lunes, 11 de octubre de 2010

72 HORAS EN BEIJING

Manuel Camacho Solís / El Universal
La gran recesión mundial pudo haber sido desastrosa para la economía china, que fincaba su crecimiento en la expansión del mercado externo. No lo fue. Este año se estima que su economía crecerá a 10.5%; sin embargo, debajo de la superficie aparecen los nuevos y grandes retos.
A diferencia de lo que pasa en la mayor parte de las ciudades del mundo, cuando se regresa a Beijing, sorprende la velocidad de los cambios. En sólo tres años son palpables las diferencias. Tienen un nuevo aeropuerto que hace ostentación de la mejor arquitectura mundial y muestra la mayor eficiencia. Sigue la vertiginosa construcción de la infraestructura urbana, los trenes, la creación de nuevas zonas de desarrollo y el poblamiento de sus parques tecnológicos. Su apuesta a favor de la educación, las ingenierías, la ciencia y la tecnología va viento en popa. Siguen en pie las grúas repartidas por toda la ciudad.
China pudo crecer vertiginosamente con el impulso del mercado externo y la inversión extranjera. Ahora ha sorteado con acierto el impacto de la gran recesión mundial de 2008. El 10.5% de crecimiento que se prevé para este año ya no está alimentado por el crecimiento de las exportaciones, como lo estuvo en el pasado. El nuevo crecimiento está sustentado en la expansión del mercado interno (66%), y el resto (33%) en el crecimiento de la demanda del sector público. El paquete expansivo con el que ha enfrentado la crisis ha sido del todo exitoso, pero empieza a hacer sentir los primeros efectos inflacionarios que aún no representan un riesgo económico, pero que sí podría llegar a provocar malestar social.
El gran éxito de China le ha generado dos retos mayores. Uno externo: ocupar un mayor espacio mundial sin provocar una reacción adversa mayor. Uno interno: consolidar su crecimiento económico, pero ahora atendiendo también al mercado interno, la distribución del ingreso, el cuidado de la inflación, el medio ambiente, el control de la corrupción y el avance en la liberalización política. Son dos retos colosales, a la altura de sus realizaciones, como fue haber convertido en 30 años una economía predominantemente rural y empobrecida en la segunda economía del mundo.
A pesar del éxito adquirido y la aceptación social que ello concita, sigue creciendo la inconformidad con la corrupción. Los líderes políticos del país están conscientes de que la corrupción —junto con la inflación— podrían cambiar rápidamente los estados de ánimo de la sociedad.
La vertiginosa modernización está dejando un alto costo social. Las desigualdades sociales extremas no se quedan atrás con las de ninguna otra ciudad o país. La gran inequidad se acentúa por la carencia de instrumentos compensatorios de un sistema de seguridad social.
China es ya un actor mundial mayor. Tiene la segunda economía. Su política anticíclica fue fundamental para evitar un desplome aún mayor de la economía mundial y está contribuyendo a la expansión de economías como las de América del Sur. Su mayor peso mundial está llevando a cambiar el statu quo internacional y la expansión de su gasto militar es observada con detenimiento en las principales capitales del mundo. La voz de China cuenta cada vez más en todos los ámbitos. Sus grandes retos son, sin embargo, internos. Si China resuelve razonablemente bien sus retos internos —distribución del ingreso, corrupción, inflación y reformas políticas— irá en ruta firme. Podrán seguir diciendo: “Nuestro éxito se debe a que escogimos el que era el mejor camino para nosotros”

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