Rafael Domenech / ElEconomista.es
Los líderes europeos de nuevo
han pospuesto en la última cumbre el diseño y la adopción de soluciones con las
que estabilizar los mercados y la economía de la Eurozona. Lamentablemente ya
no es noticia que, a pesar de la gravedad de la situación actual, la cumbre del
pasado miércoles haya acabado sin resultados significativos. Durante los
últimos meses se ha reestructurado la deuda griega, el BCE ha realizado dos
inyecciones masivas de liquidez a tres años, se ha firmado el Tratado de
Estabilidad y se ha adelantado la entrada en funcionamiento del Mecanismo
Europeo de Estabilidad (MEDE). Avances impensables hace algo más de dos años,
cuando empezó la crisis de deuda soberana, y ahora claramente insuficientes para eliminar las incertidumbres actuales.
Es cierto que en el conjunto
de la Eurozona las tensiones financieras han cedido algo respecto a los niveles
máximos alcanzados en la segunda mitad de 2011. Pero la percepción generalizada
es que la Eurozona se encuentra ahora en uno de sus momentos más difíciles.
Primero, porque la inestabilidad política de Grecia hace que se esté
contemplando abiertamente la posibilidad de su salida del euro. Segundo, porque
desde hace casi dos meses la prima de riesgo de España inició una escalada
hasta alcanzar otra vez los máximos de esta crisis. Y tras España, siguiendo su
estela, Italia.
A estas
alturas, los resultados de la cumbre del miércoles, con las declaraciones de
apoyo para que Grecia permanezca en la Eurozona o el anuncio de ayudas mediante
fondos estructurales para estimular su crecimiento, resultan a todas luces
incapaces de tranquilizar a los inversores, mientras asisten al desplome de las
bolsas, las primas de riesgo se disparan y aumenta la probabilidad de contagio,
en caso de que se materialice alguno de los escenarios más peligrosos tras las
elecciones del 17 de junio en Grecia.
¿Cómo devolver la confianza en el euro?
¿Qué
necesita la Eurozona para devolver la confianza en un proyecto político y
económico tan excepcional como el de la moneda única? La solución descansa en
una combinación de medidas a corto plazo, consistentes con un diseño a largo
plazo que elimine las debilidades y los errores que se han ido detectando
durante estos años y que están detrás de los problemas actuales. Es necesaria
una hoja de ruta que permita avanzar hacia una nueva Unión Económica y
Monetaria. Pongamos el ejemplo de los eurobonos. Es evidente que, como ha
afirmado el presidente Van Rompuy, los eurobonos no pueden introducirse de
manera inmediata, aunque deben estar en un plan a largo plazo, tras estudiar
sus repercusiones jurídicas. Pero hasta que eso ocurra, la Eurozona necesita
una alternativa provisional para reducir a corto plazo los niveles y la
volatilidad de las primas de riesgo de algunos países a valores más sostenibles
y más cercanos a sus fundamentales, que generen confianza a los agentes
económicos y que no supongan un lastre para la recuperación económica. Esa
alternativa provisional tiene que ser consistente con el objetivo de mutualizar
parcialmente el riesgo soberano y al mismo tiempo, como exige insistentemente
Alemania, no debe poner en peligro la independencia del Banco Central Europeo.
Esa hoja de
ruta o plan estratégico debe clarificar el panorama europeo a largo plazo, como reclama Mario Draghi, y debe
descansar en tres pilares: la integración fiscal, la integración financiera y
la integración económica, que permitan dar un salto político valiente. Por lo
que respecta al primero de los frentes, el fiscal, con el Tratado de
Estabilidad, Gobernanza y Coordinación se ha avanzado considerablemente en el
establecimiento de objetivos y reglas de funcionamiento a largo plazo. Pero
hace falta que la Eurozona también acabe teniendo su Tesoro y su activo libre
de riesgo o eurobono. Y puesto que ese proceso va a llevar años, es necesario
que en la transición la Eurozona permita que el MEDE pueda gestionar
eficazmente el riesgo soberano a cambio de un cumplimiento riguroso por parte
de los países de sus objetivos de estabilidad presupuestaria.
De la misma
manera, la integración financiera requiere a largo plazo una regulación común,
un fondo de garantía europeo, un supervisor europeo y un mecanismo
supranacional de resolución de crisis bancarias. La Eurozona está muy lejos de
ese estadio pero, mientras avanza en esa dirección, necesita disponer a corto
plazo de mecanismos que permitan resolver las crisis puntuales de algunas
entidades bancarias. Necesita evitar la interacción del riesgo bancario con el
riesgo soberano, o el contagio de la crisis griega al resto de la Eurozona. De
la misma manera que la intervención del MEDE para reducir el riesgo soberano
estaría sujeta a que los gobiernos cumplieran los objetivos de estabilidad
presupuestaria, las ayudas europeas directas a las entidades bancarias que lo
necesiten deberían imponer condiciones de reestructuración específicas a esas
entidades.
Por último
la integración económica ha avanzado significativamente con el Procedimiento de
Desequilibrios Excesivos, con la finalidad de asegurar cierta convergencia en
la estabilidad macroeconómica. Una estabilidad que complementa los criterios de
convergencia en renta per cápita sobre los que descansan los fondos europeos de
desarrollo regional. Avanzar en la corrección de los desequilibrios a largo
plazo exige sacrificios a corto e intensas reformas estructurales, que deberían
verse compensados con estímulos y programas europeos que ayuden a generar
crecimiento y creación de empleo allí donde es más necesario.
Mientras esa
hoja de ruta llega, la Eurozona seguirá renqueando y descolgándose del
crecimiento mundial. Está en la
mano de los líderes europeos la posibilidad de forjar un consenso que
posibilite alcanzar una unión económica y monetaria más sólida y estable a
largo plazo, de la manera más rápida y con el menor coste a corto plazo en
términos de bienestar para sus ciudadanos.
Rafael
Domenech, economista jefe de Economías Desarrolladas de BBVA Research
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