jueves, 7 de julio de 2011

EL MENSAJE DE LAS URNAS: LA RESTAURACIÓN

Alfonso Zárate / El Universal
Transcurridos apenas 11 años de la elección del 2 de julio de 2000, cuando la mayoría de los pronósticos vaticinaba que el viejo partido hegemónico languidecería, la realidad anticipa lo contrario: el tricolor está otra vez en la antesala del poder presidencial, sólo que ahora llegaría a través de un voto libre, lo que expresa en buena medida la frustración y el enojo ante una democracia ineficaz, con sus déficit en términos de crecimiento económico y bienestar social, y su incapacidad para recuperar la tranquilidad que ha sido secuestrada por una delincuencia que parece imparable.
Los políticos de la alternancia, lo mismo del PAN que del PRD, no resistieron la prueba del poder: las rapacerías que han exhibido muestran los límites de la decencia de unos y del compromiso con los más pobres de los otros. Frente a esto, mucha gente vuelve la vista a un PRI que no ha cambiado y con su voto parecen decirle: “no necesitas cambiar, ni siquiera disfrazarte de otra cosa, así te queremos”.
El PRI trabajó en los últimos meses como sabe hacerlo, no sólo para ganar sino para humillar a sus opositores y lo logró: avasalló en el Estado de México y en Coahuila, porque los priístas saben usar los recursos de que disponen a manos llenas y no se equivocan en su diagnóstico; en millones de mexicanos prevalece una cultura cínica: “que roben pero que salpiquen”.
Pero más allá del uso abusivo de recursos públicos —el apabullante despliegue de propaganda en las campañas priístas; la operación gubernamental a favor de su candidato; del trueque de bienes por votos y de la inequidad de las contiendas—, las direcciones del PAN y del PRD tienen que hacer un serio ejercicio de autocrítica, porque estos resultados desnudan la precariedad de su trabajo político. A lo largo de muchos años, sus dirigentes han simulado, en vez de trabajar seriamente para incorporar y formar cuadros, para construir estructuras en municipios y entidades donde casi no existen, para constituirse en gestores de las demandas sociales y, esto es muy importante, para desempeñarse con honestidad en aquellos municipios y entidades que gobiernan.
Como fue evidenciado en el llamado “corredor azul”, el partido de “las buenas conciencias” fue capturado por arribistas como Antonio Domínguez (Atizapán), José Antonio Ríos Granados (Tultitlán) y Agustín Hernández Pastrana (Ecatepec), que aprovecharon el desprestigio del PRI para ganar elecciones, pero una vez en el poder mostraron que portaban todas las viejas mañas: atracos al presupuesto, frivolidad, incluso crímenes. Y en los últimos años, el PAN ha prestado su franquicia a candidatos saltimbanquis.
En el Estado de México, tanto el PAN como el PRD jugaron a perder: le apostaron a una alianza que tuviera como candidato al alcalde de Ecatepec, Eruviel Ávila; el cálculo de que el dedazo de Peña Nieto señalaría a Alfredo del Mazo resultó fallido y lo que siguió fue, en el caso de Acción Nacional, una mala selección del candidato, una campaña desangelada y abandonada, sin ánimo de triunfo caracterizaron a la de Luis Felipe Bravo Mena.
En Coahuila, el hermano derrotó al compadre y el candidato perredista, Gregorio Sánchez, alcanzó apenas 0.9%, lo que anticipa la pérdida de su registro. En Nayarit, Guadalupe Acosta Naranjo quedó en tercer lugar con 11%.
A nivel del Poder Legislativo, este domingo ocurrió algo similar. En el Estado de México, en Coahuila e incluso en Nayarit, donde la contienda fue más cerrada, una mayoría priísta dominará los congresos, lo que le dará a los gobernadores manga ancha para seguir ejerciendo un poder sin contrapesos.
Otro mensaje de las urnas es el empobrecimiento de los partidos como proyectos políticos. Los candidatos del PRI no hablaron de ideología o de programas de gobierno, sino de compromisos puntuales a demandas puntuales, sustituyeron la oferta programática por cientos, quizás miles de trueques: votos a cambio de “ponerse a mano” con chambitas, pequeñas obras, vehículos...
Algunos piensan que para la candidatura presidencial del PRI “este arroz ya se coció”, pero todavía está por verse de lo que es capaz el canibalismo del partidazo.

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