Eugenio M.
Recio / elEconomista.es
En la
imagen, el socialista François Hollande.
Francia ha
sido siempre una especie de contrapeso de Alemania en la historia de la Unión
Europea. Esto se explica porque son dos países con culturas económicas muy
distintas. En los años 50, cuando Alemania estrenaba su modelo de organización
económica, que giraba sobre un libre mercado de competencia con garantías de
cohesión social, y Francia diseñaba un modelo de planificación indicativa, que
por cierto fue muy bien recibido en la época del franquismo.
Nuevamente
aparecieron las divergencias cuando a finales de los 80 se empezó a negociar el
Tratado de la Unión Europea (TUE), pues la RFA quiso incorporar su sistema al
nuevo tratado, sorprendiéndose de que los franceses estuvieran a su favor, pero
esto se debía a que pensaban que así podrían defender su planificación
económica, al identificar erróneamente el sistema alemán con el EB vigente en
Suecia. Y para terminar con otro hecho relevante, las divergencias aparecieron
de nuevo cuando Mitterrand propuso a Kohl la creación de la Unión Monetaria y
ante la reserva alemana sobre su viabilidad, si no había una Unión Política,
Kohl tuvo que aceptar, lo que en parte explica algunos problemas actuales, ante
la amenaza de que si no aceptaba la Unión propuesta Francia no accedería a la
reunificación de las dos Alemanias.
Estas
diferencias no se deben fundamentalmente a motivos ideológicos. Aunque en la
reciente campaña electoral Hollande propuso algunos puntos controvertidos con
la orientación actual de la política económica europea, Sarkozy planteó también
algún tema muy querido por él, y radicalmente opuesto al modelo europeo, como
la sumisión del BCE a los políticos. En Sarkozy, sin embargo, se ha podido
constatar un cambio importante en estos últimos años, antes de que comenzara la
campaña electoral, en el sentido de una mayor identificación con las
orientaciones del europeísmo alemán.
¿Cuál será su posición?
Este tipo de
conversiones no ha sido raro entre franceses destacados y quizás la más notable
fue el cambio de Jacques Delors, cuando dejó de ser ministro de Economía en el
Gobierno de Mitterrand, para convertirse en uno de los líderes que más han
contribuido a la consolidación del proyecto europeo. ¿Podremos esperar lo mismo
de Hollande? ¿Se integrará en la dinámica europea el nuevo presidente
francés y tratará de sacar adelante su programa, respetando los límites
establecidos en las últimas cumbres, en las que se ha hablado del crecimiento,
o será un nuevo factor distorsionador en el remolino que agita la crisis
europea?
Algunas
personalidades alemanas, como el antiguo presidente del Parlamento Europeo,
H.-G. Pöttering, así lo esperan. Pero a este optimismo se puede objetar que hay
una parte importante de la opinión europea que piensa que el triunfo del
socialista francés ofrece una magnífica oportunidad para reorientar la política
dominante. Los líderes del centro-izquierda alemán e italiano sellaron el 17 de
marzo con Hollande un pacto para "reconstruir Europa" y convertirse
en alternativa de poder frente a la "austeridad sin crecimiento".
La propuesta
más llamativa de Hollande, en su campaña electoral, es la exigencia de que se
añada un anexo al Tratado sobre Estabilidad, Coordinación y Orientación,
intencionalmente más conocido como pacto fiscal, para estimular el crecimiento
económico. Por los comentarios que están apareciendo en los medios de
comunicación da la impresión de que se desconocen los acuerdos que, a lo largo
del 2010 y 2011, se han tomado con esta finalidad. Y, hace poco más de un año,
en la cumbre celebrada el 24 y 25 de marzo se aprobó el Pacto por el Euro-Plus,
según una propuesta germano-francesa que se llamó Pacto por la Competitividad, es
decir: por el crecimiento.
Anteriormente
en un Consejo Europeo en 2010 se aprobó la Estrategia Europea 2020, que
consistía en un programa de acción y de reformas estructurales para la creación
de empleo, mejora de la productividad y cohesión social. Y para ser más
efectivos se estableció también el Semestre Europeo, inaugurado en el 2011, con
el que se obligaba la Comisión Europea a presentar un Informe Anual de
Crecimiento (IAC) en el que se establecerían las prioridades de política
económica que se deberían afrontar en los próximos meses.
Si lo que
pretendía Hollande era proponer instrumentos prácticos para hacer más efectivos
esos programas sería una buena aportación siempre que no se trate de renunciar
al objetivo de un crecimiento sostenible a largo plazo, que es lo que preocupa
a la UE. En este sentido conviene tener presente que, a pesar de las objeciones
que se hacen a la política alemana, sus resultados en creación de empleo,
crecimiento y estabilidad fiscal y financiera no son comparables con los de
Francia como lo reconocía recientemente el profesor de la Sorbona, H. Stark,
afirmando que Alemania ha demostrado ser "el único país europeo que ha
resistido la presión de la globalización, lo cual querrían conseguir también
los franceses".
Concluimos,
pues, que en esa contraposición de culturas económicas entre Francia y Alemania
los resultados conseguidos no dejan lugar a dudas. Esto no excluye, sin
embargo, que si el nuevo líder francés dinamizara el sistema, su respuesta a
tanta expectativa no defraudaría, pero está por ver que esto vaya a suceder. El
interrogante queda abierto.
Eugenio M.
Recio, profesor honorario de ESADE.
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