sábado, 16 de julio de 2011

ELBA ESTHER MURDOCH

Porfirio Muñoz Ledo / EL Universal
Instructiva e intensa reunión de congresistas mexicanos en el Parlamento Británico. Diálogo verdadero y aprendizaje profundo en esta sede del poder representativo que derrocó y ejecutó a un rey hace cuatro siglos. La agenda fue diversa pero concreta. El momento culminante: la comparecencia del Primer Ministro David Cameron a la que asistimos ayer miércoles a las 12 horas; calendario inconmovible en la tradición democrática de Reino Unido.
El acontecimiento estuvo marcado por el desenlace de un enorme escándalo: las actividades ilícitas de Rupert Murdoch, empresario de origen australiano que reside en Nueva York pero que ha tenido gravitación definitoria en la comunicación, la política y el tráfico de influencias en este país. Un abanico de patologías contemporáneas: acaparamiento de medios informativos, espionaje telefónico y asociación con intereses partidarios. Una mezcla de Watergate y de Berlusconi.
Este personaje estuvo estrechamente vinculado al Primer Ministro y fue factor indudable de su ascenso y elección, por la vía de la mercadotecnia, la información mediante fuentes ilegales, apoyos financieros y relaciones públicas. El dueño de News of the World pretendió ampliar su imperio mediático a través de la compra de una cadena televisiva (B Sky B) y el encontronazo con sus competidores generó revelaciones que alcanzaron proporciones inéditas.
Se barruntaba una caída del gobierno que fue evitada a través de la concertación habilidosa entre la coalición gobernante y la oposición. A los laboristas no les convenía un proceso electoral anticipado que difícilmente hubiesen ganado. Prefirieron condicionar al gobierno y en alguna medida debilitarlo sin destronarlo. Eludieron también acusaciones demostrables sobre su propia gestión. En la supremacía de los poderes fácticos la corrupción se vuelve hereditaria.
La solución de compromiso fue la apertura de una investigación independiente, el inicio de un proceso legal y la decisión unánime para impedir la compra de la cadena por el empresario delictuoso. Ocultar el pasado, lavar la cara de los actores políticos y otorgarle respiro a una democracia amenazada.
Simultáneamente, en México estalla a todo color una historieta monstruosa: la complicidad entre la emperadora de un gremio corporativo y cuatro sucesivos gobiernos que ha degradado la educación nacional en pago de una red electoral falsificadora de la voluntad popular. El caso de la señora Gordillo sería una obra maestra de la picaresca si no fuera el instrumento privilegiado de nuestro naufragio democrático.
Analistas y políticos coinciden hoy en que apenas consumado el fraude de 1988 la maestra fue entronizada en el sitial que ocupa: coadjutora esencial de los despojos electorales y continuadora del atavismo autoritario que frustró la transición mexicana. El espectro de favores venales que ha recibido del poder público es una cloaca ejemplificativa de la corrupción predominante. Su oferta obscena de traición al sufragio condujo a la parálisis de la reforma del Estado y al pantano insostenible de gobiernos de minoría que ejercen gobernanza precaria mediante el soborno y la complicidad.
Los británicos han salvado por un tiempo la crisis moral que corroía sus instituciones. ¿Tendría acaso nuestra clase política el coraje y la lucidez para clausurar radicalmente el bochornoso secuestro de la democracia encarnado por una lideresa sindical? La autoridad judicial debiera proveer los elementos que iniciaran un proceso condenatorio de semejante personaje. Podría incluso el Secretario de seguridad montar un arresto televisivo como lo hizo con la señora Cassez. Hemos llegado al momento de la verdad y de la regeneración, o bien pereceremos en la cínica asunción del delito como clave de la política y de la falsificación como fundamento del poder público.
Esta debiera ser causa central de la protesta social y desde luego de una reconstrucción democrática capaz de legitimar las elecciones del año próximo.
La reforma política que se debate sería una mascarada si no tomásemos las decisiones que corresponden a la magnitud de la tragedia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario