Jesús Alberto Cano Vélez(*)
Decíamos la semana pasada que no se percibe la existencia de una política crediticia, que activamente promueva el crecimiento en México; ni de una banca de desarrollo que instrumente acciones, propias de su condición, sustancialmente más profundas que las de la banca comercial. Sin embargo, México necesita ambas actividades para promover un mayor crecimiento en el país y un proceso de desarrollo con equidad.
Hicimos también un repaso a lo que vivió México el Siglo pasado, durante los 50 años de alto crecimiento económico, 6% anual en términos reales -–de 1932 a 1982-- y el papel de esos dos instrumentos de crecimiento y desarrollo, complementados por la política de finanzas públicas.
En la columna de la semana pasada también exploramos los detalles y necesidades de una política crediticia activa, así como la experiencia histórica en la materia. Hoy deseamos adentrarnos en la necesidad de la Banca de Desarrollo.
Para empezar, el gobierno de México necesita aceptar que una banca de desarrollo pública es indispensable para lograr las metas de reducir la pobreza; de acelerar el crecimiento de la economía; y de propiciar una mayor equidad en la calidad de vida de los mexicanos. En esta materia sostenemos que no es una ecuación de suma a cero --que para que unos ganen, otros deben perder-- sino que puede ser una de suma positiva: donde todos pueden ganar, especialmente los segmentos más pobres; y que eso es decisión soberana nuestra.
La banca de desarrollo hoy es prácticamente inexistente. Por supuesto que existen algunas entidades financieras que tienen similares nombres a los que antes eran los bancos de desarrollo; pero sus actividades hoy día no son ni cómo eran, ni como deberían de ser, en términos de la promoción del desarrollo. Daremos ejemplos:
Nacional Financiera sigue existiendo. Tiene el mismo nombre, está situada esencialmente donde antes, y está concediendo créditos; pero toda similitud termina allí. Por ejemplo, ya no da créditos de desarrollo, de largo plazo, ni financiamientos para iniciar nuevas actividades productivas, ni promueve incursiones en mercados necesitados de riesgos, mas allá de los que las entidades financieras privadas se atreven actualmente a llevar al cabo. Tampoco hacen gran esfuerzo, si acaso, en asistencia técnica para los productores industriales, especialmente los que más lo necesitan.
Es cierto que algunas secretarías de Estado conceden créditos a Pymes, pero NO SON BANCOS; no tienen la metodología necesaria para asegurar honestidad, eficiencia y mayor productividad, que son los objetivos esenciales de los esfuerzos de desarrollo.
En el pasado, los mexicanos aprendimos como no hacer esas cosas. Al final de la banca de desarrollo, se dieron grandes abusos y corrupción; y de esas experiencias podemos derivar lecciones en los procedimientos de los futuros bancos de desarrollo.
En materia del Campo mexicano, hay prácticamente una total ausencia de apoyos a los campesinos de bajos ingresos. Son muchos y vemos un campo abandonado, con la excepción de la agricultura moderna, tecnificada, de los que tienen elevados recursos. ¿Y qué hacemos con los miles y miles de campesinos pobres que saben de agricultura y gustan de producir bienes agropecuarios? ¿Qué banco o institución financiera los apoya? Ya no hay.
En el turismo: ¿Acaso ya no hay lugar para desarrollar otros sitios turísticos en México y solo podemos esperar a que esos desarrollos vengan de los extranjeros que descubran posibilidades en nuestro país? Y ¿Qué hacemos con los mexicanos que aspiran a ser ganadores en esa materia y no nada más sirvientes o empleados de empresas extranjeras?
En vivienda ha habido gran desarrollo en los últimos años cuando hubo acción coordinada entre las entidades públicas y las financieras de la IP, como son los bancos comerciales y otras financieras. Sin embargo, por la crisis en la que entramos en 2008, por la irresponsabilidad de bancos privados extranjeros –especialmente de EU-- ya no hay dinamismo en un mercado que tantos empleos genera, por los riesgos existentes, mismos que se podrían cuidar e internalizar por la acción del sector público.
Debemos alejarnos de los tabúes que nos impuso la ideología del Consenso de Washington contra la participación del Estado en la economía, porque:
Ni el mercado solo, ni la acción gubernamental a su arbitrio, tienen las soluciones. Si no. . . veamos lo que están haciendo los exitosos y apreciemos que la acción conjunta es la solución.
(*) Presidente de El Colegio Nacional de Economistas
Decíamos la semana pasada que no se percibe la existencia de una política crediticia, que activamente promueva el crecimiento en México; ni de una banca de desarrollo que instrumente acciones, propias de su condición, sustancialmente más profundas que las de la banca comercial. Sin embargo, México necesita ambas actividades para promover un mayor crecimiento en el país y un proceso de desarrollo con equidad.
Hicimos también un repaso a lo que vivió México el Siglo pasado, durante los 50 años de alto crecimiento económico, 6% anual en términos reales -–de 1932 a 1982-- y el papel de esos dos instrumentos de crecimiento y desarrollo, complementados por la política de finanzas públicas.
En la columna de la semana pasada también exploramos los detalles y necesidades de una política crediticia activa, así como la experiencia histórica en la materia. Hoy deseamos adentrarnos en la necesidad de la Banca de Desarrollo.
Para empezar, el gobierno de México necesita aceptar que una banca de desarrollo pública es indispensable para lograr las metas de reducir la pobreza; de acelerar el crecimiento de la economía; y de propiciar una mayor equidad en la calidad de vida de los mexicanos. En esta materia sostenemos que no es una ecuación de suma a cero --que para que unos ganen, otros deben perder-- sino que puede ser una de suma positiva: donde todos pueden ganar, especialmente los segmentos más pobres; y que eso es decisión soberana nuestra.
La banca de desarrollo hoy es prácticamente inexistente. Por supuesto que existen algunas entidades financieras que tienen similares nombres a los que antes eran los bancos de desarrollo; pero sus actividades hoy día no son ni cómo eran, ni como deberían de ser, en términos de la promoción del desarrollo. Daremos ejemplos:
Nacional Financiera sigue existiendo. Tiene el mismo nombre, está situada esencialmente donde antes, y está concediendo créditos; pero toda similitud termina allí. Por ejemplo, ya no da créditos de desarrollo, de largo plazo, ni financiamientos para iniciar nuevas actividades productivas, ni promueve incursiones en mercados necesitados de riesgos, mas allá de los que las entidades financieras privadas se atreven actualmente a llevar al cabo. Tampoco hacen gran esfuerzo, si acaso, en asistencia técnica para los productores industriales, especialmente los que más lo necesitan.
Es cierto que algunas secretarías de Estado conceden créditos a Pymes, pero NO SON BANCOS; no tienen la metodología necesaria para asegurar honestidad, eficiencia y mayor productividad, que son los objetivos esenciales de los esfuerzos de desarrollo.
En el pasado, los mexicanos aprendimos como no hacer esas cosas. Al final de la banca de desarrollo, se dieron grandes abusos y corrupción; y de esas experiencias podemos derivar lecciones en los procedimientos de los futuros bancos de desarrollo.
En materia del Campo mexicano, hay prácticamente una total ausencia de apoyos a los campesinos de bajos ingresos. Son muchos y vemos un campo abandonado, con la excepción de la agricultura moderna, tecnificada, de los que tienen elevados recursos. ¿Y qué hacemos con los miles y miles de campesinos pobres que saben de agricultura y gustan de producir bienes agropecuarios? ¿Qué banco o institución financiera los apoya? Ya no hay.
En el turismo: ¿Acaso ya no hay lugar para desarrollar otros sitios turísticos en México y solo podemos esperar a que esos desarrollos vengan de los extranjeros que descubran posibilidades en nuestro país? Y ¿Qué hacemos con los mexicanos que aspiran a ser ganadores en esa materia y no nada más sirvientes o empleados de empresas extranjeras?
En vivienda ha habido gran desarrollo en los últimos años cuando hubo acción coordinada entre las entidades públicas y las financieras de la IP, como son los bancos comerciales y otras financieras. Sin embargo, por la crisis en la que entramos en 2008, por la irresponsabilidad de bancos privados extranjeros –especialmente de EU-- ya no hay dinamismo en un mercado que tantos empleos genera, por los riesgos existentes, mismos que se podrían cuidar e internalizar por la acción del sector público.
Debemos alejarnos de los tabúes que nos impuso la ideología del Consenso de Washington contra la participación del Estado en la economía, porque:
Ni el mercado solo, ni la acción gubernamental a su arbitrio, tienen las soluciones. Si no. . . veamos lo que están haciendo los exitosos y apreciemos que la acción conjunta es la solución.
(*) Presidente de El Colegio Nacional de Economistas
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