construcción, la edificación de la estela debe mantenerse y concluirse para simbolizar el presente, no el pasado y mucho menos el futuro.
Debe, pues, dejar ser la Estela de Luz para quedar como la Estela de Calderón y considerar, quizá, como agregado, inscribir en las hojas de cuarzo -hay espacio suficiente- algunos de los eventos y actos ocurridos en el sexenio o, si se quiere, los nombres de los muertos en la gesta gloriosa, así la quieren reconocer oficialmente, del combate al narcotráfico.
Si esos muertos deben permanecer en el anonimato, entonces se podría inscribir los nombres de quienes desfilaron en el gabinete, de las reformas estructurales postergadas, de la lucha frustrada por llegar al fondo del mar por el tesoro, del inútil registro de los usuarios de la telefonía celular, de los cárteles descabezados que se convirtieron en una constelación de bandas, de los acuerdos suscritos para canjear votos por posiciones políticas, el nombre del yate o las placas del Ferrari recibidos por un funcionario a cambio de contratos públicos, los desencuentros diplomáticos por discursos o montajes indebidos...
Aun en su esbeltez, la estela ofrece espacio para no arrumbar en el olvido lo ocurrido a lo largo del sexenio.
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En su imposibilidad, la Estela de Luz no puede simbolizar "el pasado que conmemoramos (el año pasado) y el futuro al que aspiramos (en cuanto se pueda)", debe quedar y denominarse como la Estela de Calderón, el referente o la huella de una administración que no pudo constituirse en gobierno y mucho menos rebasó por la izquierda o el centro su frágil condición política, aunque de manera timorata, lo intentó por la cuneta.
Por eso hay que defender la conclusión del monumento, no simbolizará -aun si funciona la iluminación- una estela de luz, pero sí la estela del calderonismo.
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