domingo, 20 de mayo de 2012

POR UN DEBATE EN SERIO

Francisco Valdés Ugalde / El Universal
Evaluar, evaluar, evaluar. Una obsesión de nuestro tiempo. La evaluación de académicos, empresas, funcionarios medianos, menores y muy menores se ha impuesto como una regla básica de ciudadanía profesional y laboral. Empresas e instituciones nadan en las procelosas aguas de las certificaciones. Bienvenida la era de la evaluación, al menos desde los años 80 se acepta en la academia, en los negocios, en las burocracias.
Pero hay quienes se libran de pasar por esos filtros. El 6 de mayo, mientras veía el desabrido programa que organizó el IFE bajo el dudoso término “debate”, me convencí de que los aspirantes a la anacrónica Presidencia de la República jamás han enfrentado una evaluación de pares. Más aun, de que no serían capaces de aceptar que se les practique.
El rígido formato incluyó preguntas conocidas previamente por los participantes, tiempos restringidos para no dar pie a demasiadas equivocaciones ni a polémicas consistentes o a exposición excesiva que pudiera resultar en quemaduras irremediables.
El llamado “debate” no fue debate, acaso una mínima pasarela donde el anticlímax se impuso sobre toda expectativa de conocimiento de los candidatos. De ahí la decepción. Pasarela no es debate, mucho menos oportunidad para que los ciudadanos evalúen a los candidatos. ¿Conocemos mejor a los candidatos después del “debate”? Sólo marginalmente. Ninguno contestó preguntas formuladas libremente ni se enfrentó a sus adversarios para ofrecer con argumentos elementos de juicio suficientes a los electores.
En el formato del “debate” se impusieron los intereses de los partidos. El arreglo de los detalles fue definido en círculo cerrado. Cierto, bajo la supervisión y cuidado del IFE, al que se le escaparon detalles como la señora de la charola con el abecedario de las intervenciones, que se convirtió en hazmerreír internacional.
El papel de la conductora, una periodista de profesión, fue reducido al de formuladora de preguntas ajenas, papel que en casi cualquier parte sería rechazado por periodistas de valía. Entendámonos, el papel de los periodistas no puede ser el de servir de maestros de ceremonias de los políticos, sino el incomodísimo (por fortuna) rol de quienes, pulsando los sentimientos e inquietudes del público, cuestionan al poder.
La degradación de la función periodística en el “debate” es apenas menor que la degradación de los ciudadanos. Si no puede haber periodistas que frente al auditorio pregunten a los candidatos libremente y los hagan debatir entre ellos, qué les queda a los ciudadanos…
Todos los candidatos han sido gobernantes de una u otra manera. Como funcionarios estuvieron sujetos a evaluación y contrapesos por parte de diferentes instancias de control. Pero como candidatos frente al electorado no lo están. A diferencia de un auditor o un poder que supervisa (como el Poder Legislativo al Ejecutivo), los ciudadanos carecemos de poder para obligar a los partidos y candidatos a informarnos por qué habríamos de votar por ellos; por qué sería bueno para el país que alguno nos gobernase.
Hemos visto las expresiones de rechazo y rechifla que han recibido a algunos candidatos en foros públicos. El más notorio en la Universidad Iberoamericana. ¿No es acaso un rechazo contundente a la falta de transparencia y accesibilidad con que se conducen los candidatos, lo mismo que respecto a sus gestiones anteriores como gobernantes? ¿No son las rechiflas una derivación de la impotencia de los ciudadanos, en este caso los jóvenes, para conocer la verdad de los intereses que orientan la conducta de los partidos políticos?
El segundo “debate”, el 10 de junio, podría ser una ruptura con este vicio de origen de las campañas políticas en México. Un formato libre frente a un panel de periodistas, académicos y ciudadanos seleccionado por los gremios, los auténticos expertos en política y opinión, y el IFE. Un panel formado por reconocidos estudiosos de la política, la sociedad y la economía que les haga preguntas en serio para que muestren qué tan en serio quisieran y podrían gobernar el país.
El tiempo de duración de un evento así no podría ser de menos de tres horas en tiempo triple A con la mayor difusión a todo el país. De este modo los ciudadanos podríamos tener información de los candidatos, sus capacidades y defectos, sus puntos fuertes y débiles para hacer frente a la gobernabilidad de un país sumido en una transformación profunda y no menos dolorosa.
El IFE, organizador necesario del ejercicio, debería honrar su compromiso ciudadano llamando a los candidatos a pasar por el escrutinio de la nación y advertirle que en esta elección se juega el modo en que se enfrenten los graves problemas de violencia, desigualdad, pobreza y desarrollo que importan para la mayoría, no simplemente un cambio de equipo. Un debate en serio y no “de a mentiritas”, pues.

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