Mauricio Merino / El Universal
(Investigador del CIDE)
En
los últimos días, la prensa crítica y un grupo cada vez más amplio de
organizaciones sociales se han ocupado de llamar nuestra atención sobre
la falta de información completa, confiable y precisa sobre las
candidaturas que, además de la presidencial, votaremos el próximo 1 de
julio. Elegiremos un jefe de gobierno del DF, seis gobernadores, 128
senadores, 500 diputados federales, 579 diputados locales y 892
ayuntamientos. Pero solamente tenemos información suficiente sobre el
grupo de candidatos que se disputa los ocho poderes ejecutivos. Del
resto hay retazos e información fragmentada, en medio de una oscuridad
ominosa.
El IFE nos pide que votemos a conciencia, luego de juzgar
los programas de trabajo y de evaluar las trayectorias de los
candidatos que se han presentado a las elecciones. Pero los ciudadanos
no tenemos información suficiente para actuar de esa manera, porque los
partidos se niegan a darla. No lo hacen, protegidos por la legalidad que
ellos mismos se han dado: el Artículo 41 del Cofipe, que regula el
acceso a la información que producen los partidos políticos, remite a un
reglamento que se aprobó en el 2008 y cuyo artículo 67 establece, sin
más, que la entrega de información relativa a la currícula de los
candidatos que buscan puestos de elección popular será voluntaria. Esto
significa, en otras palabras, que las y los candidatos no tienen
obligación alguna de poner sus trayectorias profesionales al escrutinio
del público. Y apenas si tengo que subrayar la flagrante contradicción
que esa regla supone con los principios más elementales de la
democracia.
Para animarlos a actuar con criterios más proclives a
la transparencia, el IFE ha dispuesto una ventana electrónica —accesible
desde la página web del propio instituto— cuyo título parece escrito
con sorna: “Candidatas y candidatos: ¡conócelos!”. A esa convocatoria
solamente han respondido de manera voluntaria 127 candidatos de entre 6
mil 442 (según la información que ofreció ayer el Comité Conciudadano
con los datos de la Unidad de Información del IFE) cuidando mucho el
contenido de sus currículum; mientras que el resto ha considerado, junto
con las dirigencias de los siete partidos que los postulan (sin
excepción) que la trayectoria de las mujeres y de los hombres que nos
están pidiendo su voto para el 1 de julio es cosa confidencial y que, en
todo caso, no hace falta entregarla. Y de los candidatos locales ni
hablamos: saber quiénes son y de dónde vienen es una aventura digna del
premio a la investigación en ciencias sociales.
Esta falta de
respeto a los ciudadanos es grave por varias razones: además de negar
los principios básicos de la competencia electoral y obligarnos a votar
por siglas, fotografías y proclamas y no por trayectorias completas,
confirma la arrogancia de los dueños del monopolio de la representación
política. ¿Para qué conocer las trayectorias de los candidatos si
podemos votar por partidos? ¿Para qué ocuparnos de los poderes
legislativos si los medios electrónicos nos tienen entretenidos con los
candidatos a los poderes ejecutivos y éstos prometen investirse de
semidioses para cambiarlo todo, más allá de las voluntades de quienes
representen al pueblo en las Cámaras? Por lo demás, si nos habían
prometido blindar las candidaturas de la influencia del crimen
organizado, ¿cómo podemos saber que cumplieron con su palabra?
Apenas
esta semana los cuatro candidatos presidenciales escribieron en estas
páginas sendos artículos en los que ofrecen un conmovedor apego a la
transparencia. Si eso fuera verdad, no tendrían que esperar hasta el
resultado del 1 de julio: pueden y deben hacerlo desde ahora, pidiendo a
sus partidos políticos que revelen la trayectoria completa, precisa y
confiable de los candidatos a todos los demás puestos que se disputan.
No necesitan esperar tanto para demostrar su compromiso con la
transparencia y la rendición de cuentas. En esta materia, lo queremos
todo y lo queremos ya.
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